jueves, 19 de mayo de 2016

Discúlpame

Aquí hace mucha soledad y frío. Las cicatrices bailan al ritmo de las despedidas. Y yo sigo sonriendo como si el mundo no se me viniese encima con toda la furia después de haber dejado los colmillos por lo que quiero. 

Discúlpame si desconfío, pero una vez confíe y me hicieron daño. Me destrozaron la más bonito que tenía: las ganas de reír. Y después de eso, ya nada. Porque hay cosas que te hacen perder la noción del tiempo, sin embargo, también hay otras que te hacen querer romper todos los putos relojes. Ojalá el tiempo sólo transcurriese mientras eres feliz, porque cuando estás triste las horas son imposibles.

El tiempo jamás me curó, fui yo quien cogió las fuerzas suficientes para decirme a mí mismo joder, Benjamín, cósete la heridas. Lo que yo quería deciros es que qué sabrá la gente de las puntadas que nos damos mientras no dejamos de sonreírle a la vida. Cuesta creer que, poco a poco, nos vamos convirtiendo en un álbum lleno de sonrisas y grietas que más adelante enseñaremos a quienes quieran conocer la historia de nuestro desastre. El por qué somos así.

Discúlpame si soy frío, pero una vez fui fuego y quemé a cuantos estuvieron ahí. Fui una llama que las circunstancias convirtieron en un infierno personificado. Y las personas en quienes creía y a quienes amaba, se fueron alejando, porque a nadie le gusta quemarse. A nadie le gusta que el fuego le abrace hasta convertirlo en cenizas. A nadie le gusta que el viento se lo lleve luego de haber sido alguien.

Discúlpame si soy hiriente, pero una vez fui yo la herida y otro el cuchillo. Me clavaron de la forma más vil y cruel que existe donde había puesto mi confianza. Se aprovecharon de que era una persona que jamás decía no, que siempre sonreía a pesar de estar tapándose los agujeros por donde se desangraba.

Discúlpame, pero esta habitación ha sido testigo de las veces que confié y me fallaron; de las veces que me fallé a mí mismo; de las veces que pensé que acertaría, pero en realidad el pasado terminó disparándose hacia mí; de las veces que le sonreí a quien me había quitado una razón para hacerlo.

Este es el desastre del que todos hablan, 
el imposible de alcanzar que le gritan a alguien que está a punto de lograrlo,
la venda en los ojos, porque el amor es ciego,
las circunstancias que te empujan al vacío,
la vista de aquel atardecer que te vio romperte,
la vereda que te llevó al refugio,
la razón o el motivo de por qué sigues aquí.

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