viernes, 30 de octubre de 2015

Lo poco que sé de la vida

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he sonreído cuando ni siquiera yo me he dado cuenta; lo sé porque he suspirado por lo que me inspiró a escribir las cosas más bonitas de mi vida; lo sé porque he llorado a mares en mi almohada cuando he echado de menos la luz y la razón de mis días; lo sé porque he cometido los errores suficientes como para entender que de eso se trata vivir; lo sé porque me he perdido conscientemente en el laberinto sin salida para ver quién está dispuesto a perderse por mí, sabiendo que, quizás, no podrá encontrarme jamás, que no podrá salir de ese laberinto que es la huida.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he visto a mi hermana ir y venir a mitad de lo que posiblemente era el invierno de su vida; lo sé porque han adormecido mis corazas para luego entrar en mi corazón y romperlo en mil pedazos; lo sé porque he mentido acerca de cómo me sentía cuando por dentro me quedaba afónico pidiendo auxilio.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he herido por quien moriría consecutivamente en mis siete vidas por conocerle por primera vez, una y otra vez; lo sé porque me he desangrado mientras escribía los versos más dolorosos que jamás me había dedicado nadie; lo sé porque en una mañana me dejaron un eco en el alma y el corazón infestado de tristeza y soledad; lo sé porque mi canción favorita resultó ser el arma homicida.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me he acercado tanto al abismo, que por poco, no salgo con vida; lo sé porque me han apuñalado cuando, ingenuamente, les regalaba mis mejores sonrisas; lo sé porque me han visto enloquecer en plena cordura.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me han herido; lo sé porque he caído al profundo mar de los recuerdos y no he salido tal como entré.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque lo sentí, lo viví y lo abracé tan fuerte, que terminé rompiéndolo; lo sé porque fui invisible para quien yo quería cambiarle la mirada; lo sé porque he ardido tal cual infierno me estuviese abrazando; lo sé porque en cada puntada que le daba a mis heridas, pensaba cómo alguien, en quien deposité toda mi confianza, pudo haberme hecho sangrar.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he tenido frío y no precisamente hablo de clima, sino de personas, de momentos y de despedidas.
Lo poco que sé de la vida, lo sé porque he sonreído cuando mis ruinas me declaraban estado de calamidad.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me he despedido en aeropuertos, en estaciones de tren y en hospitales. Y yo siempre me he sentido muerte en esos lugares. Me he sentido como el fin de mí mismo, o de mi historia. O de un atardecer que no termina de dar su espectáculo y no comprende que el día se ha ido. Y con él miles de miradas con desconocidos, muertas; miles de sonrisas sin comprender el porqué, muertas; miles de silencios porque las miradas lo decían todo, muertas. Y pensar que en las despedidas pasa lo mismo: muere todo y se muere uno. Abandona el propio cuerpo y habita en el corazón que se está yendo. Se cierran los ojos, y se cierra la historia, pero se abren muchas heridas.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me ha estallado el pecho cuando encontré algo que no debía buscar; lo sé porque he visto cómo cada silueta del pasado me perseguía a donde iba y todo se convertía en oscuridad; lo sé porque tengo recuerdos que son luz y otros que son tiniebla.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque me enamoré de la jodida piedra y ella no supo corresponderme sino lastimarme; lo sé porque he sido masoquista persiguiendo un amor imposible y me han salido llagas del terrible incendio en el que estuve por decisión propia; lo sé porque cada vez que amo lo hago como si jamás me hubiesen roto el corazón, confío como si jamás me hubiesen traicionado y río como el dolor en realidad hubiese sido un sueño en el que estuve sumergido por mucho tiempo pero que, tarde o temprano, tenía que despertar. Y recordarlo como una pesadilla.

Lo poco que sé de la vida, lo sé porque tengo cicatrices, no sólo en la piel, sino en mi forma de hablar, de reír y de mirar, porque hay que prestar mucha atención a cómo actúa y se comporta alguien para darse cuenta de que no, de que no existe peor cicatriz que aquella que se abre desde las entrañas, que con el paso del tiempo se abre más y más y llega a ocupar gran parte de ti. Y te consume. Te va arrastrando hacia el recuerdo. Y la muerte del recuerdo es el olvido. Se pueden olvidar muchas cosas, pero ¿cómo se olvida algo que en su momento quisiste que fuese para siempre?

miércoles, 28 de octubre de 2015

Mal tiempo

En este momento, creo más en las canciones, que en las personas. He comprendido que tienes que ser tú mismo el héroe de tus noches, de tus reproches, de tus malos días, de las despedidas por las que apostaste todo, jurando que jamás llegarían.

Últimamente soy el autor de los finales caóticos, no sé por qué tengo la costumbre de pensar tanto en ellos y en la tristeza ensordecedora que viene después de dicho huracán. A lo mejor es porque soy un chico de finales, que de comienzos. Siempre encontré la manera de quemar las historias que otros me prometían en papel, porque sé, de antemano, que las promesas, al igual que las ilusiones y las esperanzas, son desilusiones y decepciones silenciosas que te carcomen el alma a medida que crees en ellas.

He visto sonreír a otros desde la herida, y sólo entonces comprendí lo que era madurar; es decir, no se trata de cicatrizar la herida, sino de ser feliz con ella. Porque tienes que saber que eres acreedor de tus heridas y que ningún tipo de saliva podrá remediar el ardor y el dolor que proviene desde adentro.

He visto vidas oscurecerse cuando los demás han visto una luz cegadora. Y también hay de aquellas que se apagan de golpe cuando pasan desapercibidas.

El amor es una promesa que luego el viento se la termina llevando. Cuánto enferma enamorarse de quien no puede ser, y cuánto salva enamorarse de quien ve en ti un paisaje digno de contemplar.

Dicen que debemos bailar bajo la tormenta, pero nadie nos dice que también debemos bailar mientras la esperamos, porque de nada sirve bailar bajo la lluvia si no hemos aprendido a sonreír cuando, cada noche hasta la madrugada, mojamos nuestra almohada. 

Cuántas personas se lleva el viento.
Cuántas muertes trae el recuerdo.

Me pregunto, ¿a cuántas personas llevamos sepultadas en el corazón?

Yo he sido víctima de mi propio calvario, la esclavitud que de mis pensamientos arraiga es la misma que me ha puesto en libertad. Soy el guionista del rodaje de la película de mi vida, el captador de las mejores y de las peores escenas.

Y entonces, un día termina pasando.  
Las sonrisas empiezan a florecer, 
las lágrimas se comienzan a diluir con la lluvia 
y las miradas comienzan a tomar ese brillo bonito que las caracteriza.

El mal tiempo no es el pronóstico del tiempo,
el mal tiempo es el diagnóstico de cómo nos sentimos a veces.

lunes, 26 de octubre de 2015

Erase una vez, un abismo


Todo explotó aquel día.
Yo cerré los ojos.

Entonces... mis rodillas me resultaban tan débiles, que se me hacía imposible mantenerme de pie.

Sólo me hundí en el abismo, ni siquiera trate de no caer, era como si algo desde dentro me llamase con urgencia. Sentía mucha angustia en el pecho, pero mucha calma, también. Como si supiese adónde iría.

Hubo un frío capaz de calentar hasta el sentimiento del invierno.

Miré a los lados y me encontré a mí mismo tomado de la mano con los recuerdos, con todo lo que había dejado marcada mi vida en el transcurso del tiempo.

Sonreí.
Sonreí como puede hacerlo alguien que lo ha perdido todo, y a cambio no ha recibido nada, excepto más heridas de las que ya le sangraban en el alma.

“Perdoname por haberte roto el corazón”, me dice ahora la razón entristecida.

Porque ella sabía que lo correcto era no dejarlos marchar, quedarme para siempre a su lado, compartiendo los atardeceres más tristes y preciosos del año. Dormir hasta la mañana siguiente de una noche de lluvia.

Una vez me preguntaron cuánto tiempo llevaba tirado en el abismo. Miré al rededor, y un escalofrío me hizo reaccionar, sentí que más de la mitad de mi vida lo había estado —por el hueco que sentía en el pecho, por el frío que me invadía las manos y los pies, por la mirada entristecida que se sumergía en el lago de los recuerdos—. E intenté recordar en qué abrazó dejé de volar, y quién me habría cortado las alas para caer a tal abismo.
Y lo más triste fue saber que quien lo había hecho,
había sido yo.
Y desde entonces, se cierne sobre mí, esta oscura nube negra.

domingo, 25 de octubre de 2015

Amant in tenebris

Porque
hay que ser valiente para quedarse en mis tinieblas,
en mi alma rota,
y en mi corazón hiriente.

Por eso te quiero a ti,
con tus tinieblas, 
tu alma rota 
y tu corazón hiriente.

Somos lo que el fuego a la leña vieja,
tenemos un amor autodestructivo
que sabemos de antemano que
no saldremos sino en cenizas,
mientras Moonlight Sonata de Beethoven
suena de fondo,
y nuestras miles de partes
siguen perdidas en el fondo de algún abismo.
Y las buscaré en los mil agujeros
que cavamos para desaparecer
del mundo.

Un amor tan triste como el suicidio de Romeo y Julieta.

Te prometo que si, en algún instante, te veo con la cabeza cabizbaja
haré lo que hace la primavera con el campo marchito.
Aunque no sabremos quién reconstruye a quién,
porque, si ya te diste cuenta, estoy igual de perdido que tú.

Procura no acercarte mucho a este dolor que sigue latiendo
después de haberlo enterrado en lo más lejano a mí,
porque hay heridas que se transmiten de piel a piel
y luego las compartes con el otro.
Y no es justo que tú sientas lo que yo me hice mientras jugaba
a si apretar el gatillo o no en la sien de los sentimientos,
porque el amor es una bala perdida.
Y a veces, le cae a cualquiera.
Y sufres por cualquiera.
Y sonríes por cualquiera.
Y gastas vida por cualquiera.
Y padeces de insomnio por cualquiera.
Y es así como, por un descuido de tu parte,
alguien se enamora de ti. Sin saberlo.
Y sin ni siquiera quererlo, ni necesitarlo.
Un amor que te va consumiendo,
que te va enterrando,
que te encierra por completo en el calabozo.

Fíjate, amor, que la luna tiene sus abismos,
y que, sin embargo, nos parecen preciosos.
Preciosos como ver sonreír, desde el fondo y agarrándose de sus cimientos,
a quien la vida solamente le ha mostrado su parte malvada.
Pero que, después de todo, es la lluvia quien le hace sonreír, 
quien le anima a bailar solo, bajo ningún paraguas.

Que truene, 
que relampaguee, 
que nosotros seguiremos 
tronando 
y relampagueando 
como una lluvia que no cala, 
pero que dentro de unos años, 
aún la recuerdas.

Hay almas que no calan,
pero se quedan de la mano con la nuestra
vagando por algún rincón del universo.

¿Después de todo, qué somos?
¿Lluvia o tormenta?
¿Huracán o tornado?
¿Paz o calma?

Asómate un poco más,
mírame más a menudo las imperfecciones,
susúrrame que me amas
y que me detestas a igual medida.

Quiero sentirte tuya,
libre como un ave que ha aprendido a amar sus alas
y que sepas que nunca te las voy a cortar.

Todo termina, es cierto, 
pero también, 
todo comienza
desde
las 
tinieblas.

viernes, 23 de octubre de 2015

3:53 a.m.


Son las 3:53 de una madrugada cualquiera. Hoy, hace cuatro lunas, que te has ido. Inhalo y expiro, y siento que has caminado tan profundo, que utilizas mis venas como carretera para seguir viajando a kilómetros de mí, aunque yo sea una de esas que no tienen un destino final. Soy el punto de partida que jamás supo ser final.

Sufro de parálisis de sueño, porque un miedo desemboca a otro, y a otro, y así sucesivamente hasta que llega a tu ausencia. ¿Quién me dice que una ausencia no puede ser la base de un sentimiento concreto del que llegas a temer? A huir, porque estás cansado de llevar tantos vacíos en tu espalda, que el dolor ni siquiera te deja dormir.

Las 3:43 de una madrugada en la que mi corazón golpea tan fuerte mi pecho, que ahuyenta a los fantasmas que aún habitan aquí. Me fui aferrando a una idea, me sujeté fuerte de un fantasma, y ahora lo único de lo que puedo agarrarme es de lo que jamás será.

Te echo tantísimos inviernos de menos. El frío comienza a edificarse y yo comienzo a plantearme el porqué de las circunstancias, sin llegar a ninguna conclusión.

Nadie, excepto tú, sabe lo que es irse encerrando en sí mismo y un día querer escapar, y no poder hacerlo. Porque con eso nos vamos acorralando, nos vamos volviendo más miedo, que ganas.

Salir.

Respirar.

Mirar el azul bonito del cielo e imaginar nadar en él tal cual fuese el océano. Y no dejar nunca más que nos golpeen las olas, ni los recuerdos, ni las ausencias. 

Llegar a un lugar huyendo de otro, eso no es huir: es llegar al mismo sitio, pero con diferentes vistas. Con el mismo peso en los hombros, con el mismo fuego en las entrañas.
 
¿Desde cuándo empezaron las madrugadas a ser tan duras conmigo? Supongo que desde que comencé a echarte de menos.

domingo, 18 de octubre de 2015

El chico de las poesías mal escritas


Soy el chico de las utopías,
el de las manías autodestructivas,
el de los labios rotos sin ser invierno,
el que se quema la piel recordado la caricia que le hizo sentirse extranjero de su cuerpo.
Me he visto frente a un espejo y no he tardado ni un segundo para pedirme perdón.

Perdón por aguantar tantos golpes al reproducir canciones de personas que hace tiempo se habían marchado, y habrían dejado manchado el lugar del crimen. 

Perdón por acercarme uno, bueno… tres pasos hacia el abismo. Que, en realidad, era un espejismo de mis miedos. Y los fantasmas me perseguían y no estaba huyendo de mí, sino del que temía ser. Cuánta distancia puede haber entre lo que somos y lo que fuimos. Joder, de sólo imaginarlo me sacude un escalofrío de pies a cabeza. Y mis sentimientos tambalean —se mantienen tan inestables como siempre—.

Perdón por quedarme tirado las veces en las que me rendí en un abrazo. Lo que unos no entienden aún es que victoria es saber que ha sido suficiente y quedarte atorado en un abrazo que te calienta hasta lo que no sabías que se había congelado décadas atrás.

Perdón por haberme hecho pedazos recordando lo que tenía que olvidar, ahora soy un retazo de las personas en las que puse tanta pasión y deseo, que ardimos como si estuviésemos en el mismísimo infierno.

Perdón por tanta quemadura en el boca, pero es que hay besos que te reforman la vida. Y todo lo bonito de ella: en lo que habías dejado de creer.

Al final, siempre hay una justificación para cada cicatriz.

Soy el chico de las poesías mal escritas,
el de los tristes amores de verano que te dejan calada una parte de ti para toda la vida,
el de los chistes sin gracia,
el que maldice cuando se muerde accidentalmente el labio, y el que glorifica cuando se lo muerden;
el que trasnocha con la soledad y la invita al otro lado de la cama, más bien, las camas no tienen otro lado, sino un gran hueco, un enorme vacío que alguien algún día ocupó.

Soy más de lo que escribo, pero menos de lo que aparento.

jueves, 15 de octubre de 2015

Carta a quien la lea

Mira bien. Yo siempre he estado ahí, lo que pasa es que ante tus ojos paso desapercibido, pero ciérralos y empieza a sentirme. Empieza a creer en la magia de las personas rotas, en la curación instantánea que puede causar el simple hecho de pensar en lo bonitas que podrían ser las cosas si tuviésemos las ganas suficientes como para atentar contra el odio que retuerce nuestro cuerpo herido y maltratado.

Pueden algunos kilómetros separarme de tu piel, pero jamás podrán separarme de ti. ¿Acaso aún no sientes el poder de los sentimientos? Pueden mover montañas, abrir mares y eclipsar galaxias si tan siquiera supiésemos cómo utilizarlos, y hacerlo de la manera más sensata, es decir, que no termine doliéndonos la mirada cuando la alzamos mientras el cielo se pinta cada vez de colores grisáceos.

Y es que el mundo a veces gira demasiado rápido, que no alcanzamos a coger un poco de aire para decir:
 Voy a utilizar los restos de mi último suspiro para convertir al mundo en un lugar en el que valga la pena correr riesgos.
Que tú puedes, cualquier día del mes, correr el riesgo para ser feliz, para quitarle esa sutura tan triste que llevas en la boca desde aquel día. 

Aquel día.
Joder.
Aquel día.
Qué triste, y a la vez, qué bonito suena. Es como un instante que te marca para toda tu vida y lo recuerdas siempre.

A ver, ponte de pie, abre la puerta y antes de dar tu primer paso, recuerda todas y cada una de las personas que han creído en ti, en las sonrisas que te han sacado cuando has tenido días malos; en los momentos que han compartido, en las canciones en las que tienen un llanto en común y en las películas que han ido a ver al cine. Recuerda los abrazos donde te compusiste o te desmoronaste en un parpadeo, en las noches de insomnio donde algunas ausencias fueron las que te iluminaron un poquito tu vida, en la tormenta donde aprendiste a bailar, en los "holas" que te calaron desde el primer día. 

Y ahora salta. 
Corre a contrarreloj.
Alcanza la luna y quítale la nostalgia.

Posdata: Sé feliz, joder.

viernes, 9 de octubre de 2015

Él

—No me iré jamás.
—Soy un puto incendio.
—Pues nos quemaremos a la misma distancia.  
 
Con él pude comprobar que hay personas que duran para siempre,
que la vida es realmente corta cuando tenemos muchas risas para regalar, 
que hay que verle el lado bonito a las cosas 
y no dejarse ir por las apariencias: 
que una espina puede ser igual de preciosa
como los pétalos de una rosa.
Que hay un mundo bailando afuera 
y me enseñó que no debo pararlo,
sino acompañarlo también en su baile, 
a pisárle los pies y a que me los pise también,
aunque me duelan después.
 
Me enseñó que primero debo caer de golpe
para luego tocar esa estrella que tanto me gusta ver.
 
Vimos arder al atardecer en una milésima de segundo
mientras nos dejábamos ir con la fría brisa de octubre 
a todos los lugares en los que hemos ardido, 
a todas las personas que nos han quemado con su ausencia.
 
Con él aprendí una de las mayores lecciones:
a no buscar oportunidades,
a dejar la piel, el aliento y hasta los huesos a la primera,
porque hay aventuras que si no te lanzas a ellas,
terminan pasando frente a ti de otro de la mano,
es decir, de quien supo verlas a tiempo.
 
Él es el único que me sigue soportando, 
a pesar de tanta distancia que he puesto de por medio, 
porque si algo he sido en la vida, es eso:
quien pone la distancia, 
pero que aun así,
sigue abrazando muy fuerte.
 
Él ha sido el único que me sigue soportando mis malos ratos,
mis manías, mis momentos de hastío, de inestabilidad, 
mis instantes de remate, de desesperación y gritos al vacío.
Una vez grité hacia dentro y causó eco.
 
Él, solamente él.
 
Él me ha visto derramar hasta la última lágrima en la almohada
cuando ya no me quedaban fuerzas para seguir intentándolo; 
él me ha visto derrumbarme a mitad de mi sonrisa más radiante, 
él me ha sujetado cuando todos los demás me han empujado,
cuando sólo he visto enemigos alrededor,
cuando sólo he escuchado balaceras continuas en mi mente.

Me ha abrazado como lo puede hacer alguien
para protegerme de un mundo lleno de odio y desaliento.


—¿Por qué lo haces?
—Porque tengo miedo de perdernos.
  
Con él he compartido la mayor parte de mis años,
los brillantes y los oscuros, 
las risas y los llantos a plena madrugada, 
los abrazos y las puñaladas,
las ilusiones y las heridas,
los sueños y las pesadillas.
 
—¿Es que aún no lo entiendes?
—¿El qué?
—Mi lugar en el mundo es contigo.  
 
 Me ha detenido cuando estoy por cometer una locura, 
pero también ha sido mi acompañante cuando las he cometido 
y luego me ha dicho esos "te lo dije" que tanto duelen.
 
—Esta es la vida que te tocó vivir. ¡Abrázala, joder!

A veces me pregunto,
cómo alguien como él puede estar aquí, 
a esta distancia tan corta que puedo escucharle respirar,
a esta distancia tan corta que puedo sentir la temperatura de su cuerpo.
Cómo, joder, es que no lo entiendo.
 
Y él,
aunque cueste creerlo,
soy yo mismo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Chico tóxico

Resulté ser un chico tóxico en su vida,
le marqué la piel con la pasión de mis huellas dactilares, 
le dejé un hueco horrible en su pecho izquierdo; 
yo fui más de sujetarme de sus ramas, 
ella de abrazarme las raíces.
Mis cimientos no podían soportar el peso de mis inseguridades, 
a ninguna chica le gustaría estar con alguien que es demasiado inseguro
de sí mismo 
y del mundo;
a ninguna le gustaría estar con alguien que, más que superar miedos, 
cada día es un reto, una lucha constante que enfrenta con tanto demonio
en su cabeza 
y también fuera de ella.

Resulté ser un chico sin antídoto, 
nunca supe curarle ninguna herida, 
pero juro que mientras lamía cada una de ellas 
recordaba lo bonito que era verle sonreír 
mientras se acomodaba el pelo en su oreja
y pensaba cómo a una chica como ella
le pudieron hacer daño.

¿Quién querría quitarle el atardecer a los días?
¿Quién querría quitarle la sonrisa a ella?

Resulté ser un chico de roturas,
esta vez fui yo quien partió
un corazón en mil pedazos 
y lo que más me duele es que una vez que rompes algo,
es prácticamente imposible revertir el efecto.

Con lo bonito que sería volver a conocer a alguien por primera vez
cientos de veces, 
verle reír
y armar un principio precioso.
Y no ser arquitecto de un final desastroso, 
porque, créeme, no fue mi intensión quitarte la ilusión, 
matarte lo bonito de los motivos accidentales 
o de las casualidades que tienen su razón de ser.

Resulté ser un chico desalentador,
 el de las malas noticias, 
el que lleva las flores al hospital 
y las palmadas en la espalda
ante los resultados finales. 

Resulté ser un chico naufrago
que jamás supo naufragar.
Me falta aire 
y suspiros.

Resulté ser un chico autodestructivo,
antes de hacerle daño a los demás:
prefería hacérmelo a mí, 
cortarme los olvidos que están pendientes
y los malos recuerdos que están presentes.

A lo mejor debería de comenzar a cuestionarme
por qué no soy la cicatriz que lucirías con orgullo, 
por qué no soy tu primer pensamiento cuando alguien te pregunta en qué piensas,
por qué no soy en quien piensas cuando tienes miedo,
por qué no soy el recuerdo que te ilumina los días de total penumbra, 
por qué no soy la causalidad de tu casualidad más bonita, 
por qué no soy tu verano inolvidable, 
por qué no soy tu capítulo favorito de tu libro favorito, 
por qué no soy las líneas que subrayas para que resalten ante las demás,
por qué no soy la esquina que doblas para volver a leer esa página,
por qué no soy tu error deseable
ni tu caída imprescindible, 
por qué no soy la música de fondo de tu vida. 

A lo mejor debería de comenzar a resignarme a ti
y debería de dormir con tu recuerdo
mientras lo abrazo y me susurra que
algunas personas
no duran
para
siempre:
duran lo que tienen que durar para que se conviertan 
en herida o en sonrisa.
Y a mí la sonrisa siempre me ha parecido
la sutura de la herida.

lunes, 5 de octubre de 2015

Un universo de cosas insignificantes


No tengo más canciones para dedicarte, pero sí más insomnios para compartir contigo.
Y la noche salió como de costumbre, 
con su gala y sus estrellas, 
las miradas puestas en su precioso vestido 
y el color de sus labios
fue mi favorito desde entonces.

Si el mundo captase ciertos momentos
la vida estaría llena de un universo
de cosas que, a simple vista, son insignificantes,
pero que son las causantes de un
antes y un después de conocer a alguien
cuando tu vida es un desastre.

Con ella comprendí que cuando estás enamorado,
el amor pasa a segundo plano, 
y lo primero que quieres hacer es hacerle reír
porque quieres que sea feliz
en todas las estaciones posibles.
Y yo quería que no le doliese tanto el invierno,
ni que el otoño le albergara tanto recuerdos
que le quitaran la sonrisa.

Y me abrazaba inesperadamente,
y yo la abrazaba más fuerte aún, 
sentí cuán ruina era por dentro,
apenas se mantenía de pie,
 y fue allí donde pude capturar 
cuán humana era.
Estaba rota,
perdida 
y escuchaba canciones tristes.
"Es lo que me hace sentir mejor", decía.

Lo que no sabía era que ella 
era lo que me hacía sentir mejor a mí,
era lo que me hacía mejor persona.

Salió corriendo por esa avenida
donde dejó tirados sus sueños rotos 
y la sonrisa, también.
Yo la recogí del suelo 
y la enfrasqué.
Y, a día de hoy,
es la linterna que utilizo 
cuando el anochecer se aproxima
y no me da tiempo para frenar con su recuerdo.

Se fue un día de octubre,
no supe nada,
ni siquiera encontré una carta de despedida; 
supe que se había ido para siempre
cuando el invierno se mudó a mi pecho izquierdo.

Cuando ya no tuve canciones para dedicarte; empecé a dedicarte mis insomnios.

domingo, 4 de octubre de 2015

Accidentes

Ojalá no me hubieses dejado ir tan fácil, como si no te importara descifrar el mito de las mariposas en mi estómago. Tú muy bien sabes que, desde hace mucho, se dieron por vencidas. No sabes cómo se alborotaban siempre que te veía o te escuchaba por teléfono. 

Quizás aún no sabes que hay puertas que se siguen abriendo solas cuando te pienso de madrugada, y me pongo a escuchar las conversaciones que quedaron grabadas. Y me da por seguir siendo un tremendo tonto cuando veo atrás y me doy cuenta de que, en verdad, yo gastaba hasta la última gota de sudor para que lo nuestro funcionara, pero tú seguías planeando y trazando planes, y lamentablemente yo no estaba en ellos.

Quizás aún no sabes que hay vientos en contra que me siguen recordando al aroma que utilizabas los días de invierno. Y comprobaba que no existía mejor perfume que tú y la lluvia, juntos. 

A lo mejor es que ya te has ido y yo sigo abriéndote los brazos como si en algún otoño regresarás. Pero una vez que pierdes lo que considerabas mundo, lo que termina pasando es que se hace trizas cuando te das cuenta de que se ha hecho cenizas en un parpadeo de corazón.

Lo jodido de la piel es que no olvida, no olvida quién la apuñaló ni quién la acarició. Siempre está presente el primer toque y el último roce de un beso de despedida. Siempre está la herida, o el hueco del disparo.

Cicatriza, corazón, que por tontos estamos así. Nadie nos dijo que teníamos que enamorarnos, ya ves lo fácil que hubiese sido esquivar la bala cuando la razón nos sugería que debíamos dar dos pasos a la izquierda, pero somos masoquistas, ¿cierto? Nos gusta que nos hieran, porque de alguna forma nos hace sentir bien.

Joder, perdoname, jamás supe ser un chico digno de admirar, ni de querer, ni de inspirar cosas bonitas. 

Ojalá recuerdes que tú has sido el ojalá que más me ha dolido en el pecho izquierdo. Como acto de valentía, o de amor, pero cuánto duele a veces arriesgarse y conseguir lo que quieres.

Ojalá nunca me olvides.

Ojalá nunca te olvides de ti. Porque si algo quiero, más que verte feliz a mi lado, es verte feliz contigo.

Yo seguiré bailando nuestra canción favorita, seguiré tarareándola hasta dormir mientras trato de amortiguar el golpe de la caída libre que es 
recordarte 
cuando 
sé que todos los abismos hablan de ti. Porque tocamos fondo en cada uno de ellos, y nos abrazaron en silencio, y se nos hizo demasiado tarde para llegar a cualquier parte.

Yo seguiré huyendo, y le daré la espalda siempre que llamen a la puerta y no seas tú.

Ya sentirás el frío de seguir en el camino con el sentimiento de que alguien te hará falta toda la vida, y que aún lo llevas tomado de la mano, pero es ausencia, es frío, es dolor, es vacío. Hay accidentes que pasan solamente una vez en la vida, y siento que de aquel no salimos heridos, sino muertos. Pero qué bonito es morir en el abrazo correcto.

jueves, 1 de octubre de 2015

Es hora de partir


He peleado contra cielo, mar y tierra. 

Tengo cicatrices, las cuales enseño con orgullo, porque representan las guerras que he ganado. Muchas de ellas contra quien soy. 

He sido la cueva del lobo de la que temen entrar, también he sido el zorro que aúlla ante las mil lunas llenas en las que dejó todas sus lágrimas cuando le estalló el invierno en su pecho y estuvo al borde de aquel precipicio, del cual terminó enamorándose, porque los vacíos tienen muchas historias en común, por ejemplo, los hundimientos a plena luz del día.

Tengo recuerdos que me persiguen, vaya a donde vaya, porque yo mismo les doy la dirección en la que me quemo con la soledad entre los dientes.

Me han dicho que soy un chico difícil de tratar, porque sólo busco las cosas que he perdido en otros, si tan sólo supieran que no son cosas, son partes que me pertenecen y que ahora reclamo. Si tan sólo supieran lo terriblemente jodido que es sentirse incompleto, no por ausencia de personas, sino por ausencia de uno mismo, me entenderían más y mejor, aunque no busco que me entiendan jamás.

La vez que me preguntaron quién era, miré a mi mamá; cuando me preguntaron cómo me sentía, volteé a ver a la tormenta. Y cerré mis ojos, e imaginé lo bonito que sería sentirse tan siquiera una vez en la vida una hoja en pleno otoño: tan frágil, y tan libre a la vez.

He sido la chispa que detonó una gran bomba de pensamientos incontrolables y sentimientos torrenciales en un suicida.

Soy las sombras de un pasado oscuro, las cien cortaduras en las muñecas, los mil fantasmas detrás de un asesino y la oscuridad del túnel. Y yo soñé con ser luz, iluminar vidas y callejones; ser la guía de un perdido sin norte, ser la locura de un cuerdo, y ser la cura de un corazón roto.

He visto resurgir a un desastre y embellecer el paisaje con su sonrisa.

Izo mi bandera, porque creo en el pueblo de América, creo en los soñadores que luchan con capa y espada hasta gastar su última esperanza, creo en que los atardeceres curan si en verdad crees en ellos, creo en los huracanes que entran en tu vida y salen sin haber hecho daño, creo en el amor sin heridas, creo en quien pasa desapercibido porque siento su grandeza de no querer ser visto.

Ya es hora de partir, de conocer, de conocerme, de reconocer lo que he desconocido. Es hora de encontrar, de encontrarme, de reencontrarme con las partes que he perdido en el camino. Es hora de abrir mis alas, y volar.

Voy a disfrutar este viaje.

Vuelvo, porque volveré,
algún
día.