domingo, 22 de noviembre de 2015

Humanidad

Qué daño irreparable nos estamos haciendo. Supongo que esa es la forma de decirse hoy en día "te quiero". Pero qué asco. Qué asco me da ver tanta gente intentando hacer infeliz la miserable vida de los demás, que ya de por sí está al borde del precipicio, como para que venga alguien y los empuje. 

Joder, esto es una maldita rutina que se nos está yendo de las manos. El tiempo, dicen, todo lo cura. Y nos la vivimos esperando a que nos sanen, en lugar de hacerlo nosotros mismos y decir con orgullo que fuimos nosotros quienes cicatrizamos esa herida. Porque hacerlo uno, cuesta el doble. Nos falta ser nuestro propio héroe del cómic. De la vida. 

Nos estamos convirtiendo en nuestro propio desgaste de esperanzas y qué falsas son esas personas que dicen que amar es pertenecer a otro. Jamás han sentido qué es el amor en carne propia, porque amar es entregarse al otro sin dejar de ser uno y de uno. Es que el otro nos acepte tal cual nos vestimos, lloramos, sonreímos, caminamos, hablamos, desentonamos canciones, enfadamos, decimos palabrotas, pero que aún así le busque un sentido a cuando nos sentimos quién sabe cómo. Porque nunca hemos sabido cómo sentirnos sino un maquillaje que lo cubre todo, tanto de fuera para dentro como de dentro para fuera. Un completo desastre de ilusiones.

Estamos soltando demasiado fácil lo que nos hizo olvidarnos de nuestra existencia y de que existía un mundo, ahí, afuera, que entre guerra y guerra, sólo firmaban acuerdos de paz que en realidad no servían de nada, en lugar de quemar las armas que tanto hacen llorar al mundo. Y todavía nos seguimos aferrando a lo que nos hace daño, a lo autodestructivo, a quien es enfermizo.

Qué demonios nos está pasando. ¿Acaso ya hemos perdido la esperanza? Como si las estrellas aún no brillasen como queriendo decirnos que todavía queda algo bonito por lo que luchar. Y no dejarse vencer por el miedo.

Desde que se inventó aquello de que si algo está destinado para ti, tarde o temprano, llegará: nos la vivimos con los pies frente con lo que nos estamos volviendo viejos. Esperar. Nos la pasamos esperando, en lugar de actuar, de levantarnos del sofá e ir en busca de nuestro pequeño infinito. Nada vendrá si no lo salimos a buscar.

A veces lloramos por el mundo.
Y otras veces, el mundo llora por nosotros.
Porque nos estamos convirtiendo en una terrible e indescriptible cápsula de fatalidad.
Cada cosa que tocamos, la destruimos.

Ahora es más fácil llevar un disfraz de sonrisa, que llevar la sonrisa puesta porque sí. Porque queremos luchar por serlo, porque nadie nos quite lo único por lo que aún latimos: es decir, los sueños.

Los papeles, hace mucho, que se cambiaron.
Le escribimos a quien se ha ido, en vez de escribirle a quien está.
Lloramos por lo que perdimos, en vez de abrazar lo que está. 
Le sonreímos a quien nos ha disparado y apuñalamos a quien nos ha reformado.

Las palabras son simplemente palabras, pero todos sabemos que tienen fuerza de huracán destructible. Y que cada vez que las recuerdas, sientes cómo las astillas del pasado siguen incrustándose en el corazón. 

Regresamos a los lugares donde sabemos que ya nada pasará, que sólo nos enmudecerán los recuerdos y nos reventarán los lagrimales. Nos encanta añorar, porque somos seres sentimentales. Y nos encanta sufrir, porque somos seres apegados al sufrimiento. 

A ver cuándo va a ser el día en que vuelvan a detenerse y contemplar los atardeceres, 
a ver cuándo va a ser el día en que no haya prisa por llegar tarde al trabajo por quedarse un poquito más con quien quieres, 
a ver cuándo va a ser el día en que se nos acaben las excusas y nos digamos las cosas en la cara, 
a ver cuándo va a ser el día en que dejemos ir trenes por no dejar de abrazar, 
a ver cuándo va a ser el día en que nos convirtamos en humanidad y dejemos de ser simplemente humanos.

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