domingo, 5 de julio de 2015

Monstruos

Te he visto desvestirte las esperanzas y arrojarlas a ese precipicio que tantísimo tú odias. Y es que, a veces, no puedo con ese brillo de tu mirada tan apagado; tan lleno de todo, menos de vida.

Apagas las luces y a tientas te vas hasta la cama, ya quisieras tú a dormir, pero tus pensamientos son vorágines que te impiden cerrar los ojos.

¿Te has fijado? El techo está más bonito por las noches, porque se ve toda la magia que abriga a la oscuridad: los monstruos salen a la superficie y se acuestan a tu lado, te meten sus garras en tu pelo con mucho cuidado y sientes cómo cada vez te vas haciendo más y más pequeña.

Ellos están igual que tú: un día algo o alguien les hizo endurecerse, pero no del todo. Aún guardan su cariño y se lo demuestran a quien acompañan en sus noches de soledad.

Te invitan a una noche llena de fantasmas, de cosas innatas y de recuerdos que fueron quemados en el vacío. Y también a una copa, a dos, o a tres. 

¿Te has preguntado por qué no salen de día? Pues porque le temen a la hipocresía de un mundo que no supo ser verdad. Por eso te esperan debajo de la cama, son tus pequeños monstruos que tienen más humanidad que muchos que conoces.

Te agarran de la mano como nunca nadie supo agarrárselas a ellos. Por eso viven tristes: porque lo quisieron todo con alguien; un futuro que se escribiese a base de caricias, un hogar donde poder acurrucar la cabeza cuando han fracasado muchas veces, un techo que los protegiese del mundo, un abrazo que les hiciese sentir que aún siguen siendo fuertes.

No son los humanos los que les tienen miedo, son los monstruos los que les temen a ellos. Porque las personas a lo que tanto temen es a lo que son y a lo fueron, sin ir más lejos.

Hay inviernos que tienen sabor amargo, Miguel echa de menos a su madre, que se fue demasiado pronto. A veces todavía cree escuchar su risa entre los escombros y le da por llorar.

Julia echa de menos el sabor dulce que solamente sabía dar su padre en una caricia.

Anna echa de menos las ráfagas de viento a finales de agosto que le recuerdan lo bonita que es cuando se ve frente a un espejo. 

Roberto echa de menos la partitura de sus labios, cuando le besaba hasta las tristezas. 

Ernesto echa de menos sentir, de un tiempo para acá, se ha dedicado única y exclusivamente a ser manos heladas, corazón de hielo y mente rota. 

Y por último, Martha echa de menos ser la necesidad, la urgencia en la mirada de alguien, que le diga:

"Ven, vamos a pagar los atardeceres que tenemos pendientes. Y vengo a salvarte de ti".

Monstruos, si supiesen lo preciosos que son cada cual a su manera, esa risa que supo salir de banca rota, ese corazón que todavía quema a quien quiere estar dentro, esos brazos que arropan mucho mejor que un jersey en invierno.

Vamos, chicos.
  
Amen,
echen de menos,
sonríanle a los atardeceres,
rompan cosas,
que no corazones;
dejen recuerdos,
que no pesadillas;
armen,
destruyan,
reconstruyan,
bailen desde las alturas
y cuando la vida los ha tirado,
griten su dolor,
callen si creen que van a herir,
vuélvanse locos,
corran,
viajen,
dediquen canciones,
quemen fotografías,
guarden lo mejor
y olviden lo que duele.

Vamos a intentar ser feli...

No.

¡Vamos a ser felices por una vez en la vida!

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