lunes, 22 de febrero de 2016

Ascensor

Y me miras.
Me miras porque soy un desastre.
Un desastre que no pasa desapercibido por tantos daños.
Y, de pronto, tu sonrisa se adhiere a mis heridas,
en busca de sanación de las mismas,
y ellas no hacen otra cosa que dejarse lamer por la ilusión
y la esperanza otra vez.
Otra vez las cicatrices vuelven a abrirse
sólo para que tú entres
y le des paso continuo de tu vida en la mía.

A veces pienso que vivir es muy parecido a un ascensor,
vas ascendiendo o descendiendo.
Y mientras tanto,
te limitas a mirar,
a quedarte en silencio,
a ver al otro de reojo,
a esperar mientras llegas,
a precipitarte,
a coger vértigo.

A veces me siento como esa canción olvidada,
como los restos del dolor convertidos en arte, 
como ese libro que jamás llegarás a leer 
porque nadie te lo recomienda.
Ya decides tú que es porque no es bueno 
o porque no quiere compartirlo contigo. 

En más de alguna línea ajena he visto arder mi infierno,
no sabes lo bonito que llega a ser leerte a ti mismo
en el fuego de otro. 
Bonito o terrible. 

A veces me siento el blanco perfecto 
de una bala que no busca herirme, 
pero que consigue hacerme un hueco
donde cualquiera puede entrar y salir
cuando
donde quiera.

Ya sabrás tú de las causas perdidas,
de las mariposas muertas en el estómago, 
de la última esperanza que envejece mientras espera
algo que la mente le grita: "ve a por ello,
jamás llegará de esta forma".

Algunas bocas brillan mientras sonríen,
mientras besan, 
o mientras callan. 
Y comprender que sonreír, besar y callar
es la mejor forma de dar a por culo a la vida.

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