lunes, 26 de diciembre de 2016

Flor en campo de batalla

Ella tiene tanta ternura en el alma
como infierno en las manos.
Es una chica de metáforas,
de sonrisas tristes,
de momentos inolvidables,
de paseos de un minuto,
de recuerdos que perduran en tiempo, distancia y amores.

Coge vértigo cuando se enamora,
le tiene miedo a no estar a la altura del amor,
a pensar más que a sentir
y destrozarlo todo.

Es trascendental,
imparable,
invernal;
lleva la locura al borde del límite
y corre a mil kilómetros por suspiro.

A simple vista,
luce tranquila como el mar,
pero si la conoces a fondo,
verás cuán dañada está.
No te arrastrará a su desastre,
pero querrás ser parte de él.
Querrás ser parte del baile,
de la música que suena en sus ojos,
de la película que se reproduce en su mirada:
es una película,
una canción,
un poema
sin siquiera saberlo.

Todo lo que toca lo convierte en cenizas para los ojos que la ven,
pero para quien la mira con paciencia, de esas cenizas, siempre nace una flor,
una flor en campo de batalla:
sus lágrimas son sus corazas,
su corazón es su escudo,
y siempre va con la armadura por delante,
protegiendo a los suyos.

Se consume en un eterno infierno
mientras se sujeta el cinturón
y lo intenta de nuevo.
Porque es la chica que no se da por rendida tan fácil,
es la chica de los infinitos intentos.

Te desea las buenas noches en silencio,
suspira en su habitación
y se lanza a su cama como si se lanzase a un abismo,
en una irremediable caída.
Sus ojos cuentan la historia,
su sonrisa cuenta su historia,
sus cicatrices cuentan su historia,
y gracias a su historia es por lo que decidió cambiar.
Cambiar de aire,
de pensamiento,
de ciudad,
de personas.
Se mudó a un lugar en donde sólo existe
ella y su soledad.
Y ambas sonríen mientras ven el sol nacer en el horizonte.

sábado, 10 de diciembre de 2016

¿Qué soy si no soy lo que tú quieres que sea?

No soy prototipo ni estereotipo,
ni una figura a la que moldear
ni una cara bonita ni fea,
ni un cuerpo gordo ni delgado,
ni unos granitos ni unas arrugas,
ni unos tenis Nike,
ni una talla
ni un qué bonita te queda esa camisa.

No soy tu apunte de dedo ni tu murmureo,
ni tu comentario ni tu crítica,
ni tu ideal ni tu realismo,
ni tu pasado ni tu presente ni quizá tu futuro.

No soy un Marlboro entre dedos,
ni una bala atorada en el pecho,
ni los puñales que llevo clavados en la espalda,
ni la forma en que me comporto
ni en la que pienso
ni en la que siento.

No soy los adioses que he dicho
ni las apretadas de mano que he dado,
ni las palabras que me he tragado,
ni los silencios que he reproducido,
ni los infiernos en los que he ardido.

No soy el desborde de ningún río
ni el desemboque a ningún mar.

No soy el chico de mis sueños,
ni qué pesadilla de chico,
ni el se ve buena persona,
ni el ojalá se quisiera un poco más.

No soy los colores que visto,
ni la vulnerabilidad de las madrugadas,
ni los inviernos anhelando volver atrás,
ni la sinfonía de una plena ni caótica.

NO SOY TUS CONCEPTOS,
NI LOS MÍOS:
SOY. ASÍ. SIN MÁS.
DEL VERBO SER.
Y QUÉ BONITO.
Y QUÉ TERRIBLE. PARA TI, DIGO.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Luna

Unos venimos. Otros vamos.

La vida es un constante ir a no sé quién y huir desde no sé dónde. Que nos arropen las esperanzas antes de que venga el frío de las desilusiones a llenarlas de escarcha en los bordes.

Quedarse a esperar al otro, aun sabiendo que nos quedaremos solos al final de la canción. Que hará tormenta fuera y que nadie estará para abrazarnos. Para limpiarnos el parabrisas cuando lloramos y no tenemos cómo prender las luces de emergencia. Para quitarnos los ojos tristes ni para poner la mirada perdida en su lugar.

Es que, un día, sin previo aviso, termina pasando lo que un día temimos que pasara. Y ahí vamos a desencadenar los fantasmas que teníamos atados al pasado, y vuelven a volar alrededor nuestro, recordándonos que, tarde o temprano, caemos de nuevo al abismo. A un vicio tan dañino e indestructible, como lo es la soledad.

A cierta distancia, el amor, resulta ser otro. Alguien que, en lugar de contarnos las estrellas, prefiera contarnos los defectos que nos adornan el cuerpo, que haga constelaciones con nuestros sentimientos porque nosotros ya no podemos cómo organizar ni siquiera nuestros pensamientos. Que entienda que somos un caso perdido y que, aún así, quiera arreglarnos.

El amor es entender que habrá más días grises en la habitación, que días en los que mirar la tormenta por la ventana. Y que nos ame y no nos desarme con el disparo fatal al que llaman olvido.

No sé, pero a mí la vida siempre me ha parecido la resaca del día de después, la piedra con la que tropiezas por inercia, la ola utópica que te arrastra hasta sumergirte en el océano, el cataclismo que te cambia.

Y veo venir, entonces, al precipicio del que me enamoré: de sus extremos, su profundidad, su clima. Y esta vez creo que estaré para siempre en una constante caída.

Allí me encontraba yo, de frente, mirándole directo a los ojos, a ese pozo oscuro y dañino desde donde vi cómo la luna llena, poco a poco, va convirtiéndose en una terrible y total oscuridad, pero también cómo desde esa nada se convierte en un diamante en el cielo.

Por siempre Laura

Laura está enredada en su constelación de pensamientos, piensa que está perdida cuando ve la luna a medias. Suspira al verse por dentro y comprobar que todo está en ruinas.

Es una chica a la que se le dan fatal las alturas y camina en dirección contraria a la que la vida le indica que debe ir.

Siempre ha roto las rutinas, las costumbres y los corazones.

Abraza con la leve esperanza de ser curada, pero es al contrario: siempre es la que termina curando. Termina siendo la cura cuando ella es la herida. Y por eso lleva la mirada puesta donde van a parar las estrellas; es decir, en la nada.

Es la gata que camina por Madrid, en busca de un ronroneo en plena noche, buscando algún coche que la lleve a ver de cerca sus miedos.

Todo lo que toca, lo inmortaliza, o lo deja llorando. A quien besa, le compone la primera y el invierno si es necesario, aunque es la chica que se comería todas las nubes grises para que jamás conozcas la tristeza que trae consigo la tormenta.

Tiene un cosmos precioso dentro de sus intenciones y la metamorfosis hace tiempo que dejó de coserle las alas. Hoy anda a cuestas y con los hombros caídos, y la mirada no sé dónde, y la sonrisa no sé cómo, y el amor no sé cuándo.

Joder, ¿por qué las chicas tristes son las más preciosas? Tienen no sé qué, que cuando se les ve reír, es como si la magia y los amaneceres, juntos y a la vez, se personificaran. A veces pienso que son un producto de un conjunto de todos esos pequeños detalles que, día a día, pasan desapercibidos, y que años más tarde, te das cuenta de que eran los que hacían único el momento y tu vida.

Y no sé por qué razón, motivo o circunstancia, la encuentro siempre que cierro los ojos.

Todos nos vamos a morir

Que todos nos vamos a morir, que sí, que llegará el día de nuestra partida, pero antes nos llevaremos todo lo vivido: las risas, las sonrisas, las personas que nos hicieron felices, los otoños, los viajes, los amigos, el amor, el fuego, los abrazos que nos hicieron estremecer, los besos que nos hicieron epicentro, las miradas que nos convirtieron en aeropuertos, las manos que nos llevaron a conocer el mundo sin siquiera movernos un centímetro.
Hay gente que es el túnel, y otra que es la luz al final de él. Siempre, pero siempre hay que disfrutar y prestar atención a cada paso que damos, porque volver atrás, correr hacia lo irreversible, es una utopía. La más jodida y puta de todas.
Hoy vengo a decirte a ti, sí, a ti que lees esto, que posiblemente mañana no estarás, pero que hoy tienes unos pulmones que te permiten respirar, unas piernas que te dirigen al futuro, una voz que marca territorio aunque estés perdido, unas manos que pueden escribir la libertad.
Venga, joder. La vida, a veces, es un momento, alguien, un sentir, un lamentar, un escalofrío: porque no se mide por tiempo, sino por intensidad. Cuánto te hace sentir lo que sientes hoy.
Las cicatrices están y siempre estarán. Despreocúpate por lo que no tiene remedio y preocúpate por lo que aún tiene solución. No todo en la vida es llorar y sentirse miserable, también es compartir lo que tienes miedo de escasear, enseñar a otros a levantarse, darle una mano a quien sólo ve puñales, un abrazo alentador al enfermo, un aquí estoy porque al día de mañana no sé dónde estaré, y te quiero porque no tengo otra forma de ser.
Quítate los disfraces y desnúdate hasta quedar vulnerable, porque si siempre tienes miedo, lo que termina pasando es que todos huyen al primer roce de miradas. Ponle un hasta aquí a las inseguridades, a los miedos, a las manías, a las ataduras, a las cárceles internas; deja que el corazón deje de ser una jaula para ese pájaro que quiere volar alto. Alto. Alto.
Que sí, el mundo es feo, infernal, caótico. Pero es donde nos tocó enfrentarlo, aquí, ahora. Ponte las armaduras y quítate las corazas, vamos a luchar, pero lucharemos sintiendo fuera de los límites establecidos. Rebalsaremos el vaso medio lleno, medio vacío; vaciaremos el mar en el desierto, pondremos las estrellas en su lugar: dentro, para que no seamos solamente oscuridad. Seremos huracanes para todos aquellos que pretenden ser dolor sentimental.

Navidad bajo cero

Siento que han pasado entre nosotros un millón de años. Que más que ver si estoy haciendo lo correcto o no, veo cada una de las estrellas como posibles tropiezos en mi vida. Me lo dijiste un día, mientras estabas leyendo tu libro favorito, que el mal también termina de venir. Y que si no estaba preparado para enfrentarlo, él sería quien me convertiría en una especie rara de cosas sin sentido.

Perdona, tengo que coger un poco de aliento antes de continuar escribiendo, siento que mi pecho está por estallar al recordar cuando estabas a mi lado, compartiendo tu sonrisa que opacaba al resto y provocaba volverse loco por ella.

Las risas de mis vecinos se escuchan como alguna película de Hollywood, en donde la Navidad ha llegado y con ella llegan también los amigos, las posadas; los familiares que te preguntar si ya tienes novio o novia, o el porqué de tu corte de pelo o el madura, ya no eres joven de tus padres. Pero nadie sabe que la respuesta a esas preguntas te las ha dado el mismo año que ellos nombran el mejor de todos. 

Esta fecha es colores, luces, fuegos artificiales, pero cierta gente se viste a oscuras por dentro. Para que nadie la vea, para brillar junto con los que ya se fueron, decirles bajito al oído que ha sido un año duro, pero que no piensas rendirte. Jamás. O mientras te duren las fuerzas… o los motivos para seguir intentándolo. 

Ya van dos, o quizás trescientas veces en las que me he equivocado de bando y que la casualidad más bonita fue haber sonreído al mismo tiempo con alguien. Comprobar que algunas cosas te dejan con las alas bien fuertes y resistentes al cambio de clima.

Igual hoy no, esta Navidad toca pasarla a solas. A solas, porque para algunos, celebrarla con los fantasmas de los que un día estuvieron es cosa de locos.

No sé quién da más miedo: si compartir con fantasmas o compartir con gente que está muerta.

Las Chicas de Saturno

Eme ama a Ema;
Ema ama a Lola;
Lola ama a Soledad.
Cuatro chicas amándose utópicamente,
destrozándose los lagrimales por un beso
o por un ¿quieres ser mi novia?

Eme llora a escondidas en el armario,
Ema llora a escondidas bajo la canción,
Lola llora a escondidas tras la pared de la cocina,
Soledad sonríe a escondidas entre la oscuridad.
Cuatro chicas, cuatro imposibles,
cuatro canciones, cuatro balas.

Viven en un mundo,
un mundo lleno de espinas,
de abrazos revólver,
de despedidas que crean bucle,
de un concierto a solas en donde eres
y siempre serás,
un beso que rompe
y jamás cura.

Amores que se deben y jamás se pagan,
amores no correspondidos e imposibles que se persiguen,
amores en pleno día y amores en plena tormenta,
amores que te hacen tiritar y amores que te hacen temblar,
amores que te hacen el día y amores que te ayudan a componer los rotos,
amores que te dedican tiempo y amores que arrancan el calendario,
amores que te regalan detalles y amores que te regalan días de colores,
amores que te entregan algo más y amores que se quedan sin nada,
amores que miran la hora y amores que ven arder todos los relojes,
amores que te ven como una casualidad y amores que te miran como el más perfecto de los accidentes,
amores en los que posar el regazo en sus piernas y amores en los que dormir,
amores que el viento te trae y amores que el huracán se lleva.

Ema ama a Eme. Eme se marchó.
Soledad ama a Lola. Lola se marchitó.
Rosas, espinas, sangre, crepúsculos, oasis.

Te quiero.
Posdata: me odio tanto por hacerlo.

Te quiero.
Posdata: me pone tiste saberlo.

Te quiero.
Posdata: ¿qué estoy escribiendo?

Te quiero.
Posdata: ojalá me quieras también, aunque ya sea demasiado tarde.

Espejos

Ver un amanecer a orillas del mar, así era verla a ella al otro lado de la cama. Con su inevitable belleza, su innegable magia y su irremediable locura.

Tenía las medidas del infinito y la mirada de un atardecer. Es que, ella, era un conjunto de todos esos eventos inesperados que te suceden y que basta que te pasen una sola vez para dejarte los folios en blanco.

Joder, la quise.

La quise como se quiere lo que un día terminará haciéndote daño, lo que con el tiempo supuestamente sanará, con lo que tienes que enfrentar tu vida una vez que te ha cerrado los ojos para que lo vidente no duela.

Me hizo cerrarme. Me convirtió en una quimera que, a día de hoy, nadie ha sabido cómo abrir de nuevo. Me fue empujando hacia sus límites hasta que, estando frente al abismo, un suspiró fue lo que me sometió a la oscuridad.

En la caída tuve dos opciones: coserme las alas o conocerla a fondo.

Terminé con los huesos rotos y un sinnúmero de fracturas en las costillas. Encendí una vela y me encaminé hacia sus profundidades; a medida que me acercaba, más oscuro resultaba.

Me encontré entonces con una infinidad de espejos, de diferentes tamaños y colores. En cada uno de ellos se reflejaba ella, pero uno, sin duda, fue el que llamó toda mi atención.
Tenía alrededor de 17 o 18 años. Ella lucía un vestido azul marino con peces que le daban vuelta a toda la cintura. Su mirada lucía caóticamente infernal, perdida en el fin, afinando los destrozos que ocasionó aquella vez que le dijeron “no vales nada”, “qué rara eres”, “eres un cero a la izquierda”. Sus brazos eran una cascada rojo oscuro, su piel estaba grietada. Subió dos escalones y la cuerda acarició su cuello.

—¿Estás ahí?
Suspiró en la negrura espesa de la noche, casi se podía tocar lo intangible: el miedo, la angustia, la desesperación.

—Nunca me he ido. —Susurró una voz.