martes, 3 de marzo de 2015

A ver qué suicida decide saltar en mí

Llueve en mi habitación,
aquí adentro hace mucho frío,
es invierno porque decidí mirar nuestras fotografías otra vez,
la lluvia nunca llegará a calar como lo hiciste tú:
hasta el alma,
hasta el fondo,
como lo que se tatúa sin la necesidad de ser tatuado.

Qué bonito llegan a calar algunas ausencias,
tomándonos de la mano cuando todos duermen,
sufrimos de insomnio constantemente,
pero maquillamos nuestras ojeras con una sonrisa
para despistar al más sensato.

Llueve, aquí, donde hay huellas que comprueban que un día estuviste,
intento dormir, pero aún me persigue tu recuerdo,
no sé si soy yo
pero te he puesto música de fondo;
triste, por cierto.
Lo cierto es que, querer olvidar a quien te aprendiste de memoria,
duele muchísimo más que lanzarse desde el puente más alto
y sobrevivir a la caída.
Espero que nunca llegues a sentir lo mismo que siento yo por ti desde que tengo que mojarme solo en este lugar donde compartíamos tormenta.
Nos besábamos
y reímos como dos niños que se niegan a entrar a casa,
importándoles poco el resfriado de después
y soportar los "te lo dije" de mamá.
Siempre he pensado que de eso se trata la vida:
de estar al lado de alguien con quien podemos ser nosotros mismos
y volver a ser felices como un niño con sus raspaduras en las rodillas,
y no con un corazón roto.
Que lo que se cuide sea lo de adentro.

Yo quería ser tu mano derecha,
jamás tu cero a la izquierda.
Hay que acostumbrarse a mirar a distancia el precipicio
para luego saltar sin pensar en las consecuencias,
en los huesos rotos.
Qué sé yo.
El día que alguien se asome a mi abismo
y decida dar un salto suicida,
ese día lo abrazaré y lo arroparé con mi alma.
A ver qué suicida decide saltar en mí.

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