martes, 30 de junio de 2015

Ático

Subiría hasta el ático de tu vida,
desempacaría y me quedaría a dormir
mientras llueves.
Porque el único lugar del mundo
donde encajo a perfección es
en
tus
brazos.

Y entonces me dices
que soy idiota
y poeta.
Pero, cariño,
un idiota es un poeta sin saberlo
y un poeta es un idiota que sabe escribir.
Por lo menos,
intenta reconstruir el desastre
de una sonrisa que no supo ser sastre
de sus heridas.
Y tembló de miedo.
Tembló el mundo
y tembló la atmósfera.
El cielo se vino de pico
y se estrelló contra tus labios,
con razón ese sabor a mar en tu piel
y dulce en tus mejillas.

Te mordía los labios
y te comía los miedos,
pero tú no quisiste frenar,
íbamos a cien kilómetros por hora
y nuestras narices se estrellaron
y salimos volando de los asientos.
Tú te reíste
y te quedaste viendo al cielo
-o lo que queda de él-
y quisiste nadar en las profundidades.
Sin saberlo,
una profundidad hablaba de otra profundidad,
porque, en términos legales, tu mirada gana por excelencia
y hacías bailar a cualquier pupila desprevenida.
Te agarrabas fuerte de lo que eras 
y esa era tu preciosa independencia.

Después de ti, nadie vuelve a ser igual, 
aunque tú sigues siendo la misma. 
Eso es lo que no me cabe en la cabeza,
puedes cambiar, revolucionar y construir mundos,
derribar muros
y abrir todas las jaulas de pájaros 
con tan sólo sonreír.
Ya ni las guerras querían ser guerras,
ni la poesía quería ser poesía.
Contigo empezó algo inexplicable
que ni la ciencia supo explicar.

Soy amante de las vidas que no tienen frenos,
que no tienen vías de escape una vez que estás dentro
y que te hacen rugir como león a mitad del Coliseo. 
Tú, por favor, no me encarceles en jaulas,
no me amarres las alas,
no me cortes los sueños
ni los hagas trizas con la realidad.

Si quieres 
yo,
con gusto,
me pongo la condena de recordarte para siempre.

domingo, 28 de junio de 2015

Puesta en escena

A lo mejor es que llueve, y no nos damos cuenta. No nos damos cuenta de cuán ahogados estamos en nuestra propia mierda. Intentamos huir pero con un final catastrófico. 

Escapamos, pero no del todo. Siempre nos quedamos en los lugares donde hemos sido nuestros, y de nadie más. Donde hemos canalizado la felicidad en las pequeñas cosas que nos ha regalado la vida en forma de personas. 

Desabróchate el cinturón, nos vamos de esta aventura, que en realidad, fue un paisaje que tuvo vistas al peor de los infiernos. 

Pero la verdad, es que en el último segundo, es que nos dimos por vencidos. Ya no quisimos ir más adelante, por miedo al abismo, a la caída, al golpe.

Venecia ha sido testigo de más náufragos que nunca supieron salir a la superficie, que de historias de amor.

Que no critiquen a los que hacen actos de valentía y terminan muertos en el intento. Héroe no es que el salva a otros, sino el que termina muerto salvándose a sí mismo.

Y yo nunca supe salvarme, por eso siempre termino siendo el villano de esta historia, siempre termino haciendo llorar, causando destrucción y matando alguno que otro cobarde. Y por eso me dan tanto miedo los finales, porque a los villanos les espera el peor de los desenlaces. Y se quedan solos, sin nadie que les diga que todo estará bien ni que los abrace cuando no sepan dónde quedó todo lo que un día fueron. Porque incluso ellos supieron reír, aunque ahora no sepan dónde dejaron la risa. En quién, perdón.

Las cuerdas están demasiado flojas para seguir caminando aún más, y yo tengo miedo, miedo de perder lo único que me queda después de toda esta maldita puesta en escena. 

Cuando el telón se cierra, se van los aplausos, las caras, las conversaciones, el drama; y lo único que me queda es el vacío existencial. Y me voy al bar de siempre, a pedir lo mismo de siempre, a platicar con la misma mesera, Anna. Y puedo ver cuánto le duele a ella, por el tono de su voz, este desequilibrio de masas. La crisis le tiene una soga en el cuello y por eso, a veces, grita lo que calla. 

Ella sigue siendo la única que me escucha al final del día, 
la que me abraza cuando hace frío, 
la que me motiva cuando he tenido un día de mierda, 
la que me empuja cuando estoy parado frente a la oportunidad de mi vida, 
la que me hace reír como la primera vez cuando repite tres veces el mismo chiste, 

la única que puede romperme 

a risas.

viernes, 26 de junio de 2015

Te acordarás

Te acordarás de mí a las 8 y 50, 
a la hora muerta, 
a las trescientas vueltas a la Gran Manzana, 
a las mil veces que suene el revólver, 
a las doscientas guerras que empiezan -contigo- 
y terminan sin mí,  
a los dieciocho gritos al vacío 
y la única respuesta que recibas sea el propio eco de tu voz, 
a las treinta verdades que te harán ver la gran mentira, 
a la segunda pasada por el bar donde me ahogaba 
y te llamaba primero.

Te acordarás de mí 
cuando no suene tu teléfono más de dos veces de la misma persona, 
cuando camines en otoño y pases inconscientemente sobre las hojas secas, 
cuando sea invierno y necesites un abrazo, 
cuando en Nochevieja pidas un deseo para el próximo año, 
cuando tu canción favorita te haga llorar tres veces seguidas, 
cuando veas una película de amor de Woody Allen, 
cuando al ver el retrovisor del coche alejándose de aquella cabaña, 
cuando mires una estrella fugaz, 
cuando estés por quemar ropa vieja. 

Te acordarás de mí 
al verme en una fotografía 
donde no tenía que forzar la sonrisa, 
al leer algún trozo de poesía sobre las ruinas de la ciudad, 
al encontrarme en algún fragmento de algún libro. 

Te acordarás de mí, 
porque hay quien te inmortaliza 
cuando decide escribirte. 
Y yo, 
a ti, 
te he escrito para que seas eterna.

jueves, 25 de junio de 2015

Zaragoza

Hacer daño puede resultar la cosa más sencilla del mundo; 
lo realmente difícil es reparar el desastre de después, 
las sonrisas tristes
y los ojos nostálgicos. 

Yo echo de menos a Zaragoza.

Echo de menos a mi abuela 
y a mi tía que murió de cáncer. 

De un tiempo para acá 
me encargo única y exclusivamente 
a ser destrucción 
cuando no tengo a nadie alrededor. 
Por las noches me pongo a llorar
como un loco empedernido 
y grito salvajemente al puto incendio 
que convirtió en cenizas 
lo único que amaba 
y por lo que hubiese metido, no sólo las manos, 
sino hasta el alma al fuego por ello.

Echo de menos el sonido de la risa 
de mi abuelo que no puedo abrazar a diario, 
porque tengo varios kilómetros atravesados 
que me impiden hacerlo, 
a veces ríe por teléfono 
y me pregunta cómo estoy
y se me hacen nudos en la garganta. 

Lo cierto aquí, es que,
daría hasta la más diminuta de mis sonrisas 
por ver sonreír a mi madre 
y que le vuelvan a brillar de nuevo sus ojos. 

Ojalá pidiendo con todas las fuerzas de la química
regresara todo lo que echo de menos: 
los días donde el sol calentaba, 
las risas por un chiste muy malo,
las cervezas de un viernes por la noche con viejos amigos, 
las conversaciones hasta la madrugada, cara a cara, 
sin la necesidad de utilizar móvil. 

Parte de mis momentos más felices 
los he vivido contigo, 
y por eso te los debo a ti. 
Algún día, 
o en algún rincón del mundo 
donde podamos ser nosotros 
sin escondernos bajo un disfraz, 
te diré que te quiero como nunca he querido a nadie. 
Y nos tomaremos de la mano,
nos arroparemos las esperanzas 
y que, por fin, el frío de adentro saldrá 
y solamente será un clima más 
que me recordará cómo estuve en algún tiempo. 

Y caminaré, 
no sé adónde, 
pero contigo. 
Y ya no me importará el dónde 
porque mi lugar favorito siempre has sido tú, 
pasarán las estaciones
los meses, 
e incluso los años
antes de que vuelva a ser yo 
-el mismo de siempre-, 
pero nunca me hagas quemar quién soy, 
porque dentro de unos años 
también seré 
el chico del ayer.

Muchas veces olvido la razón
el motivo que me hizo volverme agresivo con el corazón 
y se me hace añicos todo por dentro, 
la razón me aconseja que me tranquilice, 
pero cómo hacerlo si tengo a alguien que me mueve 
cielo, 
mar 
y tierra 
sin siquiera estar. 
A lo mejor eso es a lo que verdaderamente llamamos amor.

miércoles, 24 de junio de 2015

Soy yo, en un mismo cuerpo

Todos los calendarios que quemé 
cuando necesité de tus besos, 
los incendios a los que me aferré 
cuando eché de menos tu boca, 
los clavos que me ataron de pies a cabeza 
y me impidieron gritar lo que sentía 
en el momento 
y cuando finalmente pude sacarlo:
fue demasiado tarde. 
Ya nadie creía en mí, 
ni en mis palabras 
ni en mis versos.
Ya nadie estaba esperándome con los brazos abiertos, 
todas las puertas se me cerraron de un portazo 
que tambaleó mis cimientos
y mis raíces tuvieron miedo. 

Después de ciertos abrazos, 
a mitad de un aeropuerto, 
no volví a ser tan completo 
-como presumía-. 
Pero vuelvo a hacer de las mías, 
llamándote a mitad de una canción.

Pero una noche hasta los cuervos 
tuvieron miedo, 
hasta la oscuridad tembló 
cuando supe quién era. 
Ya no volví a ser el mismo entonces, 
me dediqué a buscar, en el mismo camino 
donde perdí mis partes, lo que era. 
Pero es contradictorio suplicar besos 
si tú ya no quieres que te muerdan, 
porque hasta esas mordidas te hacen sangrar. 

Las veces en las que te leí 
en la madrugada, 
fueron las que me hicieron sangrar 
desde las grietas 
y me hicieron darme cuenta 
de lo perdido que había estado 
antes de que tú llegaras. 

Soy turista de la vida, 
de los azares del destino 
y de los caminos que me llevan a ti. 

Soy naufrago del mar interno 
que llevas en tus ojos 
y de la musa que se hace llamar soledad. 

He comprendido a la vida cuando he visto a mi madre reír, 
pero la he odiado cuando hizo invierno en sus ojos. 
Yo echo de menos a mi hermana libre
a la que no está atada a ningún pensamiento 
ni a rutinas. 
Tengo fe en que algún día volverá a ser la misma de antes, 
esa que se enojaba y maldecía ser infeliz, 
la que soñaba con ser algún día escritora 
y volar como un colibrí.

He visto caer tronos, reinos y palacios 
que juraron que nunca caerían; 
y he visto resurgir desde el desastre 
a la ciudad menos poblada, 
y a la vez, 
la más hermosa. 

También he visto cómo,
algunas veces, 
son las piedras las que comienzan a tropezar contigo, 
a lo mejor es que se sienten demasiado solas 
y buscan, por lo mínimo, que alguien logre sentirlas. 

Chicos, qué sé yo, 
si lo tengo todo teniendo nada 
y tengo nada teniéndolo todo.

Brian, 
Estuardo 
y Benjamín 
en un mismo cuerpo. 
He sido Brian, el acosado y el marginado de la vida, 
el que se encerraba y soñaba con brillar como una estrella; 
Estuardo, el hijo perdido que nunca supo encontrar su lugar en el mundo; 
y Benjamín, el que escribe sobre la tristeza de los dos chicos anteriores.

lunes, 22 de junio de 2015

Nashville

Le gustaba estar dentro de guerras 
si era por ver qué película ver, 
y a mitad de una escena de amor, 
le daba por morderse los labios 
y luego me le tiraba encima 
y le mordía las orejas. 

Creía que la vida era un prólogo 
de una historia que viene después de morir, 
pero con ella viví la mitad de las mías:
los 7 besos antes de una amanecer, 
las 7 caricias después de un atardecer 
y un "me voy para siempre,
y quiero despertar contigo al lado". 
Huir no tenía otro concepto, 
mas que irme lejos 
con ella.

Se metía a la cama, 
y se tapaba con toda la sábana, 
luego jugábamos dentro 
y le hacía cosquillas en la panza
y me suplicaba para que parara, 
aunque después quería que volviera a lo mismo, 
porque los mejores paisajes son vistas a cualquier lado 
si tienes a la persona correcta ahí donde estás tú.

Se metía hasta en mi cabeza 
y era ella quien decidía qué sueños sí 
y qué pesadillas no. 

La mayor parte del día 
se la pasaba escuchando a 1975 
y caminando por Nashville, 
conociendo a gente, 
aunque fue de esas que, 
por más que llegas a conocerla, 
nunca terminas de hacerlo. 

Era un misterio que cualquiera querría descubrir, 
analizar 
y volver a callar.

Era de armas tomar;
de corazones, también. 
Tiene entre sus manos la magia 
que tiene el universo, 
deja polvo de estrella 
en cada lugar que va, 
en cada cosa que hace 
y en cada persona que toca. 

Si llegas a entrar a ella, 
no saldrás siendo la misma persona, 
no saldrás cuerdo, 
no saldrás completo, 
ni siquiera saldrás sabiendo quién eres. 
Te perderás, 
te volverás loco en una milésima de segundo 
al mirarla por primera vez 
y después te harás adicto a sus caderas en frenesí. 

Tiene la mirada profunda -como un pozo sin fin-, 
se le dilatan las pupilas al ver al ayer 
y se le hace un nudo en el estómago 
imposible de desamarrar. 

Y entonces me dijo:

"Amor, vamos a cometer el error más grande de nuestras siete vidas", 

y la besé. 

Algo, en aquella fracción de segundo y en aquel lugar nunca volvieron a ser iguales. Desde entonces apruebo la teoría de que a veces no son las personas quienes cambian, sino los lugares.

Aquella vez fuimos nosotros los que brillamos.

miércoles, 17 de junio de 2015

Vértigo

Los momentos que han merecido la pena, son heridas que siempre se mantienen abiertas. 
Queman. 
Sangran. 
Son grietas por donde respirar, 
vivir, 
anochecer. 
Pero qué amanecer era verte dormir. 

Con razón era amante de tus ruinas, 
porque mis rodillas estaban tan débiles 
que no podía mantenerme de pie si no era
sosteniéndome de ellas.

Por la madrugaba tarareaba alguna canción de Radiohead 
cerca de tu oído
y el cielo se ponía más oscuro, 
pero nos abrazábamos 
como si nada en el mundo 
pudiese solucionar nuestra mierda; 
como si nadie -más que nosotros- 
pudiese juntar todas los cristales rotos. 
Y cerrabamos los ojos 
como si eso solucionase la mayor parte de nuestro desastre 
y que al abrirlos encontraríamos la calma al final de la tormenta. 
Tal vez no arreglaba nada, pero es bonito cuando es posible imaginar algo con lo que has soñado toda tu vida, con alguien.

Te juro, cariño, 
que por nada cambiaría un segundo contigo, 
por horas, 
días,
semanas 
o años  
con alguien que no seas tú. 

Y me herías 
de una forma 
que me parecía preciosa. 
Porque tú fuiste, eres y serás siempre 
ese corte que me gusta cómo duele. 

Es que, algún día, 
alguien me dijo 
que las mejores cosas 
son
instantes que se tatúan sin tinta. 

Y que vértigo es mirar a futuro 
y no saber dónde caer 
-no encontrar tu lugar-. 
Yo siempre te dije eso, 
y tú siempre me decías que 
siempre tendría un lugar: 
en ti. 
Y eso, como decirlo, 
supera a cualquier futuro incierto, 
al mapa más exacto de un turista. 
Porque las personas una vez que se conocen, 
no pueden desconocerse jamás, 
así pase mucho invierno de por medio, 
y muchas noches, 
y muchos días, 
y muchas canciones.

lunes, 15 de junio de 2015

Una chica en llamas

Era de las que lo apostaban todo aunque sólo tuviesen empacada la sonrisa en la maleta rumbo a ninguna parte. Cogía el tren, pero no le importaba el dónde, porque simple y sencillamente era de las que, así les pasara la vida por la cara, no se molestaría en mover un dedo para saludarle. Más bien, era de las que le meterían una patada en el culo y saldrían corriendo y le gritaría a lo lejos "¡jódete, puta!". 

La gente dice que la han visto en lugares de mala muerte, pero qué sabrán si no conocen ni siquiera uno de sus mayores miedos, que es, ser olvidada. Odia el olvido, yo nunca podré borrarla, aunque quisiera hacerlo. Pero eso, ella no lo sabe. 

La vida es un camino donde encuentras a muchas personas, pero sólo las mejores suelen quedarse. Pero algunas lo hacen, no porque quieran, sino porque no quieren ser una molestia. Y dicen que irse a tiempo es evitarse ser una lágrima en cualquier noche de recuerdos.

Y yo, que fui naufrago de sus peores noches en vela, puedo declarar estado de emergencia y calamidad.
Se ponía a llorar como si nada en el mundo le hiciese sentir bien.

Y cuando yo caía en sus redes, era imposible salir después. Tenía que arañar, rasguñar y gritar desde el vacío. En su corazón tenía un frío insoportable, tanto que llegó a quemarme. Me dejó carbonizados los sentimientos.

Una chica en llamas.

Joder, está rota. 
Lo digo porque toqué fondo en ella. 

Le hicieron muchísimo daño, ahora ya no sabe mirar a los atardeceres sin una sonrisa de por medio, sin que su mirada no refleje el dolor que tanto le cuesta sanar. 

A veces, casi siempre, un minuto a su lado se recuerda por años. Porque sabe a eternidad.

Era magia pura, sin hechizos ni trucos, hizo que mi alma perdida encontrara el valle en el que andar descalzo por las madrugadas, buscando rastros de lo que un día fue. Pero lo que ya pasó, desgraciadamente, no vuelve a ser dos veces.

Se condenó a pasar sus días echando de menos, porque le dieron a elegir entre quién duerme y quién se jode la noche recordando.  Y ella, siempre fue fiel al recuerdo, aunque se muerda los dientes al ser eso que el viento se lleva. Pero prefiere ser la que la olviden, a olvidar.

A mí me gustaría cruzarme, en más de alguna ocasión, con su mirada. Ver que no ha cambiado, que sigue siendo la misma chica que le gusta aterrizar en brazos, y que reparte besos al mundo. Y abrazos. Y mucho, pero que mucho amor por delante de sus miedos.

domingo, 14 de junio de 2015

No te olvides de mí

Pero, mírame: estoy cayendo en un lugar en el que no he pisado antes, en el que todas las brújulas me señalan que adonde debo ir, es a ti. Lo sé, estoy perdido, jodido, enfurecido y jodidamente podrido por dentro. Ya nadie habla de mí como tú lo hacías con ese brillo en los ojos, todo habla de destrucción continua y sin salvación. 

Yo quise, más que salvar vidas, salvar idas. Quise que te quedaras. Que te quedaras por muchos años -por no decir: para siempre-. Que me apretaras la mano cuando tuvieses miedo y que fuera la primera persona de la que te acordaras cuando alguien te preguntara en qué estás pensando.
Maldito punto intermediario que me separa de tus brazos. Maldito asfalto. Maldita tú, que me esclavizaste a tu piel y luego fue un puto incendio que terminó quemando el futuro. 

Y pensar en lo triste que es ver cómo se hace cenizas -frente a tus ojos- lo que quieres construir con alguien; el lugar, las esperanzas, todo lo que pusiste en ello: las ganas, las ilusiones, todo. 

Después, lo único que queda, es polvo.
Y no nos olvidemos de la devastación.

A veces siento que estoy en una caída en un abismo sin fondo 
y que tú no vendrás a salvarme; 
a veces siento que estoy por volverme cuerdo 
y que tú no vendrás a sacarme a bailar. 
Hay noches en las que me da por desviar la mirada a la luna 
y querer que tú me eches de menos. 
De que, en cualquier día de estos, saldrás corriendo 
y tocarás la puerta, 
o entrarás por la ventana 
y te veré al otro lado de la cama.
Y haremos temblar al frío. 


Siempre creo futuros a tu lado, 
aunque tú no quieras compartirlos conmigo, 
aunque por dentro me esté muriendo 
por irte a buscar, 
pero ya te he visto con otro de la mano, 
ya otro te saca a bailar, 
ya otro te regala rosas, 
ya otro te provoca suspiros. 
Pero, amor, alguien puede amarte mucho, 
pero no tanto -como yo-. 
Ojalá lo entiendas, 
no, 
ojalá nunca entiendas este desastre de palabras.

Y pienso en lo triste que soy yo sin ti, 
y en lo feliz que eres tú sin mí. 
En lo infeliz, 
en lo miserable 
que uno puede sentirse a veces en algunos rincones de la vida.

Que me olviden todos, 
pero tú, 
por favor,
no te olvides de mí.
Ya pagaré mi condena con tu recuerdo.

jueves, 11 de junio de 2015

No volví a saber de ella nunca más

Y qué voy a saber yo de la vida, 
si cuando era pequeño conocí a una niña que le gustaba pincharse los dedos con las espinas de las rosas. Era pelirroja, y tenía unas pecas preciosas. Y una luna en medio de su constelación de estrellas que formaban sus pestañas. Tuviste que verla y ver cómo le colgaban hasta sus ojos.

Y cuando estaba a punto de cortar una rosa para regalársela, me decía "¿Qué estás haciendo, gilipollas?"

Y comprendí que no puedes llevarle la contraria a quien tiene la razón, a lo que es correcto. A veces se nos olvida que, por muy bonitas que sean las cosas, no debemos hacerles daño. Aunque eso, muchas veces, pasa por alto. Pasamos las vías del tren dispuestos a lo que viene, a soportar el tren sobre nuestras costillas y a no quejarnos después del dolor de nuestras decisiones, aunque por dentro se nos carcoman las esperanzas. 

Aunque yo siempre fui de llevarle la contraria en todo porque me gustaba verla enfadada, y me ponía los ojos en blanco para luego echarse a reír.

Y entonces cuando le contaba sobre mis teorías y mis metáforas sobre la vida y el universo, sonreía y se le saltaban unos hoyuelos en los que construir un hogar, con vistas preciosas a un bosque. Porque una vez me contó que quería vivir en un árbol, como un pájaro.

Era una puta barbaridad verla entre todos esos colores rojizos al final de la tarde, mientras el viento le alborotaba el pelo. Y yo no sabía si ella estaba viendo al atardecer o si el atardecer la contemplaba a ella. Desde entonces comencé a creer en la perfección que guardan las pequeñas cosas.

La simetría de su boca era parecida a la de una mariposa. Y volaba, no sé cuántas veces la vi volar por el cielo gris y siempre que me veía me invitaba a jugar con la lluvia, con las nubes que estaban por explotar. Y la vi caer no sé cuántas otras también, y reía cuando se hacía una herida o cuando se raspaba las rodillas.

Ella no soñaba con ser princesa, sino con ser heroína. No quería que la salvaran, quería salvar a cuantos perdidos se encontrara y tratar de encontrarles su lugar en el mundo. Y que no solamente fuesen coordenadas sin sentido. 

Quería buscarle razones a la tristeza y quitarle motivos a la felicidad, porque, según ella, la felicidad mientras no tenga un porqué o un por quién, es mucho mejor. 

Pero un día, no sé cómo, ya no volví a verla. 

La busqué, lo juro que la busqué hasta por debajo de las sombras de los árboles -que era donde más le gustaba estar-. La busqué hasta un punto donde yo me perdí tratando de encontrarla. Todos fueron intentos fallidos. 

Sus vecinos me dijeron que sus padres se habían mudado a Inglaterra. 

No encontré rastros de su mirada en otros incendios.

Y desde entonces creo encontrar un poquito de ella en otras chicas, pero algo que sé que nunca encontraré será: a ella. Porque dicen que los primeros amores nunca se olvidan, y las chicas que vinieron después pude olvidarlas con dificultad, pero ella aún está presente en mi vida. Aún me ilumina las noches, aún me abraza por las madrugadas.

Lo último que recuerdo fue el brillo de sus dientes a mitad de una sonrisa. 

Y si algún día la ves, dile que la mitad de mi vida la he gastado en echarla de menos y que la otra la gastaré en escribir sobre ella.

martes, 9 de junio de 2015

Impermeable

Hoy he cogido un atajo que no me llevará a ti, dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero a mí siempre me ha resultado todo lo contrario: me llevan a tus brazos. Caigo en esa maldita lista de personas que se rinden al primer recuerdo y que se dejan vencer cuando una sonrisa les declara los atardeceres más bonitos. Mis labios se paralizaron, pero estuvieron a punto de decirte "quédate, amor. la guerra pronto llega y el invierno, también". Y fui tan gilipollas, que no me di cuenta que tú lo provocarías todo con tu partida. Que las nubes nunca me resultaron tan tristes como cuando se pusieron a llorar conmigo cuando les conté sobre ti, y el cielo comenzó a venirse abajo con toda su tristeza. "Qué bonito sería tenerte entre mis brazos y compartir manta", decía mientras soltaba un suspiro. El frío comenzó a entrar por la habitación, congelando y haciendo temblar a todos tus recuerdos y a todas las sonrisas de las fotografías. No sé por qué cojones tengo la manía de pensar tanto en ti, en cada laguna mental que nos faltó naufragar y ver qué era lo que pasaba en el interior, porque las cosas de por sí nunca han sido fáciles. Nunca me resultaron tan bien como te resultó a ti hacerme reír como si el dolor nunca hubiese echado sus raíces en mí. Como si la tristeza nunca hubiese nacido.

Si un día vuelves a verme y no encuentras al chico que conociste, hazme el favor de no recordármelo, no me recuerdes a ese idiota, a ese gilipollas que gastó su séptima vida en intentar olvidarte. Así es, intentar no da resultado positivo. No querré saber de ese del que tanto hablaba de ti con sus amigos y sus ojos se le llenaban de brillo solar. El que se le aceleraba el corazón cuando las primeras veces fueron contigo, y le temblaban las piernas. Y tú me sujetabas para no caer. 

Si un día me echas de menos, recuerda que ya no vivo en la misma avenida, ni en la misma ciudad. Me he mudado, por desgracia, por aquí también se habla de ti. Parece que todos tratan de recordarte, pero me niego a hacerlo, no porque me hagas mal, es todo lo contrario, tú fuiste algo así como el invierno con el campo marchito, donde todo se pinta de colores grises y después que pasa la tormenta comienzan a brotar los colores bonitos. No quiero recordarte, porque sé que si alguien lo hace, saldré corriendo y me daré cuenta de que tú nunca intentarás recordarme. Y es muy doloroso darse cuenta de lo que tus ojos se niegan a ver, pero tu mente ya sabe.

Nunca fui tan sincero con alguien, hasta que te encontré. Y me sacaste todos los trapos sucios al sol, todos los secretos inconfesables, todas las manías ocultas, los sentimientos que se rehusaban a salir del escondite. Me mostraste el lado más oscuro de los sueños, la peor parte de mí y, después y a pesar de todo, decidiste quedarte por un largo tiempo. Deshacer las maletas en un lugar que para muchos es inhabitable, porque si algo me define en estos momentos es eso: 

impermeable. 

De ti.

viernes, 5 de junio de 2015

Lana

Ella es una de esas chicas
que si se fuese en piyama 
a la oportunidad de su vida, 
sonreiría y se la darían 
sin pensarlo dos veces. 
Es la que lleva la mirada cuesta abajo 
y su bandera a tres metros sobre el cielo.
Y su lema lo lleva oculto bajo la falda 
y lleva tatuado parte de su verso favorito: 

"And I swear that I don't have a gun".

Es una de esas chicas que revolucionan 
cada continente que pisan, 
cada tristeza en risas,
y son risas las que saca con el sonido de la suya.
La que se fuma un cigarrillo a mitad de la noche 
y deja ver toda la mierda que carga encima, 
todo lo que le pesa en los hombros, 
las espinas que le sangran la cabeza. 

No muestra su espalda, 
porque está llena de puñales; 
ni su corazón, 
porque está lleno de balazos.

Es la chica que abraza a distancia, 
que hace añicos los imposibles, 
que rompe cada rutina por el simple hecho 
de sentir la libertad entre sus manos, 

la que lo destruye todo para volverlo a armar, 
la que te provoca suspiros y la que también te quita el oxígeno. 
La que estremece a Galicia cuando visita a sus abuelos, 
la que hace soñar a Roma con una ciudad sin ruinas, 
la que le prende fuego a Atocha.

La que te puede poner los ojos rojos de tanto reír al estar, 
pero también los ojos hinchados de tanto llorar 
al momento de su partida.

Se resiste a dejar sus clases de francés, 
aunque nunca quiera ir a Francia. 
Se rehúsa a mudarse fuera de su habitación 
porque no sabe cuál es su lugar ni adónde ir.

Es la chica que folla con Guns N' Roses tocando de fondo 
y el invierno le parece demasiado triste, 
por eso siempre tiene a su gato al lado, 
él es quien la ha visto en sus peores infiernos 
quemarse, 
hacerse cenizas 
y resucitar en una canción. 

Es de las que por fuera aparentan ser cuerdas, 
pero que por dentro gritan como locas. 
Colecciona balazos en el baúl de recuerdos, 
pero siempre es una sonrisa la que termina matándola.

jueves, 4 de junio de 2015

Abrazos, balazos

Las palabras que nunca me dijiste
son las que ahora me hablan constantemente en mi cabeza,
con las que puedo tener conversaciones largas
y noches en vela.
No debí acostumbrarme a ti, de eso estoy seguro.

Ahora veo al cielo con la esperanza de que tú me eches de menos,
de que pienses en mí aunque sea una vez al día
y ser la medicina para el mal de una vida que, como la tuya,
es desastre.
Y yo siempre quise ser sastre de tus grietas.

Se me hace inevitable no recordarte
al pasar por aquella plaza en la que está escrito:
el amor no es ciegue, 
es que los ciegos somos nosotros.

Hace frío adentro, 
entra.

Ojalá pudiese incendiar el maldito asfalto que nos separa,

ojalá pudiese prenderle fuego al frío que hace escarcha al borde de mi caja torácica.

Qué forma de volverme loco
por tus caderas en frenesí,

hasta la persona más cuerda
hubiese perdido la puta razón
al verte bailar. 
Y brillar.

Y tú que llegabas corriendo a abrazarme 
porque nadie creía en ti, 
pero yo creía en cada tropiezo, 
en cada caída. 

Y comprendí que los abrazos 
son balazos que se proclaman en silencio.  

Me ha dado por pensar
en lo poco que tú me necesitas,
que desde que tú me echas de tu vida
soy sólo un retazo de lo que quisiste que fuera.

Estoy entre el chico de tus sueños y el de tus pesadillas,
eras una chica de metáforas,
de matar monstruos por delante del miedo,

y yo era tan de lanzarme a un precipicio sin saber el vicio
que
es
tu
boca.

Y tú pensabas que hablar de derrumbes
era hablar de ti,
porque nunca supiste mantenerte de pie
sin que en los próximos segundos se escuchara un colapso.

Ningún camino te llevó a Roma,
todas las salidas de emergencia supieron a jaula.
Podrás pasarte la vida entera huyendo,
evitándome,
pero algún día nuestras narices chocarán de nuevo.
Y de algo estoy seguro:
a lo mejor,
ya no seamos los mismos.

Joder.

Te echo de menos:
un poco más que ayer.

No sabes lo que es echar de menos a una chica como tú.

martes, 2 de junio de 2015

Auxilium!

Y todavía me pregunto cosas que no tienen sentido, le doy vueltas a situaciones que para el resto serían ya parte del pasado, pero no funciona conmigo, no funciono de esa forma. Yo, no sé si es por inercia o por estupidez, suelo recordar cómo me hicieron la herida. Si me sonrieron, si me apuñalaron mientras me abrazaban, o si fueron directo al grano. 

La música que sonaba de fondo mientras bailaba un vals con las ausencias, y me llevaba la pistola a las sien, y reía tan fuerte que las persianas se estremecían, mis vecinos siendo espectadores de mi propia destrucción. El teléfono sonando como un loco de remate, y yo, posiblemente, estaría en el quinto sueño de una pesadilla que nunca termina. Los monstruos suelen ser mejor compañía que muchos que conozco. Por eso los abrazo, los alimento y, de vez en cuando, les echo un vistazo para cerciorarme de que duerman tranquilamente, para que ningún humano venga a asustarlos. Porque el miedo se encuentra dentro de nosotros, y no en el exterior. Y, me pregunto, ¿qué pasaría si, un día, todos decidieran mirarse por dentro? Y dejar de ver lo rotos que están por fuera. 

Ya nadie habla de esas veces en las que tienes noches de mierda y lo único que te hace falta es que no te haga falta nadie, es decir, no tener ese vacío constante. Que se llene de todo, menos de alguien, porque sabes que las personas se van demasiado pronto, dura más mientras vienen, que la despedida.

Ya nadie habla de los poetas que siendo cuerdos sienten perder la cabeza cuando miran desde el techo a una chica que les hace perder la puta razón y les parece precioso lanzarse desde el tejado, aun sabiendo que no hay nada que amortiguará su caída.

Ya nadie habla de las musas que no quieren ser retractadas en un verso, ni en ningún lienzo.

Ya nadie lee los efectos secundarios que puede causar pensar demasiado en alguien que no puede estar donde tú quieres, quiero decir, dentro. En ese hueco que espera ser llenado algún día de un jardín precioso, con sol, y verano. Donde despertarse y hacer café por las madrugadas.

Ya nadie suele descifrar la mirada de la chica de los ojos tristes. Porque no dice nada, suele pedir auxilio desde adentro, desde donde nadie puede escucharla y entonces quiere encontrar la salida de emergencia de una sala que no tiene vistas al mar. 

Y si te refieres al amor, 

él ya está cansado de nosotros.