No echamos de menos a aquellos lugares donde fuimos felices, sino que
echamos de menos a aquellas personas que estuvieron ahí. Porque pueda que regresemos
a esos lugares en más de una ocasión, sólo para recordar lo que vivimos ahí, pero
los recuerdos serán los únicos que nos tomarán de la mano y nos acompañarán
siempre. Nos susurrarán detrás de nuestra oreja: ¿Recuerdas todo lo que pasó en
ese lugar? ¿Recuerdas cuando sentiste por primera vez la grandeza de la vida?
Algún día entenderemos que la vida se basa en esos pequeños momentos que pasan
desapercibidos. Han pasado exactamente ocho otoños desde la última vez que
estuve con alguien que me hiciese sentir la felicidad absoluta. Que la
felicidad no son lugares, sino personas. Puedes estar viajando alrededor del
mundo, pero si no tienes a la persona que amas, te parecerá otro lugar más. Así estés
en Roma o en París. ¿Le has encontrado un significado a la tristeza? ¿Has experimentado esa sensación que tienen las despedidas que suceden en los aeropuertos? Cuando ves a esa persona partir de
tu lado para irse a un lugar que está a miles de kilómetros, pero antes tienes
que soportar esos abrazos y esos besos de un adiós indefinido, que te parten
pedazo a pedazo. “Vuelve pronto”, pero ese pronto se hace eternamente
largo. Lo ves subir al avión y te entra esa impotencia de no poder hacer nada
para que se detenga, mientras te rompes al verlo partir y no saber cuándo será
la próxima vez en que volverás a verlo. Es la peor despedida, sólo después de
aquella donde te despides de alguien que está a punto de morir.
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