domingo, 28 de febrero de 2016

Águilas, décadas, supervivencia



Porque quién nos enseña a ser fuertes sino es uno mismo cuando empieza a comprender, que a entender más las cosas.

Nada de lo que fue, será; pero hay un presente que todo merece. Porque yo te quiero a morir, te declaro la guerra en cada invierno y en nombre del amor te digo que eres mi vulnerabilidad, mi debilidad, mi inestabilidad.

Yo me limito a vivir, ya cuando tenga 70 años podré contar los daños y las heridas, pero mientras siga teniendo 20, seguiré riendo mientras tropiezo con mi piedra favorita, llorando en mi almohada que todo lo sabe, seguiré por instinto a mis sentimientos. Somos jóvenes, salvajes y libres. Tenemos a nuestra disposición las llaves del mundo y la salida de emergencia de él.

Conduzco en la carretera abierta. Hay una enorme diferencia entre ser libre y sentirse libre, aunque siempre habrá quien te diga que jamás podrás serlo en esta vida, por la cantidad de pensamientos que te pesan en la mente, de sentimientos que colapsan el corazón. Es bueno, de vez en cuando, formatear cabeza y corazón, para sentirse vacío, nuevo, es bueno estrenarse aunque sea una vez en cada década. Volver a nacer, como las águilas. Es bueno desplumarse cada cierto tiempo, para que vuelvan a crecerte plumas nuevas.

¿Lo sabes, cierto? Que te quiero a morir, como se quieren las cosas que te hacen daño. Con esa rutina, esa necesidad y necedad, como los corazones rotos, supongo. Y pongo sobre la mesa y a tu disposición el contrato de supervivencia, porque personas en tu lugar ya se hubiesen declarado rendidas. Ya estuviesen muertas. Pero tú estás aquí, contando tu historia de superación y no quejándote eternamente de tus caídas y recaídas. Jamás te gustó ser víctima sino heroína.

Sueños californianos, brisa veraniega, chispas en el aire, noches cortas, amores fugaces, veranos en el corazón, open road, feelings and summer nights.

Tengo una increíble y extraña obsesión por las cosas rotas, las noches de invierno, los libros viejos, el aroma a amores pasajeros.

Vive la vida o deja que ella viva por ti. Tú decides.

viernes, 26 de febrero de 2016

Brindo

Este día quiero brindar por lo que se ha ido, por lo que está y por lo que estará. Más que todo, quiero brindar por ti, que eres más fuerte que la heroína y más adictiva que un par de besos a mediados de noviembre. Por las veces que trasnoché porque la vida se había puesto tacones y había salido a caminar conmigo de la mano a joder a unos cuantos enamorados que tan perdidos y tan dañados estaban ante sus te quieros. 

Mas que brindar por aquellos que están durante el día, quiero hacerlo por los que están de madrugada, que son esos, sin ir más lejos, los que están todo el tiempo, así haya mucha distancia y frío de intermedio. Porque con ellos se comparte un poco más que lágrimas, un poco más que abrazos y un poco más que noches.

Brindo por mis ceros, más que por mis dieces. Por mis abucheos, más que por mis aplausos. Para amar, amar de verdad quise decir, se necesita muchísimo más que unas cuantas palabras sin sentimiento. Para aprender se necesita muchísimo más que un te echo de menos. Sobre todo, brindo por aquellos que valoran mi presencia antes que ésta se convierta en ausencia, porque con ellos aprendí que es más fácil herir que ser herido. 

Brindo por las irremediables e interminables caídas, donde me partí la boca por algo que sabía que valía la pena. Y que lo valió. Porque si te paras a pensar que lo que buscas es algo insignificante, siempre será algo, y no un evento extraordinario, fuera de lo común, de lo normal, fuera de este mundo. Porque si miras bien, si te asomas un poquito por la ventana de tus sueños, encontrarás vistas preciosas, que te recordarán por qué estás persiguiéndolas. No se persigue lo que hace daño sino lo que hace bien. Y lo que hace bien siempre son nuestros sueños, las ilusiones que ponemos en ellos, las esperanzas de algún día realizarlos. Lo que hace bien va más allá de nuestras expectativas, porque es una de las pocas cosas que merecen ser encontradas.

Brindo por lo que se ha ido y dejó un hueco que nadie jamás llegará a ocupar, porque lo diseñó tal cual a su medida. Y con medida no me refiero a espacio, sino a la amplitud de las raíces que echó, capaces de cortar cualquier distancia y de romper cualquier atadura. ¿Sabes? Llega un punto en el que te detienes y te pones a pensar que, después de las heridas, también vale la pena seguir intentándolo, caminando en el mismo camino de piedras, porque algún día, éstas sólo te enseñan a bailar y ya no te cortan los pies.

Brindo por todas esas veces que pasaron desapercibidas, porque incluso los ciegos miran muchísimas más cosas de las que miramos nosotros.

Brindo por haberte despedido y no haber sido herida. Hay quien es herida con el tiempo y hay quien es herida en el tiempo. Y, sinceramente, no sé qué es peor, porque a veces me destapo la piel y veo que hay más de las que me gustaría que hubiesen, pero entonces te recuerdo al ser quien me enseñó a enseñarlas con orgullo, porque ellas, decías, son la historia más honesta que una boca no podrá contar jamás.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Por si esta es nuestar última vez



Hola, soy yo otra vez. He venido a decirte que te quiero, a pesar de todo, a pasar del tiempo. Me he visto al espejo y me ha salido una arruga en ese rincón de mi rostro donde planificaste un eterno verano. Nos estamos haciendo viejos, ahora que no estás qué difícil resulta lo que en un principio parecía pan comido.

Qué difíciles son las noches: enfrentarlas, soportarlas, sufrirlas. Esta noche me doy cuenta de que no debí preguntar nada, debí de permanecer en silencio, si hablar fue lo que dejó heridas. Ojalá pudiese retroceder el tiempo para plantarte un beso donde puse una excusa; un abrazo donde puse un “hasta pronto”; un “te quiero” donde puse un “no sé qué cojones siento”. No logro comprenderme, ¿es que acaso tú sí lograste hacerlo? A que no, jamás supe cómo dejar de ser interrogativa y las personas como yo, que son pregunta, encuentran la respuesta a todo en alguien.

Sé que en toda historia está quien sale herido y quien sale debiendo, ¿pero qué pasa si quien sale debiendo también sale herido? No intento justificarme, pero qué pasa cuando la vida te pone a prueba y no sabes cómo salir del laberinto sino perdiéndote más y más, hasta llegar a un punto donde te dices a ti mismo “ya no puedo con esto, me doy por vencido”. Pero sigues perdiéndote en cada avenida a la que vas. Porque, déjame recordarte: no todos hemos cogido la técnica para salir de los agujeros a los que caemos. Algunos aún estamos metidos dentro. Y no sabes cuánta soledad hace aquí.

Todo lo que debí hacer fue quedarme quieto, mirándote, contemplándote humana, ver cómo anochecías. Ver cómo tu pelo visitaba tu cara y cómo, entre sonrisa, te lo acomodabas detrás de la oreja, mientras me veías de reojo. Y tus hoyuelos eran un lugar en el que construir todos los futuros que he soñado a lo largo de mi vida. Y decirte que mi vida no sería la misma sin ti, porque fuiste el punto ápice, la montaña más alta que he escalado para ver las estrellas que nacen cuando tu desastre y el mío colisionan. El desastre, para nada es malo, si es algo bonito lo que nace cuando dos se conocen.

Abrazarte por si esta era nuestra última vez, que lo fue: fue nuestra última noche. El instante que marcó un antes y un después tras habernos hecho pedazos intentando construir algo juntos. Nos desplomamos las alas por un cielo que no merecía ni un céntimo de nuestras ganas de volar. De enamorarnos. De amarnos. De quedarnos uno con el otro como se quedan los amantes tras haberse echado muchísimo de menos, tras haber comprendido que no podían vivir el uno sin el otro. Qué importa si existen las almas gemelas o las medias naranjas, si con el tiempo te vas dando cuenta que lo importante es entender que la otra parte está en uno, cuando encuentra la persona indicada que nos hace descubrir esa parte que, como la luna, está oculta, pero siempre fue nuestra, siempre estuvo ahí, esperando a que la descubriéramos.

Permíteme decirte, por si esta es nuestra última vez: Jamás fuimos polos opuestos, aunque siempre hubo algo que nos separó. Llámalo vida, destino o el camino que nos llevó a la misma Roma, pero que uno de los dos supo cómo salir. Las veces en las que te dije que te fueras, fueron las mismas en las que te supliqué, por favor, no, no me dejes. Porque si lo haces, sé que jamás volveré a encontrarnos. Créeme cuando te digo que lo más bonito fue haber coincidido. Yo qué sé, a lo mejor fue en el desastre, pero bien dicen que lo mejor siempre se encuentra donde nadie mira, porque algo ha de brillar dentro de aquellas tristes vistas. No dudes ni un segundo cuando vuelvas a sentirme, o cuando, viendo algún atardecer, un escalofrío te recuerde a mí y de lo mío, de lo nuestro, de lo que fue y estalló fugaz y brutalmente. Porque hay recuerdos, como el tuyo, que golpean fuerte por las noches. Salimos heridos, de eso ya se encarga el corazón de contabilizar las heridas que aún nos hacen tiritar cuando se nos pasa una vaga idea de lo que ya nada volverá.

Dame fuerzas para seguir, porque tu recuerdo pesa muchísimo más que toda mi alma que, por cierto, tan dañada está.

Espera, no te vayas. Aún no. No ves que el invierno llegó y hace frío. Vamos a acostarnos en el sofá y a ver tu película favorita, en la que los protagonistas fuera de escena, son enemigos declarados. Quiero oler tu piel, morder tu labio inferior, sentir la calidez de tus brazos.

Ya nada queda, mi vida. Todo se lo ha llevado el tiempo y él también nos ha llevado a nosotros. Estoy al otro lado de esta soledad, viendo a la esperanza surcar el cielo y la ilusión hacerse añicos.

Dejaré todo lo que fui contigo en esta habitación gris, que mañana no será más que otro lugar en el mundo, un hueco vacío pero que en el fondo, si se busca bien, se encuentran los restos de dos que se amaron hasta hacerse ceniza.

lunes, 22 de febrero de 2016

Ascensor

Y me miras.
Me miras porque soy un desastre.
Un desastre que no pasa desapercibido por tantos daños.
Y, de pronto, tu sonrisa se adhiere a mis heridas,
en busca de sanación de las mismas,
y ellas no hacen otra cosa que dejarse lamer por la ilusión
y la esperanza otra vez.
Otra vez las cicatrices vuelven a abrirse
sólo para que tú entres
y le des paso continuo de tu vida en la mía.

A veces pienso que vivir es muy parecido a un ascensor,
vas ascendiendo o descendiendo.
Y mientras tanto,
te limitas a mirar,
a quedarte en silencio,
a ver al otro de reojo,
a esperar mientras llegas,
a precipitarte,
a coger vértigo.

A veces me siento como esa canción olvidada,
como los restos del dolor convertidos en arte, 
como ese libro que jamás llegarás a leer 
porque nadie te lo recomienda.
Ya decides tú que es porque no es bueno 
o porque no quiere compartirlo contigo. 

En más de alguna línea ajena he visto arder mi infierno,
no sabes lo bonito que llega a ser leerte a ti mismo
en el fuego de otro. 
Bonito o terrible. 

A veces me siento el blanco perfecto 
de una bala que no busca herirme, 
pero que consigue hacerme un hueco
donde cualquiera puede entrar y salir
cuando
donde quiera.

Ya sabrás tú de las causas perdidas,
de las mariposas muertas en el estómago, 
de la última esperanza que envejece mientras espera
algo que la mente le grita: "ve a por ello,
jamás llegará de esta forma".

Algunas bocas brillan mientras sonríen,
mientras besan, 
o mientras callan. 
Y comprender que sonreír, besar y callar
es la mejor forma de dar a por culo a la vida.

lunes, 15 de febrero de 2016

Fotografía

Sé que ha terminado. 
Los papeles están puestos sobre la mesa
y ella ha desaparecido, 
sólo ha dejado un folio en el que se despide
como siempre me daba los buenos días. 

Hay una tasa de café en la mesa de la cocina, 
según las evidencias, 
planeó todo un insomnio
sino es que más de uno, 
el cierre de la cremallera de su vida.  

Es el inicio de un nuevo día, 
8 de agosto, 
7:00 a.m.
pero para mí significa el sepelio 
de una de mis grandes razones 
para seguir.
Hoy me visto de luto, 
enterraré lo que me dio vida,
aliento. 

El cielo se viste de un gris triste, 
el mundo se me cae en los pies 
y el jodido universo no conspiró a mi favor
jamás. 

Nunca le dije 
cuánto me había descarrilado mi vida 
para hacerme mejor persona.
Siempre he sido un desastre
con respecto al amor
pero ella fue la excepción  
a cada una de mis imposibilidades. 

Porque hay quien te lleva a ver camas, 
pero ella me llevó a ver mundos, 
unos precioso que guardaba dentro de sí 
y me parecieron un bonito refugio
para esas veces cuando el mundo es una cucaracha 
que me persigue para arrebatarme la sonrisa.

Lo cierto, es que la vi siendo incendio, 
el cual jamás llegué a saber cómo apagar, 
porque ella era quien se rociaba con gasolina.

Tiene una fiesta en su estomago que no la deja dormir, 
es divertida
se ríe a menudo,
es capaz de tranquilizar cualquier guerra. 

Sé que ha terminado 
porque veo a los lados
y la veo en uno de ellos,
pero ya no me habla, 
ni me abraza: 
sólo me mira 
y me sonríe 
siendo fotografía.