jueves, 11 de junio de 2015

No volví a saber de ella nunca más

Y qué voy a saber yo de la vida, 
si cuando era pequeño conocí a una niña que le gustaba pincharse los dedos con las espinas de las rosas. Era pelirroja, y tenía unas pecas preciosas. Y una luna en medio de su constelación de estrellas que formaban sus pestañas. Tuviste que verla y ver cómo le colgaban hasta sus ojos.

Y cuando estaba a punto de cortar una rosa para regalársela, me decía "¿Qué estás haciendo, gilipollas?"

Y comprendí que no puedes llevarle la contraria a quien tiene la razón, a lo que es correcto. A veces se nos olvida que, por muy bonitas que sean las cosas, no debemos hacerles daño. Aunque eso, muchas veces, pasa por alto. Pasamos las vías del tren dispuestos a lo que viene, a soportar el tren sobre nuestras costillas y a no quejarnos después del dolor de nuestras decisiones, aunque por dentro se nos carcoman las esperanzas. 

Aunque yo siempre fui de llevarle la contraria en todo porque me gustaba verla enfadada, y me ponía los ojos en blanco para luego echarse a reír.

Y entonces cuando le contaba sobre mis teorías y mis metáforas sobre la vida y el universo, sonreía y se le saltaban unos hoyuelos en los que construir un hogar, con vistas preciosas a un bosque. Porque una vez me contó que quería vivir en un árbol, como un pájaro.

Era una puta barbaridad verla entre todos esos colores rojizos al final de la tarde, mientras el viento le alborotaba el pelo. Y yo no sabía si ella estaba viendo al atardecer o si el atardecer la contemplaba a ella. Desde entonces comencé a creer en la perfección que guardan las pequeñas cosas.

La simetría de su boca era parecida a la de una mariposa. Y volaba, no sé cuántas veces la vi volar por el cielo gris y siempre que me veía me invitaba a jugar con la lluvia, con las nubes que estaban por explotar. Y la vi caer no sé cuántas otras también, y reía cuando se hacía una herida o cuando se raspaba las rodillas.

Ella no soñaba con ser princesa, sino con ser heroína. No quería que la salvaran, quería salvar a cuantos perdidos se encontrara y tratar de encontrarles su lugar en el mundo. Y que no solamente fuesen coordenadas sin sentido. 

Quería buscarle razones a la tristeza y quitarle motivos a la felicidad, porque, según ella, la felicidad mientras no tenga un porqué o un por quién, es mucho mejor. 

Pero un día, no sé cómo, ya no volví a verla. 

La busqué, lo juro que la busqué hasta por debajo de las sombras de los árboles -que era donde más le gustaba estar-. La busqué hasta un punto donde yo me perdí tratando de encontrarla. Todos fueron intentos fallidos. 

Sus vecinos me dijeron que sus padres se habían mudado a Inglaterra. 

No encontré rastros de su mirada en otros incendios.

Y desde entonces creo encontrar un poquito de ella en otras chicas, pero algo que sé que nunca encontraré será: a ella. Porque dicen que los primeros amores nunca se olvidan, y las chicas que vinieron después pude olvidarlas con dificultad, pero ella aún está presente en mi vida. Aún me ilumina las noches, aún me abraza por las madrugadas.

Lo último que recuerdo fue el brillo de sus dientes a mitad de una sonrisa. 

Y si algún día la ves, dile que la mitad de mi vida la he gastado en echarla de menos y que la otra la gastaré en escribir sobre ella.

3 comentarios:

  1. Recién llego a tu blog y YA me declaro admirador de tus letras.
    Gracias por la belleza de tus palabras.
    Miguel

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