sábado, 3 de enero de 2015

Maldito sea el tiempo y bendita sea la soledad

¡Corre! 
Huye para ir a buscarme en medio de tanta niebla y oscuridad, entre escalas de grises, como la vida. Enero llegó y hace frío. A veces recuerdo cuando nos quedábamos quietos, muy quietos, esperando a ver quién hablaba primero y rompía el silencio; después nadie decía nada y ponía mi mano sobre la tuya y te miraba directo a los ojos, como si estuviese consciente en qué dirección quería apretar el gatillo. Lo único que se escuchaba de fondo era el sonido de nuestra respiración acelerada y el de nuestros corazones bombeando sangre, aunque dudo mucho que esa vez su única función fuese bombear sangre. Después sonreías en mi dirección y creo que el que salió muerto en aquella ocasión fui yo; "en esa curva me maté yo", recuerdo ahora.

Salgo a la calle y casi todo me recuerda a ti, la nieve es tan blanca como tus dientes. El frío, ese sentimiento hijo de puta que sentí mientras iba leyendo la última carta que me escribiste. Si te soy honesto, antes de leerla sabía que nunca más iba a volver a mirarte. Olía a soledad, olía a trapos viejos, sobre todo, olía a tu ausencia -como si el viento se hubiese encargado de borrar todas las pistas que te incriminaban-. Mi cuerpo no supo reaccionar de otra forma que no fuese con un escalofrío, en aquella tarde comprendí que los peores escalofríos vienen de la persona que más amas. 

Pasaron los días, los meses e incluso los años antes de volver a verte. Era un día como cualquier otro sin ti: una coordenada sin sentido, porque todo el sentido que le pusiste a mi vida, también te lo llevaste el día en que decidiste empacar tus cosas. Ibas con un jersey azul y tu mirada me pareció ser desconocida, rápidamente la apartaste de mí, entonces llegó el maldito día que tantas veces deseé que nunca llegara: me tratabas como un desconocido, como si tiempo atrás no tuviésemos una historia que compartir. Volvimos a vernos, pero no a mirarnos. Porque como los besos, las miradas también deben ser correspondidas, no es solamente de uno, sino de dos: como follar.  El tiempo hace extrañas a dos personas que se quieren, eso lo digo por experiencia propia. Entonces pensé que la soledad era lo más parecido a ti. Maldito sea el tiempo y bendita sea la soledad.

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