Hola, soy yo otra vez. He venido a
decirte que te quiero, a pesar de todo, a pasar del tiempo. Me he visto al
espejo y me ha salido una arruga en ese rincón de mi rostro donde planificaste un
eterno verano. Nos estamos haciendo viejos, ahora que no estás qué difícil
resulta lo que en un principio parecía pan comido.
Qué difíciles son las noches:
enfrentarlas, soportarlas, sufrirlas. Esta noche me doy cuenta de que no debí
preguntar nada, debí de permanecer en silencio, si hablar fue lo que dejó
heridas. Ojalá pudiese retroceder el tiempo para plantarte un beso donde puse
una excusa; un abrazo donde puse un “hasta pronto”; un “te quiero” donde puse
un “no sé qué cojones siento”. No logro comprenderme, ¿es que acaso tú sí
lograste hacerlo? A que no, jamás supe cómo dejar de ser interrogativa y las
personas como yo, que son pregunta, encuentran la respuesta a todo en alguien.
Sé que en toda historia está quien
sale herido y quien sale debiendo, ¿pero qué pasa si quien sale debiendo
también sale herido? No intento justificarme, pero qué pasa cuando la vida te
pone a prueba y no sabes cómo salir del laberinto sino perdiéndote más y más,
hasta llegar a un punto donde te dices a ti mismo “ya no puedo con esto, me doy
por vencido”. Pero sigues perdiéndote en cada avenida a la que vas. Porque,
déjame recordarte: no todos hemos cogido la técnica para salir de los agujeros
a los que caemos. Algunos aún estamos metidos dentro. Y no sabes cuánta soledad
hace aquí.
Todo lo que debí hacer fue quedarme
quieto, mirándote, contemplándote humana, ver cómo anochecías. Ver cómo tu pelo
visitaba tu cara y cómo, entre sonrisa, te lo acomodabas detrás de la oreja, mientras
me veías de reojo. Y tus hoyuelos eran un lugar en el que construir todos los
futuros que he soñado a lo largo de mi vida. Y decirte que mi vida no sería la
misma sin ti, porque fuiste el punto ápice, la montaña más alta que he escalado
para ver las estrellas que nacen cuando tu desastre y el mío colisionan. El
desastre, para nada es malo, si es algo bonito lo que nace cuando dos se
conocen.
Abrazarte por si esta era nuestra
última vez, que lo fue: fue nuestra última noche. El instante que marcó un
antes y un después tras habernos hecho pedazos intentando construir algo
juntos. Nos desplomamos las alas por un cielo que no merecía ni un céntimo de
nuestras ganas de volar. De enamorarnos. De amarnos. De quedarnos uno con el
otro como se quedan los amantes tras haberse echado muchísimo de menos, tras
haber comprendido que no podían vivir el uno sin el otro. Qué importa si
existen las almas gemelas o las medias naranjas, si con el tiempo te vas dando
cuenta que lo importante es entender que la otra parte está en uno, cuando
encuentra la persona indicada que nos hace descubrir esa parte que, como la
luna, está oculta, pero siempre fue nuestra, siempre estuvo ahí, esperando a que
la descubriéramos.
Permíteme decirte, por si esta es
nuestra última vez: Jamás fuimos polos
opuestos, aunque siempre hubo algo que nos separó. Llámalo vida, destino o el camino que nos llevó a la misma Roma, pero
que uno de los dos supo cómo salir. Las veces en las que te dije que te fueras,
fueron las mismas en las que te supliqué, por
favor, no, no me dejes. Porque si lo haces, sé que jamás volveré a
encontrarnos. Créeme cuando te digo que lo más bonito fue haber coincidido. Yo
qué sé, a lo mejor fue en el desastre, pero bien dicen que lo mejor siempre se
encuentra donde nadie mira, porque algo ha de brillar dentro de aquellas
tristes vistas. No dudes ni un segundo cuando vuelvas a sentirme, o cuando,
viendo algún atardecer, un escalofrío te recuerde a mí y de lo mío, de lo
nuestro, de lo que fue y estalló fugaz y brutalmente. Porque hay recuerdos,
como el tuyo, que golpean fuerte por las noches. Salimos heridos, de eso ya se
encarga el corazón de contabilizar las heridas que aún nos hacen tiritar cuando
se nos pasa una vaga idea de lo que ya nada volverá.
Dame
fuerzas para seguir, porque tu recuerdo pesa muchísimo más que toda mi alma
que, por cierto, tan dañada está.
Espera, no te vayas. Aún no. No ves
que el invierno llegó y hace frío. Vamos a acostarnos en el sofá y a ver tu
película favorita, en la que los protagonistas fuera de escena, son enemigos
declarados. Quiero oler tu piel, morder tu labio inferior, sentir la calidez de
tus brazos.
Ya nada queda, mi vida. Todo se lo ha
llevado el tiempo y él también nos ha llevado a nosotros. Estoy al otro lado de
esta soledad, viendo a la esperanza surcar el cielo y la ilusión hacerse
añicos.
Dejaré todo lo que fui contigo en esta
habitación gris, que mañana no será más que otro lugar en el mundo, un hueco
vacío pero que en el fondo, si se busca bien, se encuentran los restos de dos
que se amaron hasta hacerse ceniza.