martes, 28 de octubre de 2014

Vida, tiempo

Nunca me gustaron las despedidas, nunca seguí aquello de “Deja ir, ya vendrá alguien mejor”. Dejar ir no es nada fácil, es una de las cosas más difíciles. A veces ni siquiera se puede pronunciar esa palabra que surge cuando alguien se va para siempre de tu vida, dejando en el suelo lo que un día mantuvo de pie. Casi siempre son las lágrimas las que terminan hablando por nosotros, porque la garganta se cierra, impidiendo decir el adiós, porque de hacerlo terminaríamos peor. Fácil se le hace a la persona que se va, pero se le hace tan difícil a quien se queda viendo cómo se va haciendo como una fotografía en el horizonte. Un día se tienen los ojos hinchados de tanto llorar riendo; al otro se tienen hinchados de solamente llorar, así, sin más. Así cambia la vida de rápido, de un instante a otro. El color rojo de tus ojos es la expresión de estar destrozado tanto por dentro como por fuera. Cada una de las promesas quedan en el olvido, también son las que provocan en ti los peores insomnios al saber que no se hicieron realidad, que sólo fueron eso: palabras. Que luego se las llevó el viento, dejando un vacío inexistente. Así como hay historias con finales trágicos y felices, también las hay con puntos suspensivos. No existe peor tortura que esperar a alguien que ya tiene planes de ir a visitar otro continente con otra persona. Queriendo evitar a toda costa toparse de nuevo contigo. Finge que no te conoce, que no tienen una historia en común. Tienes su número aún guardado en el móvil y no llamas por el simple hecho de no molestar, para no sentirte como una gran molestia. A veces la vida pasa para algunas personas, pero para otras simplemente pasa el tiempo.

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