jueves, 4 de junio de 2015

Abrazos, balazos

Las palabras que nunca me dijiste
son las que ahora me hablan constantemente en mi cabeza,
con las que puedo tener conversaciones largas
y noches en vela.
No debí acostumbrarme a ti, de eso estoy seguro.

Ahora veo al cielo con la esperanza de que tú me eches de menos,
de que pienses en mí aunque sea una vez al día
y ser la medicina para el mal de una vida que, como la tuya,
es desastre.
Y yo siempre quise ser sastre de tus grietas.

Se me hace inevitable no recordarte
al pasar por aquella plaza en la que está escrito:
el amor no es ciegue, 
es que los ciegos somos nosotros.

Hace frío adentro, 
entra.

Ojalá pudiese incendiar el maldito asfalto que nos separa,

ojalá pudiese prenderle fuego al frío que hace escarcha al borde de mi caja torácica.

Qué forma de volverme loco
por tus caderas en frenesí,

hasta la persona más cuerda
hubiese perdido la puta razón
al verte bailar. 
Y brillar.

Y tú que llegabas corriendo a abrazarme 
porque nadie creía en ti, 
pero yo creía en cada tropiezo, 
en cada caída. 

Y comprendí que los abrazos 
son balazos que se proclaman en silencio.  

Me ha dado por pensar
en lo poco que tú me necesitas,
que desde que tú me echas de tu vida
soy sólo un retazo de lo que quisiste que fuera.

Estoy entre el chico de tus sueños y el de tus pesadillas,
eras una chica de metáforas,
de matar monstruos por delante del miedo,

y yo era tan de lanzarme a un precipicio sin saber el vicio
que
es
tu
boca.

Y tú pensabas que hablar de derrumbes
era hablar de ti,
porque nunca supiste mantenerte de pie
sin que en los próximos segundos se escuchara un colapso.

Ningún camino te llevó a Roma,
todas las salidas de emergencia supieron a jaula.
Podrás pasarte la vida entera huyendo,
evitándome,
pero algún día nuestras narices chocarán de nuevo.
Y de algo estoy seguro:
a lo mejor,
ya no seamos los mismos.

Joder.

Te echo de menos:
un poco más que ayer.

No sabes lo que es echar de menos a una chica como tú.

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