domingo, 30 de octubre de 2016

Desconocidos

Extraños. Eso somos. Un mundo tan grande. Un infinito tan pequeño. Personas que son un mundo. Otras que lo encuentran cuando alguien los toma de la mano. Cuando las besan. Cuando les hacen temblar hasta lo que tenían seguro que no bailaba.

Los vemos pasar a diario, a cada segundo, a cada palpitar. Nos enamoramos de algunos, odiamos en cambio a otros a primera vista.

Nos entristecemos al saber que jamás los volveremos a ver. Nos hacen suspirar.

Extraños, como lo desconocido, pero con la posibilidad de ser conocido. De aferrarse. De soltarlos y dejarlos ir. De darles una oportunidad de abrirles el pecho y quedarse expuesto a la vulnerabilidad.

Un par de miradas bastan para saber a quién vas a echar de menos en el momento que mires a otro lado.

Ves pasar al posible amor de tu vida al lado del amor de su vida. Y lo peor es que ni siquiera has cruzado palabra o tropiezo, canción ni verso. Sólo un par de domingos en los que, sentados en el parque, levantas la mirada y le ves feliz. Sonriente. Otras veces triste.

Desconocidos o descosidos, porque no sabes si están realmente luchando ahora mismo contra la guerra de su vida.

Desconocidos que te traen paz en medio de tanta guerra, que te traen el desierto ante semejante tormenta a la que te enfrentas, que te llenan los ojos de ilusión y la boca de silencios.

Unos te traen; otros te llevan. Se desvanecen en un pestañeo, en un respiro, en una distracción. Qué lazo más fuerte el que se crea entre los dos extremos de un río cuando deciden construir puente.

No le abras la puerta a un desconocido. Perdón, ya la he abierto un millón de veces y no me arrepiento de haberlo hecho, independientemente de los portazos de después.

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