martes, 19 de mayo de 2015

Isla

Ven y enseñame a vivir de una puta vez.
Que estoy cansado de las mismas canciones,
de las mismas películas
e incluso de los mismos libros.
Todo me parece monótono,
todo, excepto tú,
que trajiste un lugar para aventurarse
en las noches de verano,
en la última para ser exactos
que es donde vienen las despedidas.

Yo no quise ponerte un nombre,
ni siquiera te lo pregunté,
porque una vez que le pones uno:
lo encarcelas.
Y yo siempre quise verte volar
y que emprendieras vuelo conmigo
y que no me soltaras a la décima altura,
porque si algo sé:
es que las caídas que más duelen
son esas cuando alguien te suelta la mano
y no tienes rama para agarrar.

Cada mañana te despertaba con un beso
y tus ojos a plena mañana eran el amanecer
por el que toda Madrid
hubiese matado por ver.

Me gustas porque ríes, 
aunque eso implique que
con la fuerza
sangres desde las grietas.
También me gusta cuando lloras,
porque ahí veo cuán humana eres.

Y a ti que tanto te gusta el mar,
me decías que yo era una isla
que nunca nadie ha pisado.
Y sin saberlo, tú ya lo habías hecho,
entonces comprendí que
no necesariamente tienes que ser lugar
para
ser
pisado.

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