viernes, 30 de enero de 2015

Grecia

Soy un monstruo. 
Un monstruo que ama, que siente, que ríe, que sonríe en medio de la tormenta, que llora en sus momentos de felicidad.
El bulevar de los sueños rotos, a donde van todas las promesas no cumplidas, a donde van las personas rotas cuando no saben cómo curarse las heridas, a donde van las ganas malgastadas en gente equivocada, a donde van todas las fuerzas que recogemos en el camino y que no sabemos qué hacer con ellas.
La luminosidad de unas cuantas sonrisas es la única luz que se filtra por mis grietas, por esta Roma que soy ahora.Vivo en ruinas, amo en ruinas, sonrío en ruinas, me derrumbo por las noches con estas ruinas.
Vivo en la oscuridad de la noche, en la penumbra del valle de unos ojos que conocí en aquel septiembre.
Suspiro.
Me prendo un cigarro. 
Levanto la cabeza. 
Recuerdo.
"Regresa septiembre", tiró al aire con tristeza al saber que nunca regresará aquel septiembre, aquel día, aquella chica que tanto amé. Grecia, se hacía llamar.
Estaba desnuda, llena de flores y con el olor a primavera.
A veces se le veía el triste invierno en sus ojos, llovía hacia dentro, estaba triste, un poco desesperada por salir a la superficie de aquel mar que había llorado hacia ella. Estaba llena de lágrimas que nunca supo derramar a tiempo. De un montón de ojalás y quizás. Quizás por eso estaba triste, porque conocía el bulevar de los sueños rotos.
Algunas noches me decía que ya no sabía qué hacer con todas esas cosas que tanto le dolían, que nunca supo decirle "te quiero" a la persona que provocaba esos sentimientos, que había algo detrás de ella que no la dejaba seguir. Entonces le dije que el pasado es solamente un instante, y no un lugar. Que debía tomar sus cosas e ir a visitar otros lugares que, además, la llevasen a un viaje alrededor del mundo. A lugares donde pudiese ser ella misma, sin intentar ocultar siquiera sus perfecciones echas imperfecciones. Me gusta real, me gusta imperfecta. Me gusta con todos esos defectos, esas manías y todos esos miedos, porque sé que algún día los enfrentará y saldrá victoriosa.
Cuantísima primavera cargaba en sus ojeras.
Le brillaban los dientes, eran muerte segura para quien decidiera comerle la boca. Un día me lancé a ella y sus labios tenían sabor a fresa. Y comprobé que ella era el ciclo de las estaciones, que era el punto de partida de cualquier atleta, era comienzos, estaba llena de comienzos, a veces no tan felices, pero al final y al cabo, era el inicio de las cosas más importantes.
Yo sólo quería decirles que era imperfecta y que eso la hacía perfecta ante cualquier mirada. Y que ni las vorágines ni los huracanes podían contra ella.
Era Grecia, la chica que sonreía como si no tuviese la boca cosida con puntos suspensivos que le impedían sonreír, pero que, más allá de todas las cicatrices que cargaba encima, tenía un corazón tan grande que no le cabía en el universo. La que no le tenía miedo al amor, la que se enamoró de mí, que solamente soy catástrofe. Fuimos dos desastres que se encontraron accidentalmente cuando buscaban la felicidad al final de un arco iris, supongo que lo nuestro fue encontrarnos en un lugar sin esperanza.

1 comentario: