No puedo contar con los dedos de la mano
las veces en las que estuve al borde del precipicio
esperando a que vinieses a empujarme.
O a que saltaras conmigo de la mano
como dos suicidas que se odian a sí mismos
pero que son capaces de amar.
No se puede actuar como si nada
después de haber tropezado con el mismo error varias veces,
porque te sabes de memoria el camino hacia él,
yo me sé la historia detrás de esas preciosas ojeras.
A veces lo único que tienes que saber es que
me gusta cuando sonríes para nadie,
simplemente sonríes porque quieres,
sin motivos,
sin obligación;
por necesidad, tal vez.
No se puede bailar con el mismo ritmo
cuando has caído de rodillas
hasta sangrar,
cuando has suplicado
para que alguien no se fuese.
Y que, al final, se dio por vencido,
apagándolo todo sin mirar atrás.
A mí el oxígeno me sigue dando igual
desde que tú no me lo quitas.
Da lo mismo que toques fondo
si no piensas quedarte
a acompañarme en este valle de soledad.
Te he visto en un par de atardeceres
y he querido perderme en más de alguno
para que luego tú salieras corriendo a buscarme,
aunque supieses que nunca me encontrarías de nuevo.
Ya he perdido las esperanzas,
tú ya no sabes quién soy,
yo aún recuerdo quién eres,
la profundidad de tu mirada,
tu forma de caminar,
el tono de voz que utilizabas cuando me hablabas al oído.
Es terriblemente doloroso ver que,
a quien le entregaste las balas,
es quien disparó.
Tu sonrisa es tuya.
La mía la tengo guardada en la recámara
porque se desiste a renunciar a ti.
Yo ya me he cansado de repetirle
que tú ya has renunciado a nosotros.
A lo mejor tuve que decirle con antelación
que tú ya te ibas
para siempre.
Me enseñaste que todo es posible,
que no existen imposibles en las ganas
y que sólo un idiota renuncia a lo que quiere,
"a quien quiere", debiste recalcar.
El golpe final lo dan las personas,
eso ya deberíamos saberlo.
Mientras te mantienes a flote,
alguien se lanza al mar para salvarte.
A ver quién es mi próximo salvavidas.
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