lunes, 26 de diciembre de 2016

Flor en campo de batalla

Ella tiene tanta ternura en el alma
como infierno en las manos.
Es una chica de metáforas,
de sonrisas tristes,
de momentos inolvidables,
de paseos de un minuto,
de recuerdos que perduran en tiempo, distancia y amores.

Coge vértigo cuando se enamora,
le tiene miedo a no estar a la altura del amor,
a pensar más que a sentir
y destrozarlo todo.

Es trascendental,
imparable,
invernal;
lleva la locura al borde del límite
y corre a mil kilómetros por suspiro.

A simple vista,
luce tranquila como el mar,
pero si la conoces a fondo,
verás cuán dañada está.
No te arrastrará a su desastre,
pero querrás ser parte de él.
Querrás ser parte del baile,
de la música que suena en sus ojos,
de la película que se reproduce en su mirada:
es una película,
una canción,
un poema
sin siquiera saberlo.

Todo lo que toca lo convierte en cenizas para los ojos que la ven,
pero para quien la mira con paciencia, de esas cenizas, siempre nace una flor,
una flor en campo de batalla:
sus lágrimas son sus corazas,
su corazón es su escudo,
y siempre va con la armadura por delante,
protegiendo a los suyos.

Se consume en un eterno infierno
mientras se sujeta el cinturón
y lo intenta de nuevo.
Porque es la chica que no se da por rendida tan fácil,
es la chica de los infinitos intentos.

Te desea las buenas noches en silencio,
suspira en su habitación
y se lanza a su cama como si se lanzase a un abismo,
en una irremediable caída.
Sus ojos cuentan la historia,
su sonrisa cuenta su historia,
sus cicatrices cuentan su historia,
y gracias a su historia es por lo que decidió cambiar.
Cambiar de aire,
de pensamiento,
de ciudad,
de personas.
Se mudó a un lugar en donde sólo existe
ella y su soledad.
Y ambas sonríen mientras ven el sol nacer en el horizonte.

sábado, 10 de diciembre de 2016

¿Qué soy si no soy lo que tú quieres que sea?

No soy prototipo ni estereotipo,
ni una figura a la que moldear
ni una cara bonita ni fea,
ni un cuerpo gordo ni delgado,
ni unos granitos ni unas arrugas,
ni unos tenis Nike,
ni una talla
ni un qué bonita te queda esa camisa.

No soy tu apunte de dedo ni tu murmureo,
ni tu comentario ni tu crítica,
ni tu ideal ni tu realismo,
ni tu pasado ni tu presente ni quizá tu futuro.

No soy un Marlboro entre dedos,
ni una bala atorada en el pecho,
ni los puñales que llevo clavados en la espalda,
ni la forma en que me comporto
ni en la que pienso
ni en la que siento.

No soy los adioses que he dicho
ni las apretadas de mano que he dado,
ni las palabras que me he tragado,
ni los silencios que he reproducido,
ni los infiernos en los que he ardido.

No soy el desborde de ningún río
ni el desemboque a ningún mar.

No soy el chico de mis sueños,
ni qué pesadilla de chico,
ni el se ve buena persona,
ni el ojalá se quisiera un poco más.

No soy los colores que visto,
ni la vulnerabilidad de las madrugadas,
ni los inviernos anhelando volver atrás,
ni la sinfonía de una plena ni caótica.

NO SOY TUS CONCEPTOS,
NI LOS MÍOS:
SOY. ASÍ. SIN MÁS.
DEL VERBO SER.
Y QUÉ BONITO.
Y QUÉ TERRIBLE. PARA TI, DIGO.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Luna

Unos venimos. Otros vamos.

La vida es un constante ir a no sé quién y huir desde no sé dónde. Que nos arropen las esperanzas antes de que venga el frío de las desilusiones a llenarlas de escarcha en los bordes.

Quedarse a esperar al otro, aun sabiendo que nos quedaremos solos al final de la canción. Que hará tormenta fuera y que nadie estará para abrazarnos. Para limpiarnos el parabrisas cuando lloramos y no tenemos cómo prender las luces de emergencia. Para quitarnos los ojos tristes ni para poner la mirada perdida en su lugar.

Es que, un día, sin previo aviso, termina pasando lo que un día temimos que pasara. Y ahí vamos a desencadenar los fantasmas que teníamos atados al pasado, y vuelven a volar alrededor nuestro, recordándonos que, tarde o temprano, caemos de nuevo al abismo. A un vicio tan dañino e indestructible, como lo es la soledad.

A cierta distancia, el amor, resulta ser otro. Alguien que, en lugar de contarnos las estrellas, prefiera contarnos los defectos que nos adornan el cuerpo, que haga constelaciones con nuestros sentimientos porque nosotros ya no podemos cómo organizar ni siquiera nuestros pensamientos. Que entienda que somos un caso perdido y que, aún así, quiera arreglarnos.

El amor es entender que habrá más días grises en la habitación, que días en los que mirar la tormenta por la ventana. Y que nos ame y no nos desarme con el disparo fatal al que llaman olvido.

No sé, pero a mí la vida siempre me ha parecido la resaca del día de después, la piedra con la que tropiezas por inercia, la ola utópica que te arrastra hasta sumergirte en el océano, el cataclismo que te cambia.

Y veo venir, entonces, al precipicio del que me enamoré: de sus extremos, su profundidad, su clima. Y esta vez creo que estaré para siempre en una constante caída.

Allí me encontraba yo, de frente, mirándole directo a los ojos, a ese pozo oscuro y dañino desde donde vi cómo la luna llena, poco a poco, va convirtiéndose en una terrible y total oscuridad, pero también cómo desde esa nada se convierte en un diamante en el cielo.

Por siempre Laura

Laura está enredada en su constelación de pensamientos, piensa que está perdida cuando ve la luna a medias. Suspira al verse por dentro y comprobar que todo está en ruinas.

Es una chica a la que se le dan fatal las alturas y camina en dirección contraria a la que la vida le indica que debe ir.

Siempre ha roto las rutinas, las costumbres y los corazones.

Abraza con la leve esperanza de ser curada, pero es al contrario: siempre es la que termina curando. Termina siendo la cura cuando ella es la herida. Y por eso lleva la mirada puesta donde van a parar las estrellas; es decir, en la nada.

Es la gata que camina por Madrid, en busca de un ronroneo en plena noche, buscando algún coche que la lleve a ver de cerca sus miedos.

Todo lo que toca, lo inmortaliza, o lo deja llorando. A quien besa, le compone la primera y el invierno si es necesario, aunque es la chica que se comería todas las nubes grises para que jamás conozcas la tristeza que trae consigo la tormenta.

Tiene un cosmos precioso dentro de sus intenciones y la metamorfosis hace tiempo que dejó de coserle las alas. Hoy anda a cuestas y con los hombros caídos, y la mirada no sé dónde, y la sonrisa no sé cómo, y el amor no sé cuándo.

Joder, ¿por qué las chicas tristes son las más preciosas? Tienen no sé qué, que cuando se les ve reír, es como si la magia y los amaneceres, juntos y a la vez, se personificaran. A veces pienso que son un producto de un conjunto de todos esos pequeños detalles que, día a día, pasan desapercibidos, y que años más tarde, te das cuenta de que eran los que hacían único el momento y tu vida.

Y no sé por qué razón, motivo o circunstancia, la encuentro siempre que cierro los ojos.

Todos nos vamos a morir

Que todos nos vamos a morir, que sí, que llegará el día de nuestra partida, pero antes nos llevaremos todo lo vivido: las risas, las sonrisas, las personas que nos hicieron felices, los otoños, los viajes, los amigos, el amor, el fuego, los abrazos que nos hicieron estremecer, los besos que nos hicieron epicentro, las miradas que nos convirtieron en aeropuertos, las manos que nos llevaron a conocer el mundo sin siquiera movernos un centímetro.
Hay gente que es el túnel, y otra que es la luz al final de él. Siempre, pero siempre hay que disfrutar y prestar atención a cada paso que damos, porque volver atrás, correr hacia lo irreversible, es una utopía. La más jodida y puta de todas.
Hoy vengo a decirte a ti, sí, a ti que lees esto, que posiblemente mañana no estarás, pero que hoy tienes unos pulmones que te permiten respirar, unas piernas que te dirigen al futuro, una voz que marca territorio aunque estés perdido, unas manos que pueden escribir la libertad.
Venga, joder. La vida, a veces, es un momento, alguien, un sentir, un lamentar, un escalofrío: porque no se mide por tiempo, sino por intensidad. Cuánto te hace sentir lo que sientes hoy.
Las cicatrices están y siempre estarán. Despreocúpate por lo que no tiene remedio y preocúpate por lo que aún tiene solución. No todo en la vida es llorar y sentirse miserable, también es compartir lo que tienes miedo de escasear, enseñar a otros a levantarse, darle una mano a quien sólo ve puñales, un abrazo alentador al enfermo, un aquí estoy porque al día de mañana no sé dónde estaré, y te quiero porque no tengo otra forma de ser.
Quítate los disfraces y desnúdate hasta quedar vulnerable, porque si siempre tienes miedo, lo que termina pasando es que todos huyen al primer roce de miradas. Ponle un hasta aquí a las inseguridades, a los miedos, a las manías, a las ataduras, a las cárceles internas; deja que el corazón deje de ser una jaula para ese pájaro que quiere volar alto. Alto. Alto.
Que sí, el mundo es feo, infernal, caótico. Pero es donde nos tocó enfrentarlo, aquí, ahora. Ponte las armaduras y quítate las corazas, vamos a luchar, pero lucharemos sintiendo fuera de los límites establecidos. Rebalsaremos el vaso medio lleno, medio vacío; vaciaremos el mar en el desierto, pondremos las estrellas en su lugar: dentro, para que no seamos solamente oscuridad. Seremos huracanes para todos aquellos que pretenden ser dolor sentimental.

Navidad bajo cero

Siento que han pasado entre nosotros un millón de años. Que más que ver si estoy haciendo lo correcto o no, veo cada una de las estrellas como posibles tropiezos en mi vida. Me lo dijiste un día, mientras estabas leyendo tu libro favorito, que el mal también termina de venir. Y que si no estaba preparado para enfrentarlo, él sería quien me convertiría en una especie rara de cosas sin sentido.

Perdona, tengo que coger un poco de aliento antes de continuar escribiendo, siento que mi pecho está por estallar al recordar cuando estabas a mi lado, compartiendo tu sonrisa que opacaba al resto y provocaba volverse loco por ella.

Las risas de mis vecinos se escuchan como alguna película de Hollywood, en donde la Navidad ha llegado y con ella llegan también los amigos, las posadas; los familiares que te preguntar si ya tienes novio o novia, o el porqué de tu corte de pelo o el madura, ya no eres joven de tus padres. Pero nadie sabe que la respuesta a esas preguntas te las ha dado el mismo año que ellos nombran el mejor de todos. 

Esta fecha es colores, luces, fuegos artificiales, pero cierta gente se viste a oscuras por dentro. Para que nadie la vea, para brillar junto con los que ya se fueron, decirles bajito al oído que ha sido un año duro, pero que no piensas rendirte. Jamás. O mientras te duren las fuerzas… o los motivos para seguir intentándolo. 

Ya van dos, o quizás trescientas veces en las que me he equivocado de bando y que la casualidad más bonita fue haber sonreído al mismo tiempo con alguien. Comprobar que algunas cosas te dejan con las alas bien fuertes y resistentes al cambio de clima.

Igual hoy no, esta Navidad toca pasarla a solas. A solas, porque para algunos, celebrarla con los fantasmas de los que un día estuvieron es cosa de locos.

No sé quién da más miedo: si compartir con fantasmas o compartir con gente que está muerta.

Las Chicas de Saturno

Eme ama a Ema;
Ema ama a Lola;
Lola ama a Soledad.
Cuatro chicas amándose utópicamente,
destrozándose los lagrimales por un beso
o por un ¿quieres ser mi novia?

Eme llora a escondidas en el armario,
Ema llora a escondidas bajo la canción,
Lola llora a escondidas tras la pared de la cocina,
Soledad sonríe a escondidas entre la oscuridad.
Cuatro chicas, cuatro imposibles,
cuatro canciones, cuatro balas.

Viven en un mundo,
un mundo lleno de espinas,
de abrazos revólver,
de despedidas que crean bucle,
de un concierto a solas en donde eres
y siempre serás,
un beso que rompe
y jamás cura.

Amores que se deben y jamás se pagan,
amores no correspondidos e imposibles que se persiguen,
amores en pleno día y amores en plena tormenta,
amores que te hacen tiritar y amores que te hacen temblar,
amores que te hacen el día y amores que te ayudan a componer los rotos,
amores que te dedican tiempo y amores que arrancan el calendario,
amores que te regalan detalles y amores que te regalan días de colores,
amores que te entregan algo más y amores que se quedan sin nada,
amores que miran la hora y amores que ven arder todos los relojes,
amores que te ven como una casualidad y amores que te miran como el más perfecto de los accidentes,
amores en los que posar el regazo en sus piernas y amores en los que dormir,
amores que el viento te trae y amores que el huracán se lleva.

Ema ama a Eme. Eme se marchó.
Soledad ama a Lola. Lola se marchitó.
Rosas, espinas, sangre, crepúsculos, oasis.

Te quiero.
Posdata: me odio tanto por hacerlo.

Te quiero.
Posdata: me pone tiste saberlo.

Te quiero.
Posdata: ¿qué estoy escribiendo?

Te quiero.
Posdata: ojalá me quieras también, aunque ya sea demasiado tarde.

Espejos

Ver un amanecer a orillas del mar, así era verla a ella al otro lado de la cama. Con su inevitable belleza, su innegable magia y su irremediable locura.

Tenía las medidas del infinito y la mirada de un atardecer. Es que, ella, era un conjunto de todos esos eventos inesperados que te suceden y que basta que te pasen una sola vez para dejarte los folios en blanco.

Joder, la quise.

La quise como se quiere lo que un día terminará haciéndote daño, lo que con el tiempo supuestamente sanará, con lo que tienes que enfrentar tu vida una vez que te ha cerrado los ojos para que lo vidente no duela.

Me hizo cerrarme. Me convirtió en una quimera que, a día de hoy, nadie ha sabido cómo abrir de nuevo. Me fue empujando hacia sus límites hasta que, estando frente al abismo, un suspiró fue lo que me sometió a la oscuridad.

En la caída tuve dos opciones: coserme las alas o conocerla a fondo.

Terminé con los huesos rotos y un sinnúmero de fracturas en las costillas. Encendí una vela y me encaminé hacia sus profundidades; a medida que me acercaba, más oscuro resultaba.

Me encontré entonces con una infinidad de espejos, de diferentes tamaños y colores. En cada uno de ellos se reflejaba ella, pero uno, sin duda, fue el que llamó toda mi atención.
Tenía alrededor de 17 o 18 años. Ella lucía un vestido azul marino con peces que le daban vuelta a toda la cintura. Su mirada lucía caóticamente infernal, perdida en el fin, afinando los destrozos que ocasionó aquella vez que le dijeron “no vales nada”, “qué rara eres”, “eres un cero a la izquierda”. Sus brazos eran una cascada rojo oscuro, su piel estaba grietada. Subió dos escalones y la cuerda acarició su cuello.

—¿Estás ahí?
Suspiró en la negrura espesa de la noche, casi se podía tocar lo intangible: el miedo, la angustia, la desesperación.

—Nunca me he ido. —Susurró una voz.

jueves, 3 de noviembre de 2016

ASÍ SOMOS Y QUÉ



Qué más da.
Mañana volverá a hacer frío de nueva cuenta.
Como si estar triste no pesara también en los hombros, porque, déjame decirte que, la tristeza se va acumulando por años y es en un instante que se desata toda la ira que has venido guardando todo ese tiempo. Como un volcán.
Como si ver arder al otro no fuese difícil. Verlo en esos momentos en los que no sabes si acercarte y quemarte en el intento, o alejarte como se alejan los pájaros cuando ven venir el invierno.
Yo, un día, quise ser la casa de árbol más bonita que cualquiera soñó con vivir dentro, cerrar la grieta y esperar a que le nacieran unas alas preciosas. Pero la vida te sacudió muy rápido de la inocencia con la que se ve pasar el primer amor irreconocible de tu vida. Ya más tarde entendiste que sí lo era.
Mañana va a ser un día nuevo,
el diferente voy a ser yo.
Como si sentirse vulnerable no fuese la etapa crónica de estar roto. Que nadie se acerque a ti, excepto para romperte aún más, hasta llegar a un punto límite y miserable en el que te cuestionas si eres lo suficiente.
Lo suficiente.
Las heridas son inevitables; las personas, irrevocables; los momentos, inolvidables; pero uno es, a veces, irreconocible e imperdonable.
Ya me lo decía Pablo, quien un día fue mi amigo: abre más seguido la puerta, hay quien no la sabe tocar y espera, fuera, en silencio. Alguien que amará, sin dudar, tus extremos, tus límites, tus infinitos, la eterna e insoportable guerra contra ti mismo, tu amor enfermizo hacia lo pasajero.

—¿Eres fugaz?
—Aún peor: soy imposible.

Hay gente que respira a través de la nostalgia, de lo vivido, de lo ya recorrido, de las cicatrices, de los lugares donde fue feliz; esa misma es la que lleva la mirada perdida en las cosas que a simple vista parecen ser pequeños detalles, pero que ellas ven un mundo terriblemente gigantesco.
Qué bonita es esa gente.
Infernalmente preciosa y caótica.

Posdata:
Te quiero.
Recuérdamelo por si mañana lo olvido.
Por si mañana te olvido.

domingo, 30 de octubre de 2016

Desconocidos

Extraños. Eso somos. Un mundo tan grande. Un infinito tan pequeño. Personas que son un mundo. Otras que lo encuentran cuando alguien los toma de la mano. Cuando las besan. Cuando les hacen temblar hasta lo que tenían seguro que no bailaba.

Los vemos pasar a diario, a cada segundo, a cada palpitar. Nos enamoramos de algunos, odiamos en cambio a otros a primera vista.

Nos entristecemos al saber que jamás los volveremos a ver. Nos hacen suspirar.

Extraños, como lo desconocido, pero con la posibilidad de ser conocido. De aferrarse. De soltarlos y dejarlos ir. De darles una oportunidad de abrirles el pecho y quedarse expuesto a la vulnerabilidad.

Un par de miradas bastan para saber a quién vas a echar de menos en el momento que mires a otro lado.

Ves pasar al posible amor de tu vida al lado del amor de su vida. Y lo peor es que ni siquiera has cruzado palabra o tropiezo, canción ni verso. Sólo un par de domingos en los que, sentados en el parque, levantas la mirada y le ves feliz. Sonriente. Otras veces triste.

Desconocidos o descosidos, porque no sabes si están realmente luchando ahora mismo contra la guerra de su vida.

Desconocidos que te traen paz en medio de tanta guerra, que te traen el desierto ante semejante tormenta a la que te enfrentas, que te llenan los ojos de ilusión y la boca de silencios.

Unos te traen; otros te llevan. Se desvanecen en un pestañeo, en un respiro, en una distracción. Qué lazo más fuerte el que se crea entre los dos extremos de un río cuando deciden construir puente.

No le abras la puerta a un desconocido. Perdón, ya la he abierto un millón de veces y no me arrepiento de haberlo hecho, independientemente de los portazos de después.

Sé feliz, lo mereces

Olvídate. De los viejos amores. De esa sonrisa que se partió en medio de la tormenta. De esa grieta que llevas como si nada hubiese dolido. De las veces que corriste a esconderte en el armario cuando huías de los monstruos. De ese laberinto en el que te encuentras y no encuentras la salida por más que busques. De los falsos amigos. De si mañana vas a estar o no. De si todos los caminos te llevan a la misma Roma en ruinas. De los malos días. De aquella vez que le hiciste caso a la razón cuando el corazón siempre tuvo la jodida cordura. De las noches que lloraste hasta dormirte. De las veces que pusiste una canción para apagar lo que por dentro no se movía. De las tierras movedizas por las que la vida te pone a veces a caminar. Del océano que rebalsa por los ojos cuando ya no hay más cosas que caben dentro. De las tonterías que hiciste por alguien que no merecía ni un fracción de tu tiempo ni un gramo de tu amor. De las puestas en escena que tuviste que actuar para que nadie te preguntara el porqué de esos ojitos tristes. De los mañanas inciertos. De los ayeres sin presente. De cuando te has levando con el pie izquierdo, aunque eso ya se haya convertido en un bucle. De los demonios. Del infierno que arde en algún rincón del alma. De cuando soltaste la mano por última vez. De las noches de hospitales en las que te derrumbaste ante un resultado. De cuando en pleno día se puso la oscuridad. De las metidas de pata. De las últimas veces. De las personas que se han ido. De quien no volteó a ver atrás. De quien siguió su camino y dejó el tuyo viendo en una sola dirección: anhelando que volviera y te abrazara fuerte. Del desierto de cuando no sientes nada. De la desolación cuando, rodeado de un millón de personas, te sientes más solo que nunca. De los aeropuertos. De los trenes de ida. De la soledad. De la tristeza. De los atardeceres. De los consejos. De los villanos de la historia. De las páginas de tu vida que se escribieron mientras te carbonizabas. De cuando apostaste todo y no funcionó. De cuando apuntaste a ser feliz y la bala se dirigió al que querías ser. De los poetas. De los poemas. De las canciones. De la poesía. De la amargura. De los cementerios. De la nostalgia de sentir que nada volverá a ser como lo era antes. De la melancolía con la que ves pasar a dos que se aferran a una única vida. Olvídate. Acuérdate de ti. Sé feliz, joder.

Olvídame, California.

La más bonita casualidad

Vuelves, porque jamás te has ido. Porque quien se va una vez, no vuelve diez. Déjame decirte que, hoy por la mañana, he despertado y he visto tu reflejo en otros espejos que no era el mío.

Te he visto desnuda y he visto cómo los demonios arraigaban desde el suelo, tratando de balancearse desde tus hombros.

Pero qué perdido estaba ante un cataclismo como el tuyo. A día de hoy no he podido superarte, calar mis noches con una fotografía tuya y me he repetido a mí mismo que mañana, sí, mañana, volveré a pisar el mismo suelo que tú.

Creo que he encontrado la respuesta a la incógnita que rodeaba mi vida: tú. Has sido mi pregunta y también mi respuesta. Vaya sorpresas que me da la vida.

Maldito destino que se interpuso entre los dos para ir sonando, poco a poco, a individualismo. A ese conformismo de lo que pudimos ser y no supimos o no quisimos ser. A esa enfermedad crónica que separa dos cuerpos para forjarlos a ser y a latir como una única orquesta.

Hacía paracaidismo desde tus pestañas, porque para mí no cabía más cielo que en tus ojos. Ese universo colateral e inexplicable que llevas incrustado en las pupilas está irremediablemente roto. Y es que estando rota estás más guapa. No sé si logro explicarme del todo, puesto que tú eres una de esas chicas que, por más que intentes explicarlas, no puedes. O quizá no quieres hacerle saber al mundo que chicas como ella existen y laten en los corazones menos pensados.

Te llevas entre manos el amor que tanto nos dio de qué vivir. Ya nos contarán las consecuencias de haber roto lo nuestro. Y presiento que nos dolerá hasta la clavícula, porque hay dolores que no se van, así tengas una sobredosis de ibuprofeno.

Con perdón, me despido. Fue un placer habernos hecho daño irremediable y mutuamente, pero jamás olvides lo bonito que sonreíamos cuando por artes del destino, a lo nuestro, lo llamábamos casualidad.

viernes, 7 de octubre de 2016

Busco persona para dañarme

Me diste mil razones para huir y ninguna para quedarme.

Sigo buscando aquel atardecer que me robaste y el cual nunca más volvió a reflejarse en mi vida. Si tuviese la oportunidad de elegir, te elegiría por encima de toda esta catástrofe, a pesar de saber de manera anticipada que serás una herida que, con el tiempo, se convertirá en esa costra que me quitaré para que nunca sane. Así de dañino soy conmigo mismo. Me enfermo a los únicos y escasos momentos que sufro de felicidad. Con la poesía me pasa lo que el cocainómano con la droga. Por eso busco personas dañinas que, como yo, prefieren una historia con cicatrices, que una tan intacta que cualquier suspiro pueda romper. Por eso me enamoro de tormentas. Por eso me enamoré de ti.

Puede haber mil millas entre nosotros, pero en algún campo electromagnético, nuestras almas se atraen hasta que dos mundos colapsan. Así es la vida, a veces: basta un poco de magnetismo para que dos, así sean totalmente diferentes y opuestos, se atraigan como dos imanes potentes e inmensos. Sin distancias que los imposibilite.

Eras una lady in black, dispuesta a correrte en el mundo,
a diseñar un corazón a prueba de cobardes,
a querer que todos los matices hablaran de tu mirada,
que todos los contrastes tuviesen un lugar en tu tan desolada alma.

De todos mis errores, tú serías mi sentencia fatal, mi condena que me llevaría a la tumba y la historia de la que me la pasaría hablando el resto de mi vida conmigo mismo. 

Yo antes de ti, sabía que quería encontrar un vicio mortal que me sonriera bonito.
Después de ti, sé que no hay nada ni a nadie a quién buscar, porque contigo encontré lo que jamás encontraré en otro vicio que me lleve directo a la muerte, desde el primer escalón de esta escalera de penitencia que es la vida.

«De vez en cuando se agradece seguirle la corriente a la razón», me aconsejan. Luego les enseño una fotografía tuya y queman toda palabra dicha.

Sigue adelante con tu vida, pero, por favor, no te enamores de alguien como yo. No te hagas ese daño.

martes, 4 de octubre de 2016

Tokio

Permíteme escribir nuestra historia.

Tú eras un día helado de principios de octubre, con tus pestañas jugaba a quemar las margaritas y con tus labios rozaba la cima de algún continente.

Hay tantas cosas de las que podría escribir pero que, sin embargo, decidí desde el principio guardarlas para nosotros. Únicamente.

Hay tantas chicas para amar, pero tan pocas, única diría yo, como ella, para amar y seguir amando después de que todo haya vuelto de nuevo a las cenizas.

«Yo sólo soy una desconocida que pretende hacerte daño», me decías.
«Yo sólo soy un roto que intenta coserte las heridas», te repetía.

Cierta electricidad flotaba en el aire cuando nos besábamos. Ciertos besos tenían forma, textura y, como estrellas, nuestros labios creaban galaxias. Ninguna brillaba como la de nuestro amor. Se incendiaba el lugar, si estabas tan cerca, te incinerabas con tan sólo estar.

Los principios y las morales los dejábamos para después, porque sabíamos que el mañana en sí no existía, que lo que hoy vivíamos, mañana estaría enterrado a una distancia abrumadora en el pasado. Así corras hacía atrás, cada vez aquel lugar se va haciendo más pequeño, más inalcanzable, más utópico. Teníamos en claro que viviríamos como el primer día del resto de nuestras vidas.

Me vio drogarme con la negrura de su mirada, aunque tenía unos ojos azules preciosos. Como el océano. Como el cielo. Como un color jodidamente siniestro e infernal. 

Iba de femme fatale mientras gritaba a los cuatro vientos que ninguno de los cuatro podría cambiar su indestructible y aparatoso final.

Me sabía de memoria su canción favorita, leía siempre su novela entrañable y, de vez en cuando, me la encontraba dentro. Y comprendí aquello de que, algunas chicas, te recomiendan libros porque, de alguna forma, te están invitando a leerlas. Y así fue: la leía de principio a fin.

Era el blues del que tanto hizo bailar a Tokio, la única e inigualable mirada de la que se enamoró el poeta, era el cometa que te hacía estremecer cada punto de sutura. Me hacía temblar los miedos, precipitar las angustias y arrojar al vacío el fantasma que era el olvido.

Era de esas chicas que ves pasar una sola vez por la calle y te pones triste al pensar que la echarás de menos lo que te reste de vida. Era una tormenta irrepetible y le temía tanto a la calma que se convirtió en su amor imposible.