viernes, 9 de octubre de 2015

Él

—No me iré jamás.
—Soy un puto incendio.
—Pues nos quemaremos a la misma distancia.  
 
Con él pude comprobar que hay personas que duran para siempre,
que la vida es realmente corta cuando tenemos muchas risas para regalar, 
que hay que verle el lado bonito a las cosas 
y no dejarse ir por las apariencias: 
que una espina puede ser igual de preciosa
como los pétalos de una rosa.
Que hay un mundo bailando afuera 
y me enseñó que no debo pararlo,
sino acompañarlo también en su baile, 
a pisárle los pies y a que me los pise también,
aunque me duelan después.
 
Me enseñó que primero debo caer de golpe
para luego tocar esa estrella que tanto me gusta ver.
 
Vimos arder al atardecer en una milésima de segundo
mientras nos dejábamos ir con la fría brisa de octubre 
a todos los lugares en los que hemos ardido, 
a todas las personas que nos han quemado con su ausencia.
 
Con él aprendí una de las mayores lecciones:
a no buscar oportunidades,
a dejar la piel, el aliento y hasta los huesos a la primera,
porque hay aventuras que si no te lanzas a ellas,
terminan pasando frente a ti de otro de la mano,
es decir, de quien supo verlas a tiempo.
 
Él es el único que me sigue soportando, 
a pesar de tanta distancia que he puesto de por medio, 
porque si algo he sido en la vida, es eso:
quien pone la distancia, 
pero que aun así,
sigue abrazando muy fuerte.
 
Él ha sido el único que me sigue soportando mis malos ratos,
mis manías, mis momentos de hastío, de inestabilidad, 
mis instantes de remate, de desesperación y gritos al vacío.
Una vez grité hacia dentro y causó eco.
 
Él, solamente él.
 
Él me ha visto derramar hasta la última lágrima en la almohada
cuando ya no me quedaban fuerzas para seguir intentándolo; 
él me ha visto derrumbarme a mitad de mi sonrisa más radiante, 
él me ha sujetado cuando todos los demás me han empujado,
cuando sólo he visto enemigos alrededor,
cuando sólo he escuchado balaceras continuas en mi mente.

Me ha abrazado como lo puede hacer alguien
para protegerme de un mundo lleno de odio y desaliento.


—¿Por qué lo haces?
—Porque tengo miedo de perdernos.
  
Con él he compartido la mayor parte de mis años,
los brillantes y los oscuros, 
las risas y los llantos a plena madrugada, 
los abrazos y las puñaladas,
las ilusiones y las heridas,
los sueños y las pesadillas.
 
—¿Es que aún no lo entiendes?
—¿El qué?
—Mi lugar en el mundo es contigo.  
 
 Me ha detenido cuando estoy por cometer una locura, 
pero también ha sido mi acompañante cuando las he cometido 
y luego me ha dicho esos "te lo dije" que tanto duelen.
 
—Esta es la vida que te tocó vivir. ¡Abrázala, joder!

A veces me pregunto,
cómo alguien como él puede estar aquí, 
a esta distancia tan corta que puedo escucharle respirar,
a esta distancia tan corta que puedo sentir la temperatura de su cuerpo.
Cómo, joder, es que no lo entiendo.
 
Y él,
aunque cueste creerlo,
soy yo mismo.

1 comentario:

  1. "Y él, aunque cueste creerlo, soy yo mismo" magnífico, cada palabra, cada uno de tus hermosos escritos... Sin palabras♡

    ResponderEliminar