viernes, 26 de febrero de 2016

Brindo

Este día quiero brindar por lo que se ha ido, por lo que está y por lo que estará. Más que todo, quiero brindar por ti, que eres más fuerte que la heroína y más adictiva que un par de besos a mediados de noviembre. Por las veces que trasnoché porque la vida se había puesto tacones y había salido a caminar conmigo de la mano a joder a unos cuantos enamorados que tan perdidos y tan dañados estaban ante sus te quieros. 

Mas que brindar por aquellos que están durante el día, quiero hacerlo por los que están de madrugada, que son esos, sin ir más lejos, los que están todo el tiempo, así haya mucha distancia y frío de intermedio. Porque con ellos se comparte un poco más que lágrimas, un poco más que abrazos y un poco más que noches.

Brindo por mis ceros, más que por mis dieces. Por mis abucheos, más que por mis aplausos. Para amar, amar de verdad quise decir, se necesita muchísimo más que unas cuantas palabras sin sentimiento. Para aprender se necesita muchísimo más que un te echo de menos. Sobre todo, brindo por aquellos que valoran mi presencia antes que ésta se convierta en ausencia, porque con ellos aprendí que es más fácil herir que ser herido. 

Brindo por las irremediables e interminables caídas, donde me partí la boca por algo que sabía que valía la pena. Y que lo valió. Porque si te paras a pensar que lo que buscas es algo insignificante, siempre será algo, y no un evento extraordinario, fuera de lo común, de lo normal, fuera de este mundo. Porque si miras bien, si te asomas un poquito por la ventana de tus sueños, encontrarás vistas preciosas, que te recordarán por qué estás persiguiéndolas. No se persigue lo que hace daño sino lo que hace bien. Y lo que hace bien siempre son nuestros sueños, las ilusiones que ponemos en ellos, las esperanzas de algún día realizarlos. Lo que hace bien va más allá de nuestras expectativas, porque es una de las pocas cosas que merecen ser encontradas.

Brindo por lo que se ha ido y dejó un hueco que nadie jamás llegará a ocupar, porque lo diseñó tal cual a su medida. Y con medida no me refiero a espacio, sino a la amplitud de las raíces que echó, capaces de cortar cualquier distancia y de romper cualquier atadura. ¿Sabes? Llega un punto en el que te detienes y te pones a pensar que, después de las heridas, también vale la pena seguir intentándolo, caminando en el mismo camino de piedras, porque algún día, éstas sólo te enseñan a bailar y ya no te cortan los pies.

Brindo por todas esas veces que pasaron desapercibidas, porque incluso los ciegos miran muchísimas más cosas de las que miramos nosotros.

Brindo por haberte despedido y no haber sido herida. Hay quien es herida con el tiempo y hay quien es herida en el tiempo. Y, sinceramente, no sé qué es peor, porque a veces me destapo la piel y veo que hay más de las que me gustaría que hubiesen, pero entonces te recuerdo al ser quien me enseñó a enseñarlas con orgullo, porque ellas, decías, son la historia más honesta que una boca no podrá contar jamás.

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