lunes, 28 de diciembre de 2015

Tres otoños sin tropezar contigo

Después de tantas caídas, parece que no he aprendido nada sobre la piedra. Pareciera que ella se atraviesa por mi camino intencionalmente, aunque sepa que me ha causado varios accidentes ya, pero qué accidente fue enamorarme de ella. De su voz, de su mirada, de su alma oscura, de su corazón roto. Ahora comprendo que siempre he sido amante de lo roto, de lo oscuro, de lo sombrío, porque sé que es lo más sincero y honesto que alguien posee. Como esos momentos de sinceridad por las madrugadas o como cuando eres una ola y el abrazo es el mar. Y todo sigue su corriente.

No sé por qué sigo escribiéndote si sé que tú hace tres otoños que me dejaste de leer. Y es por eso que, en algunas noches, no puedo evitar sostener en la garganta ese grito que lleva varios años atorado ahí, donde uno se tiene que tragar muchas de las palabras que quiso decir en un momento dado y no encontró forma de hacerlo.

Ya nada queda por poetizar ni eternizar, porque en realidad ya he gastado toda palabra, sentimiento y sílaba en echarte de menos. Pero siempre fui de recordar porque, aunque me haga daño, me hace sentir bien. Como algunas canciones. Se sabe que son autodestrucción escucharlas, pero aún así las cantamos a todo pulmón. 

Y qué bonita era tu sonrisa cuando, noche tras noche, te la pasabas llorando por alguna tontería que esta sociedad te hizo creer. Pero tú eres bonita, que no se te olvide, primero que se te olvide la belleza de un ocaso antes que la belleza propia.

Aunque ya no te interese saber de mí, quiero que sepas que todas las noches que me la he pasado recordándote, han sido las mismas que tú utilizaste para olvidarme. Y, por lo visto, te fue muy bien.

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