Soy la herida que
no quieres cerrar,
el recuerdo que
temes olvidar,
la canción que te
recuerda aquel día,
la pista que te
vio caer pero también resurgir,
el baile con el
cual aprendiste a soñar
y a sonar como
algo bonito,
la añoranza tras
parpadear y ver que todo es diferente ahora,
el precio de ser
feliz,
la brisa
melancólica,
el gato que te
quiere y se duerme contigo,
la luna que se
asoma a tu ventana,
la puerta que
siempre se te abre
aunque tú ya la
has cerrado muchísimas veces antes,
tu momento
preciado,
tu lugar
favorito,
tu verano
inolvidable,
tu invierno
mortal,
aquel intento de
arreglo de vida fatal,
el sabor de boca
después de morder los placeres del placer,
el acontecimiento
que enmarcas y cuelgas sobre la pared,
la fotografía que
miras antes de dormir,
los segundos
previos tras perder la puta razón,
la cabeza,
el corazón.
Soy tu “espero que esté bien sin mí,
no, espero que me eche de menos”,
“no dejo de pensar en él,
ni en su boca,
ni en su mirada
ni en su desgaste de vida”,
“Maldito gilipollas, cuánto me ha cambiado”,
porque sabes de
sobra que tengo en el corazón
el arma homicida:
la poesía.
Soy la medianoche
en la que te partes algo más que el corazón,
la razón a todas
las casualidades,
las nubes en las
que intentas encontrar mi sonrisa,
esos noséquésiento que llevan mi nombre
interlineado,
mi susurro que
llevas calado en el alma,
la vista de una
puesta de sol en la que te paras después de haber huido tanto tiempo,
el reloj que
siempre marca demasiado tarde
y el tren que pasa cuando es demasiado pronto.
Soy aquella vaga
idea de dejarlo todo si me dices ven,
pero que el
teléfono no ha dejado de sonar
y un día deja de
hacerlo para siempre,
y las madrugadas
te reprochan por haber sido cobarde,
por haberte
quedado más con las ganas,
porque el precio
de ser feliz es tener cicatrices.
Me miras tan
sonriente al quitarme,
porque soy la
costra que guarda todo lo importante
y en el fondo se
encuentra el oro del que tanto hablan
que se encuentra
al final del arcoíris,
quizás jamás han
visto cómo brilla lo que se guarda dentro,
lo que se decide
no matar nunca,
lo que nos hace
llorar y al mismo tiempo lo que nos hizo sentir que el mundo no dolía,
lo que nos
acompañó en aquella tormenta en la que se declaró alerta de tsunami,
lo que nos abraza
por las noches mientras cogemos el último suspiro antes de rompernos a llorar,
lo que nos
sostiene aunque no tenga manos,
lo que nos hace
volar sin tener alas,
lo que está
aunque no podamos tenerle cara a cara para decirle cuánto nos ha reformado la
mirada con la que miramos la vida.
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