martes, 5 de abril de 2016

Mary

Profunda como el océano,
ferviente como un volcán,
pasajera como el viento,
 triste como un atardecer.

La vi en todas sus composturas y la comisura de sus labios
parecía una ruina en naufragio.
No estaba lejos de acertar y dar justo en el blanco,
en su corazón llevaba escrito:
pieza vulnerable, posibles víctimas.
Y es por eso que traté de no hacer ruido,
pero sólo conseguí abrirle más la fisura.

Cuando la veía sonreír
veía a un Kurt mirando hacia la ventana
pensando en todo
antes de jalar el gatillo. 

En su mirada podía caminar hacia su alma en llamas.
Y me quemé porque me gustó arder en su infierno.

La luz al final del túnel en realidad
era ella
siendo feliz 
sin mirar a nadie,
dándose una oportunidad a sí misma.

Mary, tú bien sabes que la vida se comprende de dos mundos totalmente diferentes al nuestro, por eso vivíamos en un constante tormento y la tormenta era nuestra única calma. 

Las ganas de comernos el mundo fueron proporcionales a nuestras ganas de quemarlo. Ya nos lo advertían, que éste no fue hecho para nosotros. Y es por eso que salimos a luchar por el nosotros y a construir un lugar donde vivir. No estoy preparado para vivir siete vidas sin ti. Qué triste me resulta todo desde que no me compartes tu insomnio. Ni tus ronrroneos. Ni tus arañazos en la espalda. 

Aquí siempre habrá quien te esté esperando, 
aunque siento, muy dentro, que ya he decidido cerrarte la puerta.
Y lo más triste 
es
que
la he cerrado con llave.

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