lunes, 6 de junio de 2016

Sombras

Perdóname si te he olvidado. Le cosí alas a tu recuerdo para que volaras lejos, libre como siempre me gustaste; independiente como las cosas que no dicen adiós cuando se van, porque saben que no tienen lugar ni momento. Como las gaviotas que siguen su vuelo sin miran atrás. Me dejaste sin palabras y aun así me dejaste escribiendo: los poetas escriben para sanar, yo lo hago para jamás soltarte. Porque te quiero, aunque no me veas y aunque esta tarde las margaritas se marchiten porque tú no lo haces ya.

De alguna forma, los corazones rotos van a parar al mismo lugar a donde van las miradas perdidas de los soñadores que ya no levantan la mirada ni porque el cielo esté vestido de azul bonito. Y lo que no saben es que no hay color más bonito que el que les abriga en la mirada, no hay ninguno similar a cuando sonríen y no se dan cuenta de que alguien más se está enamorando de esa forma, quiero decir, de cómo curan sus heridas a través de una simple sonrisa.

Ya me decían a mí de pequeño que el amor sólo era para gente adulta, que no debía jugar con fuego si no quería quemarme, pero nadie me preguntó si lo que quería era que alguien, siendo llama, me abrazara tan despacio que hiciese que los imposibles que se me acumulan en mis pupilas ardieran, mientras cogiendo un poco de aire, me lanzo a sus labios para agradecerle por haberme salvado con fuego.

No es el fuego lo que quema, es quien gastó todos sus cerillos en ti. Y a ti eso, no te importó, en lo absoluto. Hay dos clases de personas: las que odian el dolor y las que lo convierten en poesía. Y yo he sido fanático de esa gente que, independientemente si mañana volverá a llover, se visten con brillo en los ojos mientras ven arder el paraguas.

He criado mis propios cuervos y me han sacado mis ojos tristes. Y me han dicho que lo han hecho porque no quieren verme llorar nunca más.

Doy unos cuantos pasos hasta verme a mí mismo reflejado en una sombra que se ve pasar rápida mientras el tiempo va detrás, corriendo, con un cuchillo entre las manos.

¿Y si me he convertido en una sombra?
Me aterra la idea de ser una que se esconda cuando la noche cae, aunque me gustaría ser aquella que se refleje al otro lado de la cama cuando vas a dormir.

Y lo triste de esta historia es que cuando se dio vuelta, nunca más volvió a encontrarme, aunque yo seguía ahí. Con ella.

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