lunes, 22 de junio de 2015

Nashville

Le gustaba estar dentro de guerras 
si era por ver qué película ver, 
y a mitad de una escena de amor, 
le daba por morderse los labios 
y luego me le tiraba encima 
y le mordía las orejas. 

Creía que la vida era un prólogo 
de una historia que viene después de morir, 
pero con ella viví la mitad de las mías:
los 7 besos antes de una amanecer, 
las 7 caricias después de un atardecer 
y un "me voy para siempre,
y quiero despertar contigo al lado". 
Huir no tenía otro concepto, 
mas que irme lejos 
con ella.

Se metía a la cama, 
y se tapaba con toda la sábana, 
luego jugábamos dentro 
y le hacía cosquillas en la panza
y me suplicaba para que parara, 
aunque después quería que volviera a lo mismo, 
porque los mejores paisajes son vistas a cualquier lado 
si tienes a la persona correcta ahí donde estás tú.

Se metía hasta en mi cabeza 
y era ella quien decidía qué sueños sí 
y qué pesadillas no. 

La mayor parte del día 
se la pasaba escuchando a 1975 
y caminando por Nashville, 
conociendo a gente, 
aunque fue de esas que, 
por más que llegas a conocerla, 
nunca terminas de hacerlo. 

Era un misterio que cualquiera querría descubrir, 
analizar 
y volver a callar.

Era de armas tomar;
de corazones, también. 
Tiene entre sus manos la magia 
que tiene el universo, 
deja polvo de estrella 
en cada lugar que va, 
en cada cosa que hace 
y en cada persona que toca. 

Si llegas a entrar a ella, 
no saldrás siendo la misma persona, 
no saldrás cuerdo, 
no saldrás completo, 
ni siquiera saldrás sabiendo quién eres. 
Te perderás, 
te volverás loco en una milésima de segundo 
al mirarla por primera vez 
y después te harás adicto a sus caderas en frenesí. 

Tiene la mirada profunda -como un pozo sin fin-, 
se le dilatan las pupilas al ver al ayer 
y se le hace un nudo en el estómago 
imposible de desamarrar. 

Y entonces me dijo:

"Amor, vamos a cometer el error más grande de nuestras siete vidas", 

y la besé. 

Algo, en aquella fracción de segundo y en aquel lugar nunca volvieron a ser iguales. Desde entonces apruebo la teoría de que a veces no son las personas quienes cambian, sino los lugares.

Aquella vez fuimos nosotros los que brillamos.

1 comentario:

  1. Era un misterio que cualquiera querría descubrir,
    analizar
    y volver a callar.

    Muy bueno, sigue asi.
    Saludos, abrazos y besos ;)

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