Hola. He vuelto a enamorarme de
la rutina. Del vicio que lleva entre comillas tu nombre. Esto me parece ya un
cuento de demonios que nunca encontraron su lugar en el infierno, porque nadie
le pregunta a quien ha herido si a quien ha lastimado ha lanzado, no la primera
piedra, pero sí la primera granada.
Que
lo
detonó
todo.
Perdón, ya sabes que por las
noches me vuelvo nostálgico y echo de menos todas las cosas que he perdido a lo
largo de mi vida. Y hablo también de personas, lugares, sensaciones,
sentimientos, emociones, momentos. Porque también se pierden para siempre los
instantes. Como todo lo que comienza, también, algún día, te deja los folios en
blanco y rotos en mil pedazos.
Me encuentro escribiéndote
desde el punto en el que me dejaste. A quien quiero engañar diciendo que te he
superado, que ya eres parte de mi pasado. Si aún me brillan los ojos como
estrellas cuando alguien pronuncia fugazmente tu nombre.
Cielo, solamente quiero que
sepas que eres preciosa, con cada punto fracturado, con cada defecto mal
estructurado. Te amo.
Edifícame.
Rompe mis miedos.
Mis vasos.
Mis lunas.
Mis estrellas.
Pero no me rompas a mí. Sabes
muy bien que de eso: de cuando alguien a quien quieres hasta gastar hasta la
última fuerza, te decepciona a tal punto que tus tímpanos se rompen al escuchar
todos los portazos al unísono contra ti.
Ven. Tengo miedo.
Haz de este cobarde, el mayor
valiente que ha visto el mundo arder. Resurgir desde el llanto más terrible y
doloroso de escuchar. Rasgúñame la vida, pero cicatriza de una vez por todas.
Estoy cansado.
Cansado.
Cansado de ver cómo pasa el
tiempo y tú no vienes a mí.
Cansado de siempre tocarte la
puerta y que sólo haya un ramo de excusas.
Cansado de tumbarme viendo al techo,
imaginando todas las historias que pudimos algún día contar a los demás.
Ojalá,
algún día, cielo, vuelvas a lloverme.
Y
yo salga a bailar.
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