lunes, 16 de noviembre de 2015

Un cielo lleno de estrellas

Sin ti el frío empezó a latir.
El invierno comenzó a venir cada vez más seguido a mi habitación. 
Y me tambaleo con tu recuerdo hecho arma puesto sobre la sien.
Y bailo esa canción que tantísimo me gustaba y que tanto detesto ahora.
Y recuerdo cuando decías que las canciones pueden ser la herida más grande una vez que uno de los dos se manifieste ausente y esté presente entre versos, que cada palpitación será una puntada directa al corazón.

Los domingos empezaron a proclamarse tristes y sin risas,
si ya de por sí siempre lo han sido, imaginate ahora que no estás tú:
la manta me queda demasiado grande para tan poca alma, 
las películas tienen una trama confusa 
o es que quizás soy yo quien intenta no entenderlas 
porque, de lo contrario, te encontraría en la protagonista. Siempre. 
Y no quiero encontrarte en otra que no seas tú.

Lo que duele cuando alguien no está
no es el hecho de que no esté,
sino que no te llama para recordarte que te echa de menos. 
Para mí es la forma más sincera de decirle «te quiero» 
a quien te ha puesto el sol cada día entre tanta devastación.
Y robarle suspiros de entre sus pulmones
y ponerle tu nombre a cada uno de ellos.

A mí me pasa contigo lo que le pasa al ludópata con el juego:
aunque pierda todas las partidas, sigue intentando,
sin darse cuenta de que lo ha perdido todo. 
Y yo he perdido tu sonrisa
y los fríos eneros entre tus brazos.
He perdido más de mí, que de ti. 
A ser verdad, 
he perdido la noción del tiempo 
y el muy hijo de puta no ha sabido cerrarme tu herida.

A ver cuándo vuelves para devolverme el tiempo
que he gastado en echarte de menos y tú no coges el teléfono
y me marcas.
Porque yo ya te he dejado cientos de llamadas perdidas
y ninguna ha acertado en su misión, que es escuchar tu voz.
Y siento que ahora me estás perdiendo a mí. Para siempre.
Yo ya te he perdido a ti. 
Eso lo tengo claro. 
Pero a ti lo que aún no te queda claro es que
hay momentos en la vida en los que sueltas a otro
mientras te coges a ti mismo de la mano.
Y jamás, 
óyeme bien,
nadie querrá separarme de mí.
Porque un día tendré
un cielo lleno de estrellas. 

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