miércoles, 1 de abril de 2015

Punto G

No me preguntes qué hubiese sido de mí si no te hubiese conocido, porque sabes de sobra la respuesta. No me respondas, ¿quieres? Tú, como siempre, dirás que hubiese sido feliz, porque no depende de ti, sino de mí. De cómo tengo que enfrentar las cosas en el instante: con la mejor de las caras, me sugerías. Pero tú sabías que no era tan fuerte como pensaba, mis rodillas eran débiles si no me sostenía de tu hombro. Sentía que todos mis muros se venían abajo, que todo el cielo se caía a pedazos, sin embargo, me hacías sentir seguro en tu hogar, escuchando cómo latía tu corazón y cómo tu pecho calentaba como una chimenea. 

Fuiste mi estación favorita, y la más triste ahora que no estás. Mi invierno favorito, te llamé. Me gustan los días grises, los globos rojos, los cuadros sobre las paredes; también me gusta mantener desordenados los sentimientos, porque con suerte, algún día de estos, uno de ellos se me escapa y va a buscarte. Aunque dicen que lo que se pierde dos veces, jamás se encuentra una tercera vez.

Lluéveme, 
relampaguéame, 
pero, por favor, 
no dejes que la lluvia se lleve lo único que me queda de ti, 
es decir, lo poco que aún se mantiene en pie.

No creías en la magia, pero, de vez en cuando, veíamos cómo las gotas se resbalaban por la ventana y lo apostábamos todo, aunque ese "todo" significase "quedarse sin nada" después. Nos comíamos a besos, a caricias, a mordiscos. Reías cuando te mordía la oreja, o cuando te hacía cosquillas en las plantas de los pies. El punto G de las personas está en donde les hacen reír como si nunca antes hubiesen sabido lo que era estar triste. Tu risa me hacía temblar al escucharla, convertías en oportunidades cada una de las adversidades con tu boca, no querías hablar de guerras, sino de cómo solucionar tanto odio que existe en el mundo. Solucionarlo. Arreglarlo. Ojalá el mundo se detuviese por un momento a mirarte sonreír, para entonces dejar de empezar guerras.

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