martes, 31 de mayo de 2016

Manos

—¿Y ahora qué sigue? —Le pregunté por primera vez, incluso la pregunta daba miedo de por sí, no sabía si aquel atardecer significaba el final de todo o la continuación de una historia a medias.

Ella calló.
Su silencio no decía nada, pero tampoco me decía algo su mirada. Era como si, muy en el fondo, supiese la respuesta sin saber cómo decirla. Y entonces comprendí que no todos lo silencios duelen, algunos intentan sanarte, o evitar destruirte. Una paz que jamás había experimentado se asomó a aquel lugar y sólo se escuchaba cómo el viento intentaba llevarse las hojas de los árboles y ellos se resistían a que se las llevase. Y pienso que lo mismo nos pasa a nosotros: nos da miedo desprendernos de algunas partes, porque son nuestras, tan nuestras que nos aterroriza perderlas.

Intentaba ahogarme en el vaso que ya no tenía, porque me importó más verlo, que sentirlo. Y ahora cómo decir que lo siento, siento tanto no haberte visto cuando esa nube negra cernió sobre ti y desde entonces no paras de relampaguear.

—No hay nada que perdonar. —Me dijo, como si me hubiese leído el pensamiento—. He sido invierno —apartó su mirada, llevándola hacia aquella estrella que comenzaba a sobresalir en el cielo medio oscuro. Y mientras anochecía, solía brillar, pero no aquella noche. Algo pasaba. El magnetismo se rompió, de repente.

No era necesario tener un reloj para darse cuenta de que era demasiado tarde, ya el tono de su voz lo decía todo, incluso lo que jamás me dijo.

Seguían nuestras manos entrelazadas, y recuerdo la vez que nuestras vidas hicieron lo mismo. Y me entristezco al pensar que no volveré a verla mañana, ni a oler su perfume, ni a moderle sus labios algodón.

—¿Sabes? —Me dijo—. Jamás me olvidaré de nosotros. —Una lágrima recorría su hermoso y triste rostro. Y tan de pronto se convirtió en tormenta.
—Yo tampoco me olvidaré de lo nuestro. —Le prometí mientras nuestras manos empezaban a desenredarse por sí solas.

Y, al final, comprendí que después de haber soltado cierta mano, uno jamás vuelve a agarrar igual.

domingo, 29 de mayo de 2016

Mundos

Era un mundo tan grande, en el que solía eternizar las sonrisas y poetizar el dolor. Llámame como cualquier loco de ciudad, que prefería salir y hacer revolución, que estar en un sofá esperando la evolución de una raza que fue una causa perdida desde el momento que decidió dejarse matar.

Yo soy un león que escribe desde la sutileza de una caricia de una madre hasta la brutalidad de un beso de despedida, desde un abrazo de aeropuerto hasta el aterrizaje de un quédate entre los labios cortados.

Yo soy un huracán que arrasa con todo lo que tenga enfrente, pero que estaría dispuesto a no perder el vaso antes de verlo medio lleno o medio vacío.

Era un mundo tan grande, en el que solíamos perdernos y encontrarnos era parte de nuestros sueños. Desenterrar lo que no está muerto y darle sagrada sepultura a esas personas que no permiten que conozcamos mundo más allá de ellas.

Abrocharse los cinturones, entender que la vida está llena de turbulencias y si uno no está cuando debe estar, lo que termina pasando es que ya no está en ninguna parte y cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde para pedir perdón o tan siquiera para regresar y en silencio darles un abrazo.

Más allá de la tristeza, hay un lugar precioso donde el sol no es tan solitario ni las noches tan imposibles, las estrellas nacen en cualquier oasis y se dejan ver a través de los ojos de alguien, porque más allá de todo, hay personas que tienen un universo entre las pupilas y eso puede significar el desenlace de una historia tridimensional.

Soy un tiburón y me ahogo hasta tocar fondo. Nadie dijo que sólo con agua te puedes ahogar. Hay pensamientos que te hunden, sentimientos que te hacen sentir miserable, recuerdos que te quitan el aliento, el pensamiento y hasta el sentimiento.

Era un mundo en tinieblas, frío y sombrío por donde lo vieses. Lo veía todo a distancia para luego cerrar los ojos y sentir cómo el viento, así como viene, también se va. Y me siento viento. Me voy y no sé adónde exactamente va a parar él. No sé adónde voy a parar yo.

Soy un chico con desenlaces fatales y consecuencias inmortales. Soy aquel que no cierra la puerta, que se queda inmóvil viendo cómo todo su mundo se desmorona al ritmo de unos pasos alejándose. Aquel que su mirada la perdió mientras no dejaba de pensar en lo bonito que sería que te hubieses girado y me vieneses a abrazar corriendo. Corriendo. Corriendo.

viernes, 27 de mayo de 2016

Corre

Corre.
Sálvate de mí.
Sálvate de esta guerra que evocan mis manos
deslizándose por los pliegues de tu falda.

Corre.
Sálvate de este cuervo que busca tus ojos tristes,
de este sinsentido que busca alguien que le encuentre uno.
Y no huya al ver que en su mirada hace demasiado tarde,
pero que en su sonrisa aún marcan las doce de la medianoche.

Sólo cierra tus ojos
y corre.
Sálvate de esta alma putrefacta 
que posee en sus manos el arma
que algún día disparará 
y será el Dorian de algún retrato.

Corre rápido y lejos.
Sálvate de este tren hacia ninguna parte,
de esta perdición que emana mi sonrisa
cuando lo que es: un francotirador hacia todas partes.
Libérate de ser una víctima.

Corre.
Deshazte de mi foto.
Quema el resto de mi sonrisa del cepillo que te llevaste.
No me llames para buscarme, porque sabes que te encontraré.
Sálvate de esta guerra que busca amor;
de este cuervo que busca refugio;
de este fuego que busca un hogar.
Sácame de tu jaula torácica.

Corre.
O abrázame.
Sé el mar que traiga las olas que calmen el tormento que yace dentro.

Corre.
Pero, por favor, no huyas.

Corre
y siente la magia de algún día ser alcanzada.

martes, 24 de mayo de 2016

Radiación

Siempre habrá más heridas que sonrisas que recordar, porque si nos ponemos a contabilizar lo nuestro en la vida, acabaremos perdiendo la cuenta de las veces que nos han rasgado algo más que piel.

Hace domingo en tu vida, pero en la mía aún es aquel día. Ya no recuerdo si es martes por la tarde o sábado por la noche. Hay sucesos donde te quedas a vivir por tiempo indefinido y algunas personas te pregunta por qué, pero dudo que alguien que no haya estado en tu lugar sepa entender que a veces no es uno el que se queda porque quiere, sino que hay algo que aún te toma de la mano desde aquel momento, lugar o persona. Cuánta distancia hace entre hoy y de donde estuvimos hace unos años. Cuánto hemos cambiado la forma de ver las cosas, cuánto hemos comprendido la vida y qué alto es el precio de la felicidad.

Aún no hemos platicado del futuro que encandila nuestra mirada, pero soy de los chicos que prefieren vivir y a ver qué pasa mañana: me gusta sorprenderme, emocionarme, coger aliento tras un fuerte dolor de panza de tanto reír contigo. Me gusta cuando las pequeñas cosas hacen a las grandes personas. Esas que saben lo que tienen cuando lo tienen, no cuando ha desaparecido y queda la sensación de que fue un fantasma que nunca existió.

A mi ventana llegan muchos de mis fantasmas. Fui ciego, lo acepto. ¿Pero cómo no iba a serlo si una luz como la tuya se asomó por donde el sol me sale por las mañanas? Desde entonces fue que preferí el brillo de tu sonrisa, que los rayos de él. Da igual, muchas sonrisas tienen radiación.

lunes, 23 de mayo de 2016

Cactus



La llamaré Cactus. Como una planta hiriente y a la vez inofensiva si no la tocas. Pero hay quien la abrazó en su momento y no le importó llevar sus espinas como recuerdo. O como lección de no abrazar lo que te hace daño.

Un día se fue de sí y jamás volvió. Porque hay viajes de los cuales uno jamás regresa: a veces de algún abrazo, otras veces de alguna despedida. O de un último beso. Y si logras regresar, jamás vuelves completo, porque en aquel preciso momento te dejaste en el otro, sin importar si él llevase toda su vida tus espinas.

Recuerdo que sonaba Radiohead cuando se rompió y el atardecer no dejaba de sonreírle, y de su mirada perdida jamás regresó siendo la misma desde entonces. 

“You’re just like an angel, your skin makes me cry”.

Y me dijo: 

Yo sólo he buscado la forma más simple de amar la vida, pero cómo amas lo que jamás sentiste, lo que jamás viviste, abrazaste, que ni siquiera viste sus colores. Dime cómo.
 
He estado viviendo sola la mayor parte de mi vida y ni siquiera me importa, pero es que llega un momento en el que quieres que alguien, tan siquiera una vez en la vida, te diga que has parado su mundo, que lo has puesto boca bajo. Alguien que no se ahogue cuando te piensa ni que se muera cuando estés dentro de él. Alguien que quiera pasar todos sus domingos a tu lado.

Ben, yo sólo he querido ser feliz en un intento fallido. Colorearle los días a alguien, quedarme tumbada todo el día abrazándole cuando es invierno, ser el verano que le falte en sus días grises.

¿Cómo bailar en una tormenta que te duele?, me preguntó al final.
 
Aquel día cerró los ojos y el viento se la llevó al lugar donde las miradas perdidas van a parar. Más adelante comprendí lo que sus últimas palabras significaban:

Su tormenta fue alguien.
Alguien que le terminó rompiendo sus lagrimales, sus corazas y presiento que también su corazón.

Y a día de hoy, Cactus, llueve en alguna ciudad del mundo, en busca de alguien que salga a bailar bajo ella.

jueves, 19 de mayo de 2016

Discúlpame

Aquí hace mucha soledad y frío. Las cicatrices bailan al ritmo de las despedidas. Y yo sigo sonriendo como si el mundo no se me viniese encima con toda la furia después de haber dejado los colmillos por lo que quiero. 

Discúlpame si desconfío, pero una vez confíe y me hicieron daño. Me destrozaron la más bonito que tenía: las ganas de reír. Y después de eso, ya nada. Porque hay cosas que te hacen perder la noción del tiempo, sin embargo, también hay otras que te hacen querer romper todos los putos relojes. Ojalá el tiempo sólo transcurriese mientras eres feliz, porque cuando estás triste las horas son imposibles.

El tiempo jamás me curó, fui yo quien cogió las fuerzas suficientes para decirme a mí mismo joder, Benjamín, cósete la heridas. Lo que yo quería deciros es que qué sabrá la gente de las puntadas que nos damos mientras no dejamos de sonreírle a la vida. Cuesta creer que, poco a poco, nos vamos convirtiendo en un álbum lleno de sonrisas y grietas que más adelante enseñaremos a quienes quieran conocer la historia de nuestro desastre. El por qué somos así.

Discúlpame si soy frío, pero una vez fui fuego y quemé a cuantos estuvieron ahí. Fui una llama que las circunstancias convirtieron en un infierno personificado. Y las personas en quienes creía y a quienes amaba, se fueron alejando, porque a nadie le gusta quemarse. A nadie le gusta que el fuego le abrace hasta convertirlo en cenizas. A nadie le gusta que el viento se lo lleve luego de haber sido alguien.

Discúlpame si soy hiriente, pero una vez fui yo la herida y otro el cuchillo. Me clavaron de la forma más vil y cruel que existe donde había puesto mi confianza. Se aprovecharon de que era una persona que jamás decía no, que siempre sonreía a pesar de estar tapándose los agujeros por donde se desangraba.

Discúlpame, pero esta habitación ha sido testigo de las veces que confié y me fallaron; de las veces que me fallé a mí mismo; de las veces que pensé que acertaría, pero en realidad el pasado terminó disparándose hacia mí; de las veces que le sonreí a quien me había quitado una razón para hacerlo.

Este es el desastre del que todos hablan, 
el imposible de alcanzar que le gritan a alguien que está a punto de lograrlo,
la venda en los ojos, porque el amor es ciego,
las circunstancias que te empujan al vacío,
la vista de aquel atardecer que te vio romperte,
la vereda que te llevó al refugio,
la razón o el motivo de por qué sigues aquí.

domingo, 15 de mayo de 2016

27

Ella sólo busca que la quieran en su forma, 
y no en las millones que existen.
Quiere que la quieran única
y no cualquiera.

Vive la vida despeinada,
fumándose un peta en cada esquina,
llorando en la barra del mismo bar que lleva su nombre,
yendo de taxi en taxi detrás del amor de su vida
que olvidó decirle cuándo iba a ser la próxima cita.

Tiene la mirada clavada donde todos, pero mira como nadie.

Es una chica sin filtros,
sin pelos en la lengua,
sin ataduras en el corazón.
Dice lo que tiene que decir
y siente lo que no quiere sentir.

Es la gata que camina por los tejados a medianoche
en busca de una caricia
y huye al primer roce.

Es tan única 
que ni siquiera la encuentras en un libro,
ni en una fragancia
ni en un paisaje.

Lo de sus ojeras ya nos lo cuentan las canciones,
lo de su sonrisa ya nos lo cuentan las interminables veces en las que tuvo que partirse para ser la chica valiente que ahora es,
porque eso si: un día tuvo tanto miedo, que no tuvo otra opción que secarse las lágrimas y tomar al toro por los cuernos que dicho sea de paso: ya los llevaba clavados en el pecho.

Ella es el sol de The Beatles,
la paciencia de Guns N' Roses
la satisfacción de los Rolling Stones;
la voz rota de Kurt,
la sonrisa fugaz de Amy,
la mirada perdida de Jim,
el espíritu rebelde de Janis.

Jamás se ha rendido por nada,
aunque muchas veces lo ha hecho por alguien.
Lo ha dejado todo por un abrazo 
y ha hecho estallar esa presión del pecho
contra otro pecho.
Dos corazones que laten al compás
es música para cualquier sentimiento.

No la catalogues como una chica rota,
porque no lo es,
lo que sí es:
una chica que lleva mil guerras perdidas en la mirada
y mil cicatrices bajo la sonrisa. 

miércoles, 11 de mayo de 2016

La nicotina de una vida sin cigarros

A veces sólo quiero que me digas: no me esperes más días, sé feliz sin mí a todas horas. Y no perder más trenes, porque parte de la vida ya la he perdido en esperarte, mi vida. Gasto mis noches en vela, mis ojeras llevan tu nombre en letra traslúcida y en cursiva llevan escritas todo lo que jamás te dije.

Después de este huracán, he llegado a la conclusión de que las personas que más quieres son también, en cierta medida, las que más noches de lágrimas te dejan sobre la almohada. Y cómo decirte que desde que no estás, comparto el estribillo de una canción triste con las estrellas y ellas ya no buscan ser fugaces para cualquiera, porque se cansaron de cumplir deseos como si no tuviésemos los suficientes cojones como para cumplirlos por nuestra cuenta.

Desde que no estás, he caído de nuevo en la nicotina. Me fumo dos petas antes de entender que la vida a veces es un tornado y otras veces es quien te da las palmadas en la espalda cuando lo has perdido todo. A veces es quien te empuja y otras veces es quien se tumba a tu lado. Incluso ella está muy jodida e irremediablemente rota, me lo ha contado el mismo pájaro que me ha dicho que me has olvidado. Vale, si no llegas a reconocerme cara a cara, pues ojalá me reconozcas por este escrito que lleva tu nombre. Ojalá que ni terminando la primera línea y ya te acuerdes de mí, y te des cuenta de que nadie te escribe tan bien como lo hago yo.

Hay que ver desde otros ojos, entender desde otras mentes, aprender desde otras heridas, vivir desde otros mundos para algún día poder decir firmemente que nuestro lugar no es tan inestable como lo es el de otros. 

Yo sólo quiero que tan siquiera una vez en la vida me salves sin preguntar el porqué de mis infinitos tropiezos con la misma piedra. Y que no me digas nada, que te acerques como si fueses aquella tormenta que se ve venir a lo lejos y que de pronto ya cae fuertemente. Sólo busco eso. Acaso ¿es tan difícil pedir que te quedes un ratito más?

Huele como si me estuviese acercando a donde un día armé la maleta y me fui sin mirar atrás. Y es que el mundo puede no girar al revés, pero muchas veces te lleva al lugar donde prometiste nunca volver. Y aquí me tienes: abriendo viejas heridas.

Quemo mis mapas,
pierdo mis nortes,
reconstruyo de nuevo la añoranza, 
tiro a la basura las miradas tristes,
desempolvo mi sonrisa que dejé perdida en algún rincón de esta casa,
quito las cortinas,
abrazo las fotografías para luego tirarlas a la chimenea, mientras me siento en el viejo sofá que da vista a donde solía soñar con algún llenar los marcos con las mismas fotografías que están ardiendo.

Esta es mi catarsis,
mi huracán
y mi salvavidas.

Esta es mi vida envuelta en humo tóxico.  

martes, 10 de mayo de 2016

Quédate conmigo

Es que yo ya no sé cómo empezar historias, sino hablando del final. Y ella lucía preciosa aquel día mientras las estrellas se ponían en su mirada. 

Yo te prometo —le dije llevarte a otro mundo. Uno en donde los dos nos sintamos a gusto con quienes somos. 

Y me sonrió, pero su sonrisa fue una pistola llena de espinas, porque las balas ya las llevaba como recuerdo o como lección.

Y es que el amor te deja sobre la mesa el contrato de supervivencia una vez que el otro decide irse. Y ahora cómo se supone que debo seguir sin ti, si el nudo en la garganta me sofoca. Si siento que me ahogas cuando antes me hacías volar.

Espera. O espérame en algún rincón de tu soledad.
Aguarda. O guárdame un pedacito de página antes de que decidas quemar nuestra historia.

Tal vez no fui el héroe que en todo libro se supone que debe haber. No supe salvarte, sino empujarte a ese abismo que tanto miedo te dio caer; quiero decir, a enamorarte de alguien como yo.

Lo siento si rompí todas tus expectativas, ya que no soy el fuerte de la historia. Me guardo partes de los que se van en mi caja torácica, que en realidad es una jaula que encarcela mi corazón. Y abro mis pulmones para meter tus últimos suspiros antes de caminar en otra dirección.

Quédate con la peor versión de mí, que es la mejor cara que poseo de la moneda. Recuerda siempre que ahí un día hubo alguien que estuvo dispuesto a poner en orden hasta su cordura, cuando el desastre era él. Y nadie impidió que se hiciera semejante daño. Los locos buscan que los quieran con todo y su locura.

Quédate con las veces en las que maldije tu existencia y tu nombre lo escupí al aire. 

Quédate con el chico malo que jamás presentaste a tus padres, con el que mandaste a callar y a tomar por culo, con el que jamás te enorgullecerías de envejecer con él. Quédate conmigo. Y no me sueltes jamás.