miércoles, 1 de octubre de 2014

Gravedad

Mi extraña manía de romper todo lo que amo, de destruir a quien abrazo y de hundir a quien intenta salvarme. Corre lo más rápido posible de mí, soy una especie de destrucción continua. Llegaré a lastimarte con la misma intensidad con que te quiero. 


Un día descubrí que hay personas que te llevan a pasear por todo el tiempo en que estuviste sin saber a dónde ir ni cómo llegar. Nos transportan a islas desconocidas, a países lejanos, a visitar todos los continentes en un pestañeo, a naufragar por Oceanía. A ser la gota de agua en medio del desierto, a ser ese cálido abrazo en invierno, a ser ese motivo que nos salva la vida cuando pendemos de un hilo en un abismo muy profundo. Hacen magia con sus manos, te elevan por el cielo sin ser gravedad. Hacen magia, sin saber ningún truco y sin querer ser magos. El amor cuando es verdadero, la distancia no es una excusa, porque el amor verdadero une continentes, que sirven como puentes para dos personas que se necesitan y se desean con la misma intensidad con que se echan de menos. Viajar es uno de los mayores placeres, pero viajar con quien amas, no sé cómo explicarte que es un sentimiento inexplicable. Inexplicable, como todo lo bonito. Todavía no entiendo cómo dos personas que tienen tanto en común, una historia preciosa, momentos y lugares que fueron testigos de la perfección, no tengan el más mínimo interés en volverse a ver. Ya sabemos que las historias tienen sus altas y sus bajas, pero siempre he dicho que sólo se debe de recordar lo que te hace sonreír en medio de una noche fría de Abril. Lo demás sólo sirve para quitarnos la sonrisa. Eso se desecha. Al final lo único que recordamos es cómo nos hicieron sentir. Y eso es lo que realmente cuenta.

El amor no es bajarle la luna a alguien, es encontrarle un sentido. Un sentido que, a pesar de todo, esté iluminando ambas vidas, sin importar cuántos kilómetros las separen. Un sentido de carne y hueso. Uno que te haga recordar quién eres en esos días en los que no sabes ni siquiera quién eres y que te caliente las manos en esos días en donde el sol parece ser un refrigerador gigante. Como bien dicen: “La distancia separa cuerpos, pero no almas”. Las almas siempre buscan una manera de encontrarse, aunque sea por medio de los sueños o por medio del hilo que une a las personas.

Las mejores personas son aquellas que nos cuidan como lo hace un padre con su hijo; que nos hacen reír como si las heridas no doliesen; que nos hacen sentir cosas que un día juramos nunca sentir por alguien, porque nos hicieron daño; que hacen de nuestros días una especie de vivir al límite; que hacen que volvamos a creer en nosotros; que nos hacen sentir tan felices que podríamos morir en el instante. Porque al final, uno quiere morir por alguien que sepa lo que tiene en el momento y no cuando esté en frente de un cuerpo sin alma. En esta vida no se muere una vez, cada día es una forma de morir. Cuando uno dejar de respirar, por ciencia uno está muerto. Pero nadie habla de aquellas veces en las que uno se siente más para allá, que para acá. En las que caminamos, pero nuestra alma divaga por otros rincones, buscando ilusiones para regresar al cuerpo. Alguien o algo que le dé un sentido a los latidos del corazón, y que no sólo bombeé sangre.

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