Ya no espero a que me respondas con un “te amo”
entre los labios, tampoco a que me contestes el móvil cuando estoy borracho en
cualquier bar de la ciudad, sólo para recordarte lo mucho que te quiero y lo
mucho que me importas. Y cariño, no es falta de interés, simplemente entendí
que no me necesitas en tu vida, aunque tú en la mía seas indispensable. Estoy
jodido, lo sé. Pero debo dejarte ir, independientemente de lo que quiera e
independientemente de lo que sienta. “Quédate tranquilo”, me dices mientras el
mundo se cae a pedazos. “Corre”, me dice la razón; “quédate, vamos a intentarlo
una vez más”, me dice el corazón desangrándose por cada agujero causado por
balas ajenas. Suelo seguir al corazón, pero llega el día en que te cansas de
tanto dolor y prefieres seguir a la razón, aunque a ser verdad: termina
doliendo de igual manera cuando quieres que alguien te ame con la misma
intensidad con la que lo haces tú, pero tristemente las cosas no pasan como en
las películas, por desgracia, no decidimos con quien complicarnos la vida. Y lo
mejor que puedes hacer es dejarlo ir, porque su felicidad está en otro lugar y al
lado de alguien más, aunque hacerlo implique que las noches sean más oscuras, que
el invierno sea un poco más frío y que tengas que compartir insomnios con la
soledad. Que tengas que dedicarle silencios, porque es una de las muchas formas
de querer. Y es que no hay nada más triste que despedirte de la persona con la
que un día planeaste un futuro, sin importar un final feliz o uno desastroso,
porque la muerte es tentadora cuando la relacionamos con el amor, pero al final
terminamos muriéndonos con la soledad entre los dedos y la incertidumbre de no saber
cuántas veces tendremos que morir para encontrar a una persona con la cual morir
valga la pena.
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