lunes, 9 de marzo de 2015

Pedazos

¿Ves a ese chico al borde del precipicio? Ese de pelo negro y cortes en los sentimientos. Que grita y se desespera. Que mira al vacío tratando de encontrar lo que perdió. A quien perdió, perdón. Soy yo esperando que vuelva. Me la he pasado buscándola desde que se fue aquel abril, desde ese día odié algo de mí: mis manías, creo. Odié protegerla cuando no quería, odié salvarla cuando no quería ser salvada. A veces se enojaba y me decía que no quería volver a verme nunca más, porque era un chico que se apegaba demasiado rápido a la gente. Que no quería que me acostumbrara a ella. Jamás. Y supongo que ese fue mi único y mi más grande error. Mi mayor defecto. La alejé por mi miedo a perderla. Tremenda ironía. Fuertes golpes que da la vida cuando uno es inexperto en protección propia, pero cinta negra en proteger a los demás.

No, no dispares, ni siquiera quiero una vida después de ti.
Hace mucho que ya no acompaño a la felicidad a visitar todos esos lugares que nos faltó conocer, ojalá llegue pronto el día en que desempolve la sonrisa que tengo bajo la mirada. Es triste, ¿sabes? Acostumbrarse a alguien pasajero. Tú fuiste fugaz. A veces queriendo a alguien terminas rompiéndote más. Pedazos, eso es lo único que queda después de todo. Y más pedazos. Un montón de cristales rotos por dondequiera. Miradas tristes, medias sonrisas y la voz temblorosa. Manos frías y el corazón tratando de bombear sangre.

Lo que no alcancé a decirte fue que mi única manera de demostrar cuánto amo a las personas, es aferrándome a ellas. Como queriendo que se olviden del mundo y hacerlas felices por todo el tiempo que odiaron ser ellas mismas.

Si algún día la miras, por favor, dile que lo único que queda de ella es el cepillo de dientes que olvidó empacar. Que es el único rastro de su sonrisa. Que la echo de menos a gritos.

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