miércoles, 17 de junio de 2015

Vértigo

Los momentos que han merecido la pena, son heridas que siempre se mantienen abiertas. 
Queman. 
Sangran. 
Son grietas por donde respirar, 
vivir, 
anochecer. 
Pero qué amanecer era verte dormir. 

Con razón era amante de tus ruinas, 
porque mis rodillas estaban tan débiles 
que no podía mantenerme de pie si no era
sosteniéndome de ellas.

Por la madrugaba tarareaba alguna canción de Radiohead 
cerca de tu oído
y el cielo se ponía más oscuro, 
pero nos abrazábamos 
como si nada en el mundo 
pudiese solucionar nuestra mierda; 
como si nadie -más que nosotros- 
pudiese juntar todas los cristales rotos. 
Y cerrabamos los ojos 
como si eso solucionase la mayor parte de nuestro desastre 
y que al abrirlos encontraríamos la calma al final de la tormenta. 
Tal vez no arreglaba nada, pero es bonito cuando es posible imaginar algo con lo que has soñado toda tu vida, con alguien.

Te juro, cariño, 
que por nada cambiaría un segundo contigo, 
por horas, 
días,
semanas 
o años  
con alguien que no seas tú. 

Y me herías 
de una forma 
que me parecía preciosa. 
Porque tú fuiste, eres y serás siempre 
ese corte que me gusta cómo duele. 

Es que, algún día, 
alguien me dijo 
que las mejores cosas 
son
instantes que se tatúan sin tinta. 

Y que vértigo es mirar a futuro 
y no saber dónde caer 
-no encontrar tu lugar-. 
Yo siempre te dije eso, 
y tú siempre me decías que 
siempre tendría un lugar: 
en ti. 
Y eso, como decirlo, 
supera a cualquier futuro incierto, 
al mapa más exacto de un turista. 
Porque las personas una vez que se conocen, 
no pueden desconocerse jamás, 
así pase mucho invierno de por medio, 
y muchas noches, 
y muchos días, 
y muchas canciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario