Tú eras tan especial para mí, que nunca te lo dije.
Quizá fui egoísta al pensar que sólo serías para mí, que no habrían otros
labios a los que besarías con desesperación para olvidar a otros labios. A
veces somos tan ingenuos cuando estamos enamorados, que no nos damos cuenta de
todo lo que ocurre a nuestro alrededor, de las cosas que están pasando, preferimos
abrirle la puerta al otoño y dejar que su viento tire nuestros sentimientos a
la basura, porque han caducado. La vida, poco a poco, va sacando las garras y
nos va mostrando un sinnúmero de caídas, entre ellas se encuentra el amor. Y tú
fuiste mi mayor caída a ese precipicio que es el de sentir cosas bonitas por
alguien, aunque para ser sincero nunca he sentido mariposas en el estómago, yo siempre
he sentido pirañas dentro de mí, comiéndome las partes muertas. Porque si vas a
amar a alguien, tienes que volver a amar desde el principio, eso implica dejar
todo lo demás atrás. Todo este tiempo me ha sido inevitable no sonreír al
recordar tu sonrisa, es contagiosa, ¿lo sabías? Como cuando llegaba cada estación
y cambiabas de tonalidad. A mí se me olvidó decirte que el color más encendido
que conozco es el de tu sonrisa, sin importar cuán difíciles estén los días, con
sólo recordarla ilumina mi vida.
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