domingo, 19 de octubre de 2014

Querida Ana

     Querida Ana, recuerdo aquella vez en la que me contaste que le tenías miedo a las alturas y que el amor para ti significaba dolor, que nunca habías tratado de entablar una conversación formal con la felicidad, que nunca habías hecho tratos para que se alejaran de ti esos pensamientos que te atormentaban todas las noches, a un punto que perdías la cabeza y gritabas hasta quedar afónica. Y yo te respondí que ojalá un día te quedaras afónica de tanto cantar, que te cansaras pero de tanta felicidad, que el único color rojo de tus ojos fuese el de tanto llorar riendo.

     Querida Ana, tu recuerdo aún sigue viviendo dentro de mí, tú para mí no estás muerta, estás aquí, al lado del corazón, donde suelen estar los recuerdos más preciados de esta puta vida. Hoy no he podido dejar de pensar en ti, de cómo la gente fue tan cruel para hacerte sentir esos sentimientos. Estoy triste, Ana, me duele que no estés aquí, compartiendo conmigo el día a día. Echo de menos llamarte cada noche para decirte que eres la mejor persona que nunca he encontrado en ningún otro lugar. Echo de menos todo lo que un día fuiste, todo lo que me hiciste sentir, esas conversaciones de madrugada hablando sobre lo dura que es la vida y motivándonos mutuamente para seguir adelante. Una noche me confesaste que tenías miedo de que el nudo en la garganta terminara de ahorcarte y no tener tiempo para realizar tus sueños. Ahora me parto al leer las antiguas conversaciones que tuvimos desde que intercambiamos los números de teléfono. Yo te pregunté que cuál era tu mayor sueño que tenías y tú me respondiste que era mudarte a Nueva York y ser la estrella de Broadway. Ahora me rompo al leer cada uno de tus mensajes, aún guardo tu número, no sé por qué tengo miedo de borrarlo.

     Querida Ana, nos faltaron muchas cosas por hacer juntos. Nos faltó ir a California, saltar de un avión, subirnos a la montaña rusa de la que tanto habíamos hablado, porque querías vencer el miedo a las alturas y yo te dije que estaba dispuesto a vencerlo contigo. Nos faltó, entre muchas cosas, vernos triunfar en el mundo, ya no estás aquí para ver el día en que mis sueños se hagan realidad y yo tristemente no alcancé a verte en Broadway. Es triste hablar de ti en tiempo pasado. Escribo tu historia con el único propósito de transmitir el mensaje por el que tanto he luchado: “Piensa antes de hablar, porque las palabras son asesinas”.

     Querida Ana, nos separa un abismo y nos une nuestra historia. Ese puente que construimos para que pudiésemos pasar siempre que nos sintiéramos solos, hoy me siento así, por eso estoy escribiéndote. Hasta el día de hoy no he sabido vivir sin tu presencia, no he podido acostumbrarme a vivir con tu ausencia. Las noches son frías y solitarias, los días han perdido ese toque de luz que tenían cuando te veía sonreír, aunque fueron pocas las veces en las que te vi sonreír de felicidad, las demás veces eran un disfraz para engañar al resto.

     Querida Ana, un día llegaste llorando y me abrazaste, dijiste que no eras un estándar de belleza y yo te dije que esta sociedad de mierda no está lo suficientemente humanizada para hablar de belleza. Que tú eras preciosa, por encima de cualquier comentario absurdo. Que tú merecías el cielo y a sus estrellas. Que tú eras la estrella más brillante de todo mi cielo.

     Y un día decidiste ser fugaz.

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