domingo, 19 de julio de 2015

Algún día

Tengo muchos noviembres tachados con las iniciales de tu nombre, pero que en ninguno de ellos decidiste venir a compartir el frío.

Supongo que las ganas se me están volviendo como ese cúmulo de basura con las fotografías que no nos tomamos, con las palabras que no nos dijimos y con las canciones que no nos dedicamos. 

Pero está bien, todo está bien, al menos, quiero creerlo. 

Pero creerlo no es sentirlo. Yo siento que todo se va por la borda cuando, por las noches, te hago un hueco en cada rincón de mi vida y esto es tan inestable cuando tengo que agarrarme fuerte a un recuerdo. A un fantasma.

El tiempo pasa volando y con él nos vamos nosotros también. 

Es simple, a veces, tienes que empezar a escuchar lo que un día te pareció silencio. Y te comienzan a salir grietas en tus orejas y escuchas un gran ruido que te causa dolor de cabeza. Y debes agarrarte de las ramas que todavía se mantienen fuertes y no de las que están secas, pero, por inercia o por estupidez, siempre nos tomamos de las que nos harán caer. No sé si es porque nos gusta la caída, o si es porque esperamos que alguien esté esperándonos al fondo. Lo último -cuando no te espera nadie- suele ser el peor golpe, te rompes todos los huesos y más. 

Mañana hará frío otra vez, mañana el sol se pondrá bajo la nube que tanto le gusta, mañana el recuerdo será polvo o ceniza, qué más da qué sea, si de todos modos, el viento terminará llevándoselo alguna tarde de agosto. 

Yo tengo un plan, al menos está en un plano donde tengo algunas de las salidas de huida que me condenaron a llegar siempre a ti, todos los caminos que posiblemente me sacarían de mi propia Roma, terminaban en tus brazos, y en ellos comprendí que los abrazos son lazos que te atan para siempre a alguien. Y que siempre te van abrazando, así te vayas lejos -muy lejos-. Siempre sentirás ese calor que hace sentirte hogar. 

No me cabe en la cabeza cómo fue que llegamos a estas circunstancias, o fueron las muy hijas de putas las que llegaron a nosotros a destrozarnos las esperanzas y los planos trazados.

Yo todavía recuerdo cuánto te gustaban las noches de verano, las fogatas en la playa, la sandía y el helado de chocolate. 

Soy el peor de tus pesadillas, pienso. Pero ojalá sea parte de tus sueños algún día.

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