martes, 22 de marzo de 2016

El reloj que siempre marca demasiado tarde



Soy la herida que no quieres cerrar,

el recuerdo que temes olvidar,

la canción que te recuerda aquel día,

la pista que te vio caer pero también resurgir,

el baile con el cual aprendiste a soñar

y a sonar como algo bonito,

la añoranza tras parpadear y ver que todo es diferente ahora,

el precio de ser feliz,

la brisa melancólica,

el gato que te quiere y se duerme contigo,

la luna que se asoma a tu ventana,

la puerta que siempre se te abre

aunque tú ya la has cerrado muchísimas veces antes,

tu momento preciado,

tu lugar favorito,

tu verano inolvidable,

tu invierno mortal,

aquel intento de arreglo de vida fatal,

el sabor de boca después de morder los placeres del placer,

el acontecimiento que enmarcas y cuelgas sobre la pared,

la fotografía que miras antes de dormir,

los segundos previos tras perder la puta razón,

la cabeza,

el corazón.



Soy tu “espero que esté bien sin mí,

no, espero que me eche de menos”,



“no dejo de pensar en él,

ni en su boca,

ni en su mirada

ni en su desgaste de vida”,



“Maldito gilipollas, cuánto me ha cambiado”,



porque sabes de sobra que tengo en el corazón

el arma homicida: la poesía.



Soy la medianoche en la que te partes algo más que el corazón,

la razón a todas las casualidades,

las nubes en las que intentas encontrar mi sonrisa,

esos noséquésiento que llevan mi nombre interlineado,

mi susurro que llevas calado en el alma,

la vista de una puesta de sol en la que te paras después de haber huido tanto tiempo,

el reloj que siempre marca demasiado tarde

y el tren que pasa cuando es demasiado pronto.



Soy aquella vaga idea de dejarlo todo si me dices ven,

pero que el teléfono no ha dejado de sonar

y un día deja de hacerlo para siempre,

y las madrugadas te reprochan por haber sido cobarde,

por haberte quedado más con las ganas,

porque el precio de ser feliz es tener cicatrices.

Me miras tan sonriente al quitarme,

porque soy la costra que guarda todo lo importante

y en el fondo se encuentra el oro del que tanto hablan

que se encuentra al final del arcoíris,

quizás jamás han visto cómo brilla lo que se guarda dentro,

lo que se decide no matar nunca,

lo que nos hace llorar y al mismo tiempo lo que nos hizo sentir que el mundo no dolía,

lo que nos acompañó en aquella tormenta en la que se declaró alerta de tsunami,

lo que nos abraza por las noches mientras cogemos el último suspiro antes de rompernos a llorar,

lo que nos sostiene aunque no tenga manos,

lo que nos hace volar sin tener alas,

lo que está aunque no podamos tenerle cara a cara para decirle cuánto nos ha reformado la mirada con la que miramos la vida.

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