Es un inmaduro. No sabe lo que quiere. Ni siquiera sé si me quiere a mí.
Juega a la ruleta rusa en el amor y siempre es él quien termina
ganando. Pero me dispara sus dientes cuando sonríe y ese es un vicio del
que no puedo huir. Irremediable. Partidario de las más grandes locuras
de mi vida y fundador de en esta vida vives o mejor muérete. Tiene una
forma peculiar de besarme: como si estuviese bebiendo el veneno desde el
envase. Tanto así que, tengo la certeza de que, en un beso me robó y
jamás me devolvió a mi mundo. Y desde entonces vivo a oscuras en el
suyo, al lado de alguien que ama la destrucción de escuchar una canción
triste a las dos de la madrugada. Me muerde los labios cuando está
enojado y me rompe la ropa cuando al mirarme se enamora de un lunar
nuevo que no se había percatado la vez anterior. Porque si algo es, es
eso: un tremendo despistado. A veces no se da cuenta la forma en la que
lo miro cuando mira su serie favorita; o cuando sus labios me parecen
algodón de azúcar, ni cuando está tumbado en la cama y le doy un beso.
Ni cuando le tomo de la mano cuando está del otro lado de la cama; ni
cuando lo abrazo cuando terminamos de hacer el amor mientras tiene la
mirada perdida en la habitación, y la mía perdida en la constelación de
lunares que tiene en su espalda. Mi chico es un inmaduro, un despistado y
un maldito, pero aun así lo amo con una locura desenfrenada: como un
lunático puede amar la luna. No quiero rehabilitarme de él. No quiero. Y
esta vez no tomaré antidepresivos para enfrentar este amor. Es un
maldito bastardo, y sin embargo, I still love him.
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