Tal vez necesitamos más de todo, o de nosotros mismos. Quizás la clave para salir del desastre está en aceptarlo desde el principio, y abrazarlo, aceptar que es nuestro y que siempre lo ha sido, y que, por muy fuerte que suene, también nos ha acompañado después de todo el camino. Hemos tenido vistas, porque las hemos tenido, así no nos gustasen; hemos tenido risas sin saber que estamos riendo, porque muchas veces nos la pasamos buscando el golpe en la piedra, y eso, muchos, aún no lo saben. A lo mejor es que hemos pasado toda nuestra vida hablando bajito, para pasar desapercibidos, para que nadie nos escuchase cuán desesperados estamos, o tan ansiosos nos vemos desde nuestros ojos. Para ser invisibles, como el sueño de un niño o de un criminal. O quizás lo hemos hecho, para negar cuando alguien nos pregunta si nos han hecho daño.
Un abrazo también representa un atentado terrorista, porque he sentido cómo cada vértebra, cada hueso, cada palmada en mi espalda, me ha hecho temblar y desaparecer en una milésima de segundo. Y desmoronarme pensando en el futuro, en el de dos almas soñadoras y emprendedoras que buscan cosas diferentes, que miran hacia horizontes diferentes, pero que bailan su canción favorita como un fanático loco por su ídolo.
A veces me pregunto, ¿cómo fuimos tan tontos al dejarnos ir en otros? Y he llegado a la conclusión de que, quizás, lo hemos hecho, porque simple y sencillamente, no nos quedó de otra que acompañar a otro en su soledad, aunque eso implicase quedarnos aún más solos.
Y lo resumo todo en unas cuantas palabras:
No se trata de encajar, sino de encontrar una postura cómoda en la vida. Tal y como lo hacemos cuando miramos televisión desde el sofá, o cuando intentamos dormir.
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