Son las 3:53 de una madrugada cualquiera. Hoy, hace cuatro lunas, que
te has ido. Inhalo y expiro, y siento que has caminado tan profundo,
que utilizas mis venas como carretera para seguir viajando a kilómetros
de mí, aunque yo sea una de esas que no tienen un destino final. Soy el
punto de partida que jamás supo ser final.
Sufro de parálisis
de sueño, porque un miedo desemboca a otro, y a otro, y así
sucesivamente hasta que llega a tu ausencia. ¿Quién me dice que una
ausencia no puede ser la base de un sentimiento concreto del que llegas a
temer? A huir, porque estás cansado de llevar tantos vacíos en tu
espalda, que el dolor ni siquiera te deja dormir.
Las 3:43 de
una madrugada en la que mi corazón golpea tan fuerte mi pecho, que
ahuyenta a los fantasmas que aún habitan aquí. Me fui aferrando a una
idea, me sujeté fuerte de un fantasma, y ahora lo único de lo que puedo
agarrarme es de lo que jamás será.
Te echo tantísimos
inviernos de menos. El frío comienza a edificarse y yo comienzo a
plantearme el porqué de las circunstancias, sin llegar a ninguna
conclusión.
Nadie, excepto tú, sabe lo que es irse encerrando en
sí mismo y un día querer escapar, y no poder hacerlo. Porque con eso nos
vamos acorralando, nos vamos volviendo más miedo, que ganas.
Salir.
Respirar.
Mirar
el azul bonito del cielo e imaginar nadar en él tal cual fuese el
océano. Y no dejar nunca más que nos golpeen las olas, ni los recuerdos,
ni las ausencias.
Llegar a un lugar huyendo de otro, eso no es huir: es llegar al mismo sitio, pero con diferentes vistas. Con el mismo peso en los hombros, con el mismo fuego en las entrañas.
¿Desde cuándo empezaron las madrugadas a ser tan duras conmigo? Supongo que desde que comencé a echarte de menos.
Te extraño NM QLE
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